Querido diario,
Vacaciones: por fin libre, con la excepción de las consabidas gestiones de buena mañana; los flecos y flequillos que hay que atildar, atusar diariamente para que los esfuerzos del pasado no sean vanos. El que la sigue, la persigue y la consigue…
Por fin libre, me dedico a visitar la tertulia del Café de la Opera en Las Ramblas de Barcelona. Los participantes en el debate están sentados en la sala cuadrada y se miran en la distancia. Se hace difícil la intimidad en un recinto que suena y resuena a encuentros antiguos. El terciopelo y los espejos presentes intimidan. Y quizá por eso todos recurren a los conceptos para esconder sus sentimientos. La tertulia se titula: “¿Qué configura las relaciones interpersonales, la personalidad o la cultura?
Esos dos conceptos nos limitan tanto, que no aflora lo que de verdad nos preocupa: la comunicación y el encuentro.
En todo caso, los extraños no se miran de cerca en la sala concéntrica, cuadrada, distante, llena de espejos a modo de eco. Así, protegidos por la distancia, elucubran para encontrase después, por fin, a la salida: Confiesa una participante: “Tengo un covid de larga duración. Cada día visito el arrullo del sol y del mar; me estoy curando.”
Ya en el metro, de vuelta a casa, observo que ha llegado el invierno y que los pasajeros en Barcelona, monocordes, van de negro. En eso somos iguales y, por lo menos en eso, no nos andamos comparando.
También somos iguales en que tenemos algo que mirar: la pantalla del móvil: ¡menos mal, no estamos solos! La pantalla es como un espejo que, aunque no nos devuelve las facciones de la cara, sí el eco de nuestras propias palabras: Me ha contestado el mensaje; qué bien; qué pequeño tesoro, qué regalo, no estoy sola.
Incluso me aventuro a dejar un mensaje de voz mientras suena el estruendo de los raíles, puertas y voces estridentes… “próxima parada…”
Compruebo después en casa que, a pesar de todo, mi mensaje de voz queda indeleble: tengo voz. Me gusta escucharla de nuevo para comprender el efecto que pudo tener en mi amigo. ¿Cómo sueno, cómo sueño, cómo lo recibe? ¿Mi mensaje quizá le suene a sus propias palabras? ¿No diría él acaso otro tanto? ¿No somos en eso también iguales?
Así, creo que mis mensajes de voz son para los dos un regalo, y mi dictáfono la caja de las sorpresas íntimas, infinitas, la caja de los regalos. Vibra mi voz con su son y su canción, con palabras expresivas que reservo a las amistades íntimas.
Por otra parte, es un milagro sentir cómo esa mi voz atesorada afecta también al escenario y contribuye al teatro del mundo. Ya dijo Shakespeare: The world is a stage…
Y, yo que trato de emularlo, añado: a stage, a state, a wave, a rage, a page, a sage..
Ya lo tengo, se me ocurre que este año por Navidad mi felicidad compartida sea la canción de mi voz. Quizá así ande dejando buenas vibras y feelings en forma de mensajes de voz que transcriban mi estado de ánimo, más o menos despierto, apagado, conmovido, conturbado…
Esta Navidad, con mucho cuidado, iré escanciando palabras del corazón que puedan nutrir al tiempo y al amigo que siento al otro lado o cerquita, de mi lado…Esta Navidad prefiero el sonido de mis voces, que son las tuyas, que son las nuestras. Te doy un trozo de ti, tú en mí, yo en ti. En eso somos iguales.