Las guerras generan sufrimiento entre quienes la padecen y euforia entre quienes las generan y su exposición prolongada narcotiza las conciencias de quienes pueden evitarla. os acontecimientos recientes, unos domésticos, la batalla de la calle Génova, y otros globales, la invasión de Ucrania, tienen su origen en la corrupcion, en la carencia de ética y en la cada vez más amoral estructura social contemporánea. Contribuyen a solaparse y en función de la magnitud esquivan responsabilidades utilizando la globalidad como adormidera. Ya pocos recordamos Afganistán, o los desmanes de Boris Johnson, por acercarnos a conflictos paralelos a los actuales de Ucrania o el PP.
A pesar de los instrumentos de los que se dispone para minimizar la corrupcion, portales de transparencias, tribunales de cuentas, defensores del pueblo…..la cuna sigue estando mecida por intereses espurios, ajenos al interés general y en beneficio de unos pocos, estaríamos hablando de oligarquía o en beneficio de una estructura de poder, diríamos entonces que se trata de una plutocracia. Ambos se complementan y como nexo de unión surge los autócratas y su corte de sátrapas modernos, la oligarquía rusa. Paradójicamente Vladimir Putin sería un autócrata, su voluntad es la ley, curiosamente se daba especialmente este título al emperador de Rusia, que gobierna una plutocracia, preponderancia de los ricos en el gobierno del Estado, según la RAE.
La Organización para la transparencia Internacional y el derecho a la información ha catalogado a Rusia en la posición 136 de los 180 países analizados. En el índice de percepción de la corrupcion, que clasifica a los países puntuándolos de 0 (percepción de altos niveles de corrupción) a 100 (percepción de muy bajos niveles de corrupción) en este índice Rusia ocupa el puesto 29. Putin, el nuevo zar, autócrata y corrupto de una Rusia que pretende reordenar el territorio de lo que un día fue la URSS.
A Putin hay que derrotarlo desde la paz, desde el marco jurídico internacional de los derechos humanos, desde los mecanismo que tiene la democracia para evitar actos contra la humanidad y hay que hacerlo ya. Los sistemas democráticos occidentales, a pesar de las medidas adoptadas, se han puesto de perfil en el pasado reciente ante las continuas agresiones de Putin a la integridad y la unidad europea, esta indiferencia ha ido alimentando la insaciabilidad de un autócrata corrupto y amoral.
El pueblo ruso no debe esperar, como el alemán en 1946, a un juicio de Nuremberg para tomas conciencia de la barbarie de sus gobernantes. Aunque Rusia no haya suscrito el Estatuto de Roma y tampoco Ucrania, lo que dificultaría la actuación de la Corte Penal Internacional, es una obligación moral de advertencia a los gobernantes y de información a la ciudadanía, el inicio de un proceso ejemplarizante que evalué y condene formalmente desde el marco jurídico internacional está invasión de Ucrania por parte del gobierno de Putin. En este aspecto saludar la acción del fiscal de la Corte Penal Internacional de La Haya, que ha iniciado una investigación sobre posibles crímenes de guerra o de lesa humanidad en Ucrania. España ha sido uno de los 39 países que lo han solicitado.
Es cierto que las democracias occidentales se están movilizando, desde el principio, con la unión sin fisuras de los 27 países para imponer duras sanciones a Rusia, es cierto que se están rompiendo barreras impensables, la neutralidad Suiza en materia financiera quizás sea la más significativa o que Alemania haya roto el principio político de no exportar armas a zonas en conflicto y sobre todo el reconocer masivamente el status de refugiado a los ucranianos. Es cierto que la solidaridad de los ciudadanos europeos está siendo ejemplarizante, pero también es importante que la historia no olvide y para ello el gobierno ruso debe no solo ser condenado diplomáticamente por las cancillerías occidentales, también debe ser condenado por la justicia internacional y poner caras a los nombres y apellidos responsables de esta barbarie.