RACIONALIDAD, MARKETING Y EMOCIONES

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Tiempos difíciles, en una época en que la transición hacía nuevos modelos avanza lastrada por la precariedad. Estamos en la era de la posverdad. Solos, ante una globalización cruel y pandémica el ciudadano se confina en sí mismo, como resistiéndose a ser engullido por el presente, un presente que se rompe hacía dentro, implosivo y contumaz.

Seguimos anclados en paradigmas que ya no representan los ideales de una generación con multitud de líderes informales, cuyos discursos transcienden valores y conductas que ya pertenecen a otro tiempo. Es por estos que podemos decir que se nos ofrece una realidad configurada según patrones y algoritmos hechos a nuestra medida y a esta realidad le damos más credibilidad que a la propia realidad de los hechos. Ralph Keyes lo explica mucho mejor en su libro The Post-Truth Era (2004). Poniendo en riesgo el papel de la razón en la toma de decisiones.

Por eso cuando nos referimos a los discursos populistas justificamos su calado en determinados espectros sociales con la frase “es que dicen lo que la gente quiere escuchar” pues bien, a partir de ahí ya han captado la atención del ciudadano. Ese proceso de empatizar, el Pathos aristotélico, en que el  lider se pone en el lugar de quien lo escucha, que comprende su frustración  y se ofrece para resolver sus problemas; ese proceso que hace que lo racional esté cada vez más ausente en nuestra toma de decisiones y en su lugar aparezcan la tristeza, la ira, o la solidaridad, dependiendo del escenario. Da igual que lo que se transmite sean obviedades, que la estructura del discurso sea lo de menos; lo importante es que carezca de método, cuánto más básico y simple mejor será percibido y asimilado. Inducir al ciudadano a transitar desde lo concreto a lo general.

De esta forma la adquisición de conocimientos depende cada vez más de un marketing cuya estrategia tergiversa el espacio racional, redirigiéndolos hacía lo emocional y asi hacernos creer que su oferta aflora desde nuestro subconsciente, como algo consustancial a mostros mismos.

A veces para justificar al colectivo, cuando este se deja llevar por ese marketing, se acude al sentimiento, ocurrió en Octubre de 2017 en Cataluña, el populismo inicial, en este caso el de los convergentes del 3%, eligió como bandera el sentimiento sobre la razón y el resultado fue que el envoltorio predominó sobre la estructura y el ciudadano, aún hoy, continua buscando la lógica de aquellas actuaciones. Es un ejemplo, sin ánimo de polemizar.

Porque cuando predominan las emociones sobre los hechos objetivos, en la percepción de los ciudadanos, la información no necesita ser procesada y a partir de esa circunstancia el terreno está abonado para el totalitarismo, porque el objetivo de los charlatanes es embriagar el subconsciente, hurtándoles a los ciudadanos la capacidad de reflexión, la posibilidad de racionalizar y hacerles entrar en una especie de trance mesiánico, de creer  sin necesidad de comprender lo que le están transmitiendo y asi crear nuevas realidades.

El marketing emocional, herramienta en un principio propia de las empresas como estrategia de ventas, ha sido incorporado a la ingeniería política de la derecha y ultraderecha, con su carga añadida de mentiras,  asi apelan al sentido del patriotismo, a la inmigración, como alteradora de la esencia carpetovetónica, a las víctimas de ETA o a los muertos durante la pandemia; les da igual. El slogan de sus campañas podría ser “votar PP o VOX es un sentimiento” con la misma carga de profundidad que tuvo el “votar Ayuso es votar libertad” Prestemos pues atención a los datos y como estos, sí nos inducen a interpretarlos erróneamente, nos pueden llevar a contextualizar una realidad social ajena a los intereses de los ciudadanos.

 

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