Se podría pensar, al leer el título de este artículo, que me refiero a la nostalgia que siento por la juventud perdida; pero nada eso. No siento ninguna nostalgia por mi juventud perdida, sino todo lo contrario; aunque el diablo me ofreciese el trato de vivir eternamente joven no lo aceptaría. La vida es bella, sin duda; pero si fuera eterna y sin las canas de su escuela, no merecería tanto la pena.
Cuando tomo prestada la expresión de Rubén Dario, “juventud, divino tesoro”, me estoy refiriendo a lo orgullosa que me siento de la juventud española de extremo a extremo de este precioso país. Me estoy refiriendo a lo estupefactos que nos han dejado nuestros jóvenes, presentándose en masa en Valencia para, con una escoba o una pala…, ayudar.
Por el contrario, como la inmensa mayoría del pueblo, por la actuación de la clase política en la terrible catástrofe que estamos viviendo no siento ningún orgullo, sólo desprecio. Los políticos de las distintas administraciones, autonómica y nacional, han actuado, en la mayoría de los casos, de forma irresponsable y, el número uno, hasta de forma vil.
Según cuentan las crónicas de antaño, en el Cantar del mío Cid: “¡Dios qué buen vassallo! ¡si oviesse buen señor! “
Haciendo una extrapolación histórica, podemos sustituir al señor del Cantar del mío Cid por el poder establecido en la España actual y al vasallo por el pueblo español. Los momentos tremendamente duros que sufren nuestros compatriotas y hermanos valencianos, nos hacen pensar y sentir a todos, que ese poder no está a la altura de este gran pueblo que lleva un Cid dentro y un “Cervantes Quijote”.
Esto es España, ni más, ni menos; una grandísima nación cuyos ciudadanos no son comunes, ni por su historia, ni por su forma de enfrentar los acontecimientos que esa historia deparó y depara.
Viendo las imágenes de ese ejercito de jóvenes en la catástrofe valenciana, convencidos de que deben ayudar, porque lo consideran su deber, sin que nada ajeno a sus propias conciencias se lo haya impuesto, se me hace un nudo en la garganta y me conmuevo profundamente.
Reflexionemos y sintámonos fuertes, nos queda la juventud frente a esas posaderas que se agarran a su poltrona de forma pertinaz y obsesiva, pensando que heredarán el poder en este mundo. Nos queda ese divino tesoro que todo pueblo necesita para seguir siendo; no la masa de Ortega, sino el individuo que actúa al unísono en masa, pero con el alma única de su historia valerosa.
Vuelvo a repetir: ¡qué orgullosa estoy de ser española!; de pertenecer a este pueblo hermoso que se demuestra a sí mismo lo bien que ha sabido educar a sus jóvenes, a pesar de sus leyes de educación, transmitiéndole los eternos valores de hermandad y
solidaridad; conceptos muy complicados de entender para quienes nos desgobiernan y tratan de dividirnos.
¡No lo conseguirán!, las dos Españas son historia; además historia inventada, no hubo, hay, ni habrá dos Españas; en Valencia yo veo una sola.
Sí, juventud española, divino tesoro, tú no eres fango, todo lo contrario, barres el fango que te han vertido encima aquellos que son menos que fango.
Hace mucho tiempo que no tengo “ismos”, todos se me cayeron; no así las ideas. Mi idea paradigma, de la que cuelgo todo mi pensamiento ahora y a la que me agarro con todas mis fuerzas, es la idea de humanidad.
¡Olé por el divino tesoro de la juventud española! ¡Ánimo Valencia, cuentas con ellos!