RAY BRADBURY, CIEN AÑOS

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El 22 de agosto del 1920 nacía Ray Bradbury, quizás uno de los mejores narradores del siglo XX, aunque su etiqueta de escritor de ciencia ficción lastrara su fama en los años en que tal literatura era sinónimo de obra menor y solo reconocida por un círculo bastante reducido de entusiastas, a los que aún no se les denominaba friquis.

Parte de la obra de este evocador de mundos mágicos, levemente arcaicos, a pesar del futurismo, íntimos, a pesar de evocar el espacio en muchos casos, se mueve en un mundo difícil de ubicar en el tiempo, difícil, salvo por los nombres conocidos, de situar en un espacio reconocible.

Cuando pensamos en Bradbury, en su obra, lo hacemos habitualmente en las más conocidas, en Farenheit 451, o en sus Crónicas Marcianas, porque saltaron al cine y a la televisión y marcaron otra forma de entender el mundo. Pero ni son la únicas, ni siquiera, para mi gusto, las mejores.

A mí me enamoró de Bradbury, y comparto con Chicho Ibañez Serrador el gusto, un cuento corto titulado “El Cohete”, que él llevó a sus historias para no dormir, pero que simplemente habla del inmenso amor paterno-filial de un chatarrero que compra un cohete. La historia es simple, es corta, es de una sensibilidad y una belleza difíciles de imaginar.

Yo creo que es en su infinita sensibilidad, en su capacidad para hacernos sentir la magia como algo propio y habitual, donde Ray Bradbury se mueve como pez en el agua.

“El Hombre Ilustrado”, “Las Doradas Manzanas del Sol”, “El Vino del Estío”, son sin duda obras que merecen estar en la biblioteca de cualquier lector que ame la sensibilidad narrativa, la belleza de universos contemplados en el discurrir cotidiano del nuestro propio.

He sostenido muchas veces, y lo mantengo, que Ray Bradbury es, para mí, el Borges de la ciencia ficción, el hombre capaz de manejar las palabras para hacernos acceder a remotos paisajes interiores.

El literato cumpliría en estos días cien años, pero su obra, sus obras, deberían de conservarse entre aquellas que los maestros utilizaran para una mejor formación del espíritu de sus alumnos, literatura aparte.

Hay rincones en el alma que solo pueden vibrar cuando las palabras son magistralmente dirigidas hacia su ámbito, sentimientos que despiertan con historias que acaban haciéndose propias. Hay experiencias que solo la obra de Ray Bradbury puede abrirnos.

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