«No se puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro o querrá mucho a uno y despreciará al otro».
Me planteo al leer este versículo del evangelio de S. Mateo si puede resultar aplicable a la amistad, sobre todo cuando un amigo es amigo de otro o de otra, que desprecia al primero.
No se puede negar que en la vida las relaciones humanas pueden ser tan complejas como intrincadas. Todos nos enfrentamos en algún momento al hecho en el que nuestras amistades y enemistades se entrelazan de formas inesperadas, creando dinámicas difíciles de manejar. Aún así, si lo que pretendemos es salvar la amistad por aquello que, un amigo es un tesoro; la forma más eficaz y única de conseguirlo es buscando refuerzo en uno de los valores fundamentales que la sustentan, como es la lealtad, manteniendo una comunicación abierta y sincera.
Ahora bien, a pesar de ese refuerzo, el problema se incrementa cuando el pretendido amigo juega a dos bandas, mintiendo, disimulando o compartiendo intereses comunes, que suponen entrar en una competencia desleal con una aparente ecuanimidad que, sólo es eso, apariencia; revelando en definitiva, cierta connivencia, no sólo activa, sino aún peor, de forma pasiva y a espaldas, hasta el punto que el esfuerzo por ser tolerante dentro de esta situación insostenible a tres, se vuelve perjudicial y tóxica en orden a mantener un bienestar emocional, lo que necesariamente, unido a que las amistades, como todo en esta vida, no dura para siempre, sobre todo cuando no son verdaderas, hace necesario tomar medidas de protección en orden a preservar la propia salud mental y emocional, siendo lo más prudencia como medida cuatelar el distanciamiento.
Aún a pesar de tomar conciencia que cualquier amigo es una persona individual con sus propias relaciones y elecciones, el agotamiento por la falta de lealtad y sinceridad, con medidas verdades o verdades ocultas, lleva de forma inevitable a peder el verdadero sentido de la amistad, y consiguientemente la confianza y la seguridad en ese amigo que juega a dos bandas, haciendo imposible navegar en una línea de madurez y respeto, al sobrepasar los límites de la lealtad, lo que lleva de forma inevitable a perder la confianza y la seguridad en ese pretendido o aparente amigo.
Y, es que…, los límites en la amistad son esenciales para mantener relaciones saludables, equilibradas y respetuosas, no como barreras, sino como guías que permitan que la amistad crezca y se fortalezca, sin que ninguna de las partes se sienta abrumada o descuidada. Establecer y respetar estos límites requiere comunicación, comprensión y, sobre todo, un profundo respeto mutuo y la necesidad, en algún momento de tomar partido ante la situación más justa o menos perjudicial, sin juegos ni sortilegios basados en percepciones personales o suposiciones paranoicas que no se corresponden con la realidad.
Es cierto que hay personas en la vida que se dejan arrastrar por una luminaria que, no sólo no es más que una simple apariencia de luz, sino que además es una completa farsa agravada por una malignidad propia de los que habitan en el infiero, además de una psicopatía manifiesta, todo ello envuelto en un lucimiento de mentiras que al igual que Eva, aquella creada por el Dios de los cristianos para poblar la tierra, no sólo es cómplice de la serpiente del mal, sino que ella misma se transforma en este reptil ofidio sin pies, con tanto veneno que emponzoña todo aquellos que toca, ocultándose en templos de sabiduría a los que ha accedido mediante el engaño, cuando no es más que una torpeza absoluta, reproductora de citas filosófica incapaz de catalizar en su interior, pero sí capaz de vender a su propia madre o a sus parejas, insinuándose a hombres y mujeres que se quedan con el envoltorio al ser incapaces de ver el interior.
Lo cierto es que, estos Adanes que critican la fraternidad en vez de practicarla, para los que la persuasión de las artes femeninas de la seducción, tanto física como emocional, les hace perder los valores y principios que debe regir la amistad, fueron considerados amigos, ahora seducidos y atrapados por esa serpiente frustrada de apariencia social, deben ser conscientes de la realidad con la que he iniciado esta mi palabrería, cual es que, es imposible servir a dos señores compartiendo intereses que menoscaban la confianza con uno de ellos, pero sobre todo cuando uno de esos señores o señoras, o señor y señora, dinamita con su manifiesta soberbia y mal proceder, el consenso para mantener una relación a tres bandas, haciendo que las percepciones se conviertan en realidades donde las matemáticas no funcionan, porque cualquier variable que se pretenda utilizar en esta fórmula compleja de relaciones personales me llevan a afirmar que 2+1= multitud, y que cuando el corazón se rompe y la armonía desparece, lo mejor es tomar distancia para meditar sobre si es conveniente terminar la amistad o salvarla dejándola en reposo el tiempo suficiente para que pueda tener cabida otra oportunidad, eso sí, despues del correspondiente examen de conciencia y, aunque no creo en religión alguna, dolor o arrepentimiento por los pecados o errores cometidas, propósito de la enmienda y reparación del daño causado… y siempre y cuando la serpiente, aunque mude de piel, permanezca alejada, pues ella nunca tiene conciencia del mal causado, y si la tiene su soberbia le impide reconocerla. Pero alla cada uno y sus amistades. Allá cada uno y sus elecciones. Allá cada uno con su palabrería y emociones. Allá cada uno y sus actos, porque estos son al final los que nos definen.
Pues sí, lealtad y amistad debieran ser un binomio.