Nosotros que al son del rock, del gintonic
y los grises deshicimos caminos mientras,
a media tarde, nos encontraba la vida
en dormitorios ajenos, bordeando el abismo.
Qué culpa tengo de haber sido joven en los años
setenta, de haber llegado a la madurez,
casi de rebote, sin echar de menos discotecas y pub,
sí no serví a ninguna guerra.
Qué culpa tengo sí hay mañanas huérfana
de amaneceres y noches arrebujadas
con la luna, sí hay abrazos que mecen la nada
para que el destino no nos encuentre.
Sí ya no surcan los mares bajeles piratas,
ni hay banderas que adornen los mástiles
con calaveras, sí no hay burdeles ni ron,
ni patas de palo, ni velas ni trinquetes.
Sí por muchas etiquetas de no pasar que le puse
al tiempo no me tiño las canas, sí prefiero
la rosa a la cruz, sí hago de la necesidad virtud y
el responso lo quiero a ritmo de un tango flamenco.
Nosotros, que quedaremos para después, podremos
contar que bailamos el twist, que casi
llegamos a tiempo de ser chicos yé-yé,
y que aprendimos a besar entre guateques y pickup.