Intentando reaccionar ante el ataque demoledor y la destrucción de la que estaban siendo objeto, sin que hubiera habido una previa declaración de guerra, la familia Zabinski corría desesperada atravesando las calles del barrio antiguo y a duras penas consiguieron llegar de nuevo al zoo.
Jan pensaba que el cerco a la ciudad sería inminente. Organizó rápidamente la salida de su mujer y su hijo de Varsovia hacia un pueblo cercano llamado Rejentówa, quedándose él al frente del zoológico.
Miles de civiles tuvieron el mismo pensamiento y en una huida apresurada abandonaron la ciudad a pie, apenas sin pertenencias, acarreando tan solo con los pocos enseres que podían llevar. Impulsados por el miedo y el instinto de supervivencia realizaban un esfuerzo por alejarse y buscar un lugar más seguro. Una interminable columna de gente volvió a escuchar los zumbidos de la aviación germana rasgando el cielo. Los temibles Stukas aparecían como aves de presa, sin alma, voraces, no dudando en abalanzarse a velocidad de vértigo sobre una muchedumbre indefensa, al tiempo que disparaban sus balas y alcanzaban sus objetivos fácilmente, provocando entre la población el pavor y la dispersión. Los pilotos de los cazas polacos eran hombres cualificados y famosos por su valor pero no podían competir, sus aviones estaban obsoletos, con los modernos y veloces Junkers JU-87 Stukas. Tan clara desventaja no les detuvo a la hora de lanzarse con determinación en persecución de los invasores logrando derribarles, al menos en aquella ocasión, y salvar la vida de sus compatriotas que enloquecidos de fervor y agradecimiento les vitoreaban.
La información que le llegó a Jan era muy preocupante, revelaba el avance de las tropas alemanas desde Prusia Oriental advirtiendo que no tardarían en alcanzar Rejentówa, hecho que le obligó a salir precipitadamente a buscar a su familia y llevarles de vuelta a la capital. Los nazis habían desarrollado estratégicamente la invasión desde tres ejes diferentes que terminarían por confluir en Varsovia. El ataque principal lo realizarían desde el territorio nacional alemán sobre toda la frontera polaca, bajo el mando de Gerd von Rundstedt. Un eje de ataque secundario por el norte, desde Prusia Oriental, ejecutado bajo el mando de Fedor von Bock. Y otro eje de ataque terciario por parte de los aliados eslovacos, con apoyo de unidades alemanas, bajo el mando de Ferdinand Catlos. Su intención no era otra que aislar la fuerza principal del ejército polaco al oeste del Vístula con el fin de ser, posteriormente, destruido.
Por su parte el ejército polaco había recibido órdenes precisas de defender Varsovia hasta el último aliento. A su regreso, los Zabinski, se encontraron el zoo devastado. El desolador sufrimiento de los animales que aterrados aullaban, barritaban, gruñían, chillaban o gemían les sobrecogió el alma. Tuvieron que presenciar con impotencia cómo los soldados polacos se veían obligados a sacrificar a muchos de aquellos animales que estaban malheridos. Una tercera parte de los animales fueron masacrados por las bombas de los nazis. El tiempo no se podía detener para asimilar cada trágico suceso y con el rostro anegado por las lágrimas se vieron forzados a reaccionar con rapidez pues suponía la diferencia entre vivir o morir. Jan, como veterano de la Primera Guerra Mundial tuvo que incorporarse al día siguiente a filas. Una vez más se despidieron, a Antonina y a Rys no les quedó otra opción que refugiarse en la casa de unos familiares.
Los bombardeos continuaron hasta finales de septiembre. Fue el general Erwin Rommel, cuyo apelativo el ‘Zorro del Desierto’ le definía, quien se dirigió por radio al pueblo polacoensalzando su valentía e instándoles a rendirse de una manera digna. Un despliegue de soldados alemanes en formación, de tanques, batallones y caballería desfiló por sus calles adueñándose de la ciudad ante los atónitos ojos de sus ciudadanos. Un tiempo después Jan, exhausto y demacrado aunque felizmente sano y salvo, volvía a reunirse con su familia.
Con el cese de los bombardeos la familia Zabinski pudo regresar definitivamente a su hogar. Comprobaron que la casa misteriosamente seguía en pie, había sufrido daños pero podría ser reconstruida para habitarla en su mayor parte. Totalmente desolados ante la situación que vivían muchos de sus amigos y vecinos judíos, recluidos en el ghetto, pensaron que debían hacer algo para ayudarles, y con esta decisión su destino quedó ligado al de ellos. A partir de entonces siempre llevaban oculta en algún bolsillo de su ropa una cápsula de cianuro.
Jan Zabinski no se quedaría de brazos cruzados viendo cómo los nazis destruían su país y a sus gentes. Ideó un plan. Se le ocurrió un proyecto, la cría de ganado porcino, con la excusa de alimentar a las tropas alemanas. Para ello disponía de un contacto importante, Luck Heck, un alemán antiguo conocido y miembro de la Asociación Internacional de Zoológicos, a quien le gustó la idea. Por otra parte, Jan, como teniente veterano de guerra también estaba bien informado y relacionado. Pertenecía a la Guardia Popular que estaba formada por unos 380.000 soldados y también colaboraba con la Resistencia, la mejor organizada de toda Europa.
“Jan y Antonina utilizaron el zoo para esconder a muchos judíos que lograban escapar del ghetto, también a soldados que sobrevivieron a la invasión, todos ellos necesitaban de manera urgente un lugar eventual donde ocultarse, alimentarse y proveerse de documentos falsos”
Les llamaban los ‘Invitados’, les ponían nombres inventados, apodos, además de utilizar constantemente consignas para avisarles de cualquier peligro. Eran conscientes del enorme riesgo que corrían sus vidas, (cualquier persona que ayudase a un judío era ejecutada junto a toda su familia), lo cual les hacía vivir en un estado permanente de atención y alarma. Cuando alguien desconocido e aproximaba a la casa, Antonina corría al piano y comenzaba a tocar ‘Go, Go to Crete’, con esta advertencia los Invitados sabían que debían ocultarse inmediatamente. Tenían demasiado cerca un batallón de soldados que se había instalado en una zona del parque y disponían de un almacén donde posiblemente guardaban armas. Jan vivía una vida doble y al límite, por un lado su pertenencia a la Resistencia, por otro como cuidador de los Parques y Jardines de Varsovia y de la granja porcina. Procuraba no comentar sus actividades bélicas con su esposa para no preocuparla contaminando más su estado de ánimo. Participaba en la construcción de bombas, en la construcción de sótanos y búnkeres, espionaje, sabotajes, descarrilamientos, atentados a los nazis provocando explosiones a lugares que frecuentaban y un sinfín de actividades. Daba clases de biología y parasitología, no asistían muchos alumnos por causas evidentes, en aulas nómadas para no ser localizados. (Los nazis habían prohibido las clases secundarias y los estudios universitarios) También se desplazaba habitualmente al ghetto, llevando escondidos alimentos, mensajes o notas a sus amigos y conocidos, gracias a un pase especial se le permitía la entrada y salida sin demasiados impedimentos. Ayudó a evadir a algunos judíos con aspecto más ario, porque no llamaban la atención, haciéndoles pasar por colaboradores suyos, después les ocultaba en el zoo hasta conseguirles documentos y abrirles un paso seguro fuera del país. Su hogar se convirtió para los perseguidos en ‘La casa de la Esperanza’. En 1943 comenzaron a llegar Invitados con noticias escalofriantes sobre la brutalidad que ejercían los nazis “en los campos de trabajo”.
Continuará…
a la espera de la siguiente entrega.