He tratado de eludir enfrentarme a esta pregunta, no por la respuesta, sino de la forma en que ésta es aceptada o rechazada por quien se haya atrevido a entrar en estas profundidades, y por las formas en que dicha aceptación o rechazo se manifiesta.
También, quiero dejar claro que no pretendo abordar este tema desde una perspectiva religiosa y hacer de la respuesta a tal pregunta algo dogmático, entre otras razones porque encasillar todo no es de mi agrado. Me es imposible aceptar algo si no lo entiendo porque mi fe es más bien poca y, a veces, mi corazón duro… y la carne débil.
Por otra parte, tengo verdadero horror a esos dioses a los que se les pone cara, porque las caras han causado y siguen causando mucho daño. Dioses que se emplean al antojo del usuario teísta. Jeová, Dios, Alá, Buda, pero también, los dioses del amor, de la fortuna, de la salud… de la guerra… Elijan el bazar espiritual ha abierto sus puertas.
No soy digno de tener un dios con cara y, ante la pregunta de si pueden existir otros dioses que no sean los que la religión de cada uno nos ha inculcado, la respuesta debe ser afirmativa.
Los más ateos, algunos de ellos llevando el ateísmo como una religión, que paradoja, aseguran, ya que ellos nunca se preguntan por estar por encima de dioses, niegan la existencia de cualquier dios con el único fundamento que no se puede probar, pero además, porque, poniendo en relación con el aspecto dogmático de las religiones éstas atentan contra la libertad del individuo. Y no les falta, en cierto modo, razón: para afirmar que algo existe hay que probarlo.
No puedo, y pretendo menos aún, imponer una creencia sobre algo. Las cosas son o no son, existen o no existen, son tangibles o no lo son
Tras algunas lecturas del Nuevo Testamento, y algo del Antiguo, estoy convencido que de la misma manera que si hubiese leído el Corán o cualquier otro libro sagrado, que he empezado a hacerlo, el resultado sería el mismo para mi. El rechazo de los dioses con cara, y menos un dios que premia a los buenos y castiga a los malos….
Perdonen le petulancia, necesito un Dios más grande, más infinito… sin número de serie y menos con un manual de funcionamiento bajo el brazo. No puedo con esos dioses y, menos aún con quienes los defienden desde el fanatismo. Desde un fanatismo terrorista no sólo con víctimas de carne y hueso, sino también con víctimas ideológicas al actuar contra su libertad de pensamiento, de actuación, de decisión; es decir, anulando a las personas.
Así pues, si el ateísmo es no creer en un dios con cara, soy ateo, pero si el ateísmo es no creer en ningún dios, entonces, la cosa cambia.
En mi creencia no cabe el chantaje, con promesas o velas a cambio de favores sobrenaturales. Tampoco para tener tranquila mi conciencia pensando en el paraíso. Ya me vale con tenerla sobre mis derechos y deberes civiles para enredarme en problemas de conciencia teísta.
Mi Dios no se acomoda a las necesidades del hombre, más bien al contrario, porque el Dios en el que creo es un todo y es un nada, es la expansión, lo infinito, la creación de la vida, el alfa y el omega, la explosión y expansión constante del universo, las energías que surgen cuando explosiona una Supernova, o la que se concentra en su interior al nacer. Dios es el universo, es la persona que tenemos enfrente, el planeta en el que vivimos y no respetamos, por eso necesitamos acomodarnos a ese Dios.
Todos y cada uno estamos unidos por un árbol de la vida que nos hace parte de un todo, lo que al final debía traducirse en un respeto “quasi sagrado” a todo cuanto nos rodea, a quienes igual que nosotros forman parte de es Dios, de ese polvo cósmico y/o energía cósmica en constante expansión. Eso demuestra que mi Dios es tangible, que existe.