Hace muchos años, en casa de Senén, “curmán” de mi madre, en Orense, descubrí un disco, de los Hermanos Calatrava, pretendidamente infantil, con una canción titulada “El Canto de la Lechera” cuya letra decía: “Hay niñas que les gusta la leche condensada, hay niñas que le gusta la leche merengada, hay niñas que le gusta la leche con café, y a usted que nos escucha ¿Qué leche quiere usted”
Sin duda la cancioncilla se ajusta a los cánones humorísticos de aquellos tiempos, inicios del tardofranquismo, pero visto desde hoy, y siguiendo el aire de la gracieta, maldita la gracia que tiene, yo preguntaría por varios temas de actualidad. Pero no era de leche de lo que pretendía hablar, ni del tardofranquismo, ni de los Hermanos Calatrava, ni siquiera de actualidad, no, por lo que me vino a la cabeza la canción en cuestión, fue a causa del arte, mientras asistía a un concierto recopilación, eso que los pintores llamarían una retrospectiva, de una figura de lo que fue, de lo que es, de lo que será, un arte marginal, el cabaret.
Es la segunda vez que disfruto del arte, del descaro, de la verdad de Psicosis Gonsales, que no esconde sus limitaciones tras grandes estructuras de sonido, que se enfrenta al público cuerpo a cuerpo, a esa distancia en la que el ajo en el aliento es perceptible, y hace de la provocación, de la reivindicación de todo lo suyo, un espectáculo divertido, con el toque inevitablemente marginal que el arte marginal, al margen del arte oficial, del arte dinero, del arte de las inversiones y los expertos incuestionables, debe de tener de forma imprescindible.
Son miles, miles y miles, los artistas que se mueven en ese mundo casi secreto de los círculos íntimos, que dependen de los amigos, de los cercanos para llenar una sala alternativa, un cafetín, o un local con actividades culturales, en la que presentan sus ilusiones, sus bagajes, sus capacidades, sus creaciones, para ofrecerlas a un público predispuesto a disfrutar, a compartir, a arropar al artista. Son miles, miles y miles, que sobreviven en los márgenes exteriores del arte y del “artisteo”. Unos son aficionados, otros son alternativos, otros están en un punto no álgido de su carrera, otros, simplemente, al margen de su calidad, no han encontrado el padrino, o el respaldo, para triunfar; para eso que se llama triunfar y que consiste en la masificación de su obra, en la exuberancia de las cifras de su cuenta corriente, y en la entrega de sus capacidades creativas a un mundo comercial.
No, en el mundo del arte oficial, del arte rentable, del arte económico, no todos pueden triunfar. No pueden triunfar, ni siquiera, los mejores, o los más capaces. Unos por convicciones, otros por falta de oportunidades, otros porque no encuentran el camino, el mecenas, o el apoyo, para lograrlo, se quedan a medio camino entre su verdad y su necesidad de sobrevivir defendiendo su vocación, y el triunfo. Y por el contrario, hay mediocres que triunfan, los grandes expertos, los gurús del arte oficial sabrán por qué, aunque seguramente será por su capacidad para aceptar las premisas de un mundo donde el arte va a remolque de lo económicamente rentable.
Sin duda este arte marginal, este arte verdad, este arte de recorrido cercano, la mayor parte de las veces, que permite la supervivencia, apenas, de sus figuras, muchas veces compatibilizando su tiempo con tareas que nada tienen que ver con ese arte, tiene ese toque canalla, esa puesta en escena alternativa, esa vocación de cercanía, del que carece el arte oficial. Outsiders, creo que se llaman en ese inglés que todo lo renombra, artistas imprescindibles para acercar el arte a la gente, a la calle, diría al pueblo si no fuera por la apropiación ideológica del término.
Hacen falta muchos outsiders, marginales, alternativos, para evitar que el arte de los que lo valoran por el precio de la obra, como los que valoran el vino por el precio de la botella, o los que valoran su vida por la cantidad de dinero que han sido capaces de acumular, se imponga al arte popular, al arte de los artistas populares, de aquellos que cobran en momentos de disfrute compartido con su público, en amigos.
Sí, también es necesario comer, todos lo sabemos, por eso mi recomendación es que cuando se entere de que un artista poco conocido, o desconocido, sea pintor, cantante, escritor, bailarín, o trapecista, cuando alguien no perseguido por la fama, pone a su disposición sus habilidades, vaya a compartirlo con él, disfrute, aunque se dé el improbable caso de que su calidad no llene su exigencia, porque puede que mañana, si lo haga.
El arte, si lo pretendemos con mayúsculas, es una habilidad que filtra el tiempo, que sobrepasa modas, aceptaciones y decepciones, y no me voy a poner a dar una lista de nombre que todos conocemos. Cuando esa habilidad alcanza una excelencia única estamos ante un genio, pero genios hay muy pocos cada siglo, y pocos serán los privilegiados que, por amistad, oportunidad o perspicacia, lograrán acceder a sus obras. Yo prefiero el arte voluntarioso y honrado que me sorprende en una esquina con un artista callejero, que me reconforta en un lugar solo para iniciados, o que me ofrecen con la humildad del que tiene autenticidad.
Hoy le doy las gracias a Psicosis Gonsales por su concierto del otro día, como se lo doy a las bandas callejeras que ponen banda sonora a mi vida mientras paso a su lado, o los pintores que venden sus obras en la calle, me gusten o no, o las compañías de teatro alternativo que me ofrecen su mejor representación cada día. A todos y cada uno de esos marginales, a veces marginados, que se esfuerzan por ofrecernos el arte que ellos guardan en su interior, y sacan a su exterior, al nuestro.
Conmovedor artículo.
Cierto es que, en el mundo del arte que triunfa, no están todos los que son, ni son todos los que están.
Estupenda reflexión Rafael! que nos hará valorar más a los artistas auténticos y generosos y a su arte. Muchas gracias. Un saludo
Proximamente en sus pantallas, una leve crónica sobre el concierto que tú ya sabes.