De repente los ojos como platos. Todo es oscuridad y silencio a mí alrededor, pero una sensación indefinible de angustia me atenaza y ha producido mi desvelo. Definitivamente no es el síndrome de la almohada contable, no hay ninguna procacidad financiera a la vista. No, tampoco me he peleado con nadie y lo que habría tenido que decir y no he dicho perturba mi sueño.
Miro la hora. Las doce y dos minutos. Hora de fantasmas y apariciones. ¿Hora de fantasmas?, ¡Claro¡, ya se lo que me pasa, el fantasma de la jornada de reflexión que ha venido puntualmente a remover mi conciencia ciudadana por no haber decidido, aún, a quien voy a votar.
“Bueno, ya por la mañana lo decido, tampoco es tan difícil”, me digo retomando postura de oreja en la almohada firmemente decidido a retornar a los brazos de Morfeo. Nada, el sueño no acude, las ovejas circulan incesantemente ante mis ojos pero llevan banderitas de partidos y tienen caras de candidatos. Es más, en vez de “beeee”, dicen: “votameeee”.
Así no hay quien duerma, las doce y cuarto y ni consigo conciliar el sueño ni reflexiono con lucidez. Al fin me levanto, enciendo la luz de mi despacho y me pongo a reflexionar, con firmeza, con dedicación, con esfuerzo. Por no ponerme escatológico no doy el símil evidente del estreñimiento, en este caso intelectual. Que duro es esto de sentirte ciudadano.
Empiezo por organizar el acopio de información para la toma de decisión. Descarto los partidos residuales y cuyos mensajes iniciales me llevan a estados emocionales impropios, de la risa a la indignación, y a los que quedan los coloco por riguroso orden alfabético. Últimas declaraciones de los líderes y candidatos.
Pasada esta primera roda de información ya tengo una primera reflexión madura. No puedo votar a ninguno porque, según me explican claramente los otros, si los voto estaré colaborando a crear una ciudad inhabitable, una comunidad inhumana y aun país insufrible. Del futuro ya ni hablamos.
Esto es imposible. Alguno habrá que sea mejor, digo yo. En la segunda ronda de reflexiones me voy a los mensajes positivos e intento olvidarme de las descalificaciones. Cuando finalizo tengo que hacer una segunda lectura porque no encuentro apenas nada sobre lo que se comprometen a hacer, solo lo que van a deshacer. Triste camino. En todo caso lo poco que puedo deducir de lo poco que me queda es que todos y cada uno están contra la corrupción, van a solucionar el paro y proporcionarme el estado de bienestar que siempre hemos soñado. Los que lo han desmontado me prometen que lo van a volver a montar y los que no han tenido oportunidad de desmontarlo lo mismo. Eso sí, ninguno me explica cuánto cuesta lo que me prometen, de donde va a salir y cuáles son las consecuencias a medio y largo plazo de las decisiones tomadas. Aire. A estas alturas de la reflexión sufro de gases.
Vale, por aquí no voy a ningún lado. Solo palabras, promesas, algunas tan imposibles que rayan en lo soez. Está claro que prometer, descalificar y mentir, son verbos irregulares. Al menos se conjugan irregular y temerariamente, con absoluto desprecio hacia la inteligencia y capacidad de ¿reflexión? de quien los está escuchando. Me viene a la memoria una frase no por procaz menos verídica: “Prometer hasta meter y después de haber metido nada de lo prometido”. Lo dicho, procaz pero veraz. Antigua pero en plena vigencia.
A estas alturas, ya las siete de la mañana, me inclino por una tercera ronda de reflexión. Hechos. Ya el simple enunciado me pone los pelos de punta. En este caso me asalta un símil culinario que me desarbola y deja inerme. La honradez de las personas depende del pan que tengan y la cantidad de salsa que le pongan delante. ¿Cínico? Puede ser, que no digo yo que no, pero realista. Todos aquellos partidos que han dispuesto de pan han mojado con fruición y sin recato. El título del cuento solo varía en el número de ladrones que acompañaban a Alí Babá. ¿Y los que no? Yo he apuntado a la condición humana, no a la política. Pon una buena fuente de salsa y se llenará de barquitos. Que puede que haya alguno a régimen de conciencia, o ahíto ya de comida, o enfermo del estómago económico, claro, puede, pero son los menos, si es que son.
En fin, esto lleva mal camino. Los ojos se me cierran pero solo son breves segundos. El fantasma de la jornada de reflexión me atormenta, me acosa, me impide conciliar un sueño inocente y reparador, el sueño del ciudadano probo y cumplidor con sus obligaciones. Y el caso es que no veo salida. No sé cómo tomar una decisión madura y responsable basada en unos parámetros aceptables, realistas. Espero que no me pase como en las últimas, varias, elecciones. Voto por sorteo o voto en blanco.
En fin las nueve de la mañana y aquí sigo, reflexionando que es gerundio, en busca de un participio.