Oigo hablar de percepciones, de puntos de vista, de interpretaciones, de maneras de enfocar un problema. Y aunque últimamente solo oigo hablar de un problema y el surtido de percepciones, casi todas contradictorias, se refieren a su solución, o, para ser más exactos, a su futura solución, las percepciones, o ámbitos de percepción, son casi invariablemente los equivalentes para cualquier otro problema.
En este problema que nos acucia, el coronavirus, desde el primer momento he tenido la percepción de que nadie nos cuenta la verdad, o de que todos nos mienten, que, al fin y al cabo acaba siendo la misma cosa. Pero esa percepción, sin variar en el fondo, sí ha variado en la motivación: empecé pensando que nos mentían por ignorancia, luego pensé que nos mentían por incapacidad, pero ahora mismo pienso que nos mienten por soberbia y por interés. Claro, es mi punto de vista, que no tiene por qué ser mejor que el suyo, el de usted estimado lector, o el suyo de ellos, de los que tendrían que estar llamados a informar y formar nuestros puntos de vista.
¿Y quiénes son ellos? –y parezco Perales-, pues los que están en boca de todos, los científicos y los economistas, los que todos invocan, los políticos, organizaciones mundiales y actores sociales, y a los que todos ignoran, los ciudadanos de a pie.
Así, a primera vista, la simplificación que lleva a la confusión, seguramente interesada, me parece evidente, y permite ser usada con absoluta inadecuación y descaro por los beneficiados de que la gente de a pie no tenga un punto de vista propio, independiente, inteligente. Nada nuevo.
El debate está planteado entre los puntos de vista de los científicos y de los economistas. Así, a lo bruto, sin matices, como si fuera el día después del sorteo de navidad y nosotros fuéramos de los no agraciados: “lo importante es la salud”, suele decirse con un toque de falsa resignación. Está claro, los muertos no necesitan economía. Pero los vivos sí, sobre todo los más desfavorecidos, que al final de una crisis suelen ser más, en número, y menos, en capacidad económica y social. El caso es que, según la conveniencia e interés, el título de científico es otorgado o retirado por las facciones opinantes sin ningún rigor, ni conocimiento
Para empezar suele meterse en un mismo lote, o grupo, para evitar ofensas, a los médicos, a los científicos y a los “expertos”. Todos son científicos si dicen lo que de antemano queremos oír, y todos son unos indocumentados, o unos visionarios, o unos vendidos, o unos charlatanes, si opinan lo contrario. ¡Que bobada!
El bloque de los llamados científicos, nos pongamos como nos pongamos, es un pandemónium sin posible uniformidad de criterio, ni de formación. Ni todos los médicos son científicos, ni todos los científicos son médicos, ni todos los que se desenvuelven en el mundo de la medicina son ni una cosa ni la otra, pero parece que son los únicos a tener en cuenta en cuanto a su punto de vista, según la mayoría de los opinadores oficiales y oficiosos.
Claro que parece ser, y esto es pura observación personal en el tráfico de las redes sociales, que solo son serios y fiables los que opinan a favor del gobierno, mientras que los que opinan de otra forma, son profundamente sospechosos de motivos políticos al pronunciarse. Más simples que el mecanismo de un chupete.
El caso es que, nos pongamos como nos pongamos, si solo tenemos en cuenta el punto de vista médico, la solución al problema será puramente médica, sin tener en cuenta ningún otro factor, sin tener en cuenta que los vivos tienen necesidades que no se contemplan en una pura solución cuya principal motivación puede ser preventivista, cuando no anticipatoria, con lo que eso supone de cuestionable incluso dentro de la misma profesión médica.
Nadie quiere muertos, nadie puede contemplar impávido la muerte a su alrededor, su propio riesgo de morir, sin sentir un pellizco en el alma, pero eso no significa que entreguemos nuestro futuro, nuestro bienestar y nuestras libertades en manos de un punto de vista previsible y sin equilibrio. Y en ello estamos
Tampoco el punto de vista que aportan los economistas difiere mucho, en su parcialidad y falta de análisis suficiente de las consecuencias, del científico, pero en este caso solo se analiza la parte económica, y las medidas médicas oscilarán entre la carencia y la insuficiencia. Su principal preocupación, característica de los mal llamados actores sociales, será el estado de beneficios de la gran empresa y la consolidación de unos presupuestos de aliño que permita la permanencia del consumo y la mínima inversión en infraestructuras que palíen de forma real las necesidades de ellas que la crisis ha dejado al descubierto. Ni las organizaciones empresariales, ni los sindicatos, ni los teóricos económicos de la macroeconomía, tienen demasiado que decir en cuestiones médicas, ni representan a una sociedad basada en una economía de autónomos y pequeños empresarios a los que nadie tiene en cuenta.
¿Y entonces? Entonces hace falta una clase política con un punto de vista capaz y comprometido con el bienestar de los ciudadanos que sea capaz de poner en marcha las medidas necesarias para paliar la crisis médica sin crear una incapacitante crisis económica que arrastre a una sociedad a un calvario del que difícilmente se podrá salir en años y que, permítaseme la maldad, tiene el diseño perfecto de fosa común para la clase media.
Pero en esta país la clase política no tiene otro proyecto conocido que mantenerse en el poder, que atacar con ferocidad y sin reparar en daños al contrario con todos los medios a su alcance, crisis incluida, y no tiene otra capacidad conocida que una mediocridad política e intelectual incapacitante, ni tiene otro argumento que la maldad de la alternativa, ni sus líderes otro proyecto que ser el más listo de los tontos.
Nadie nos lo cuenta, y solo los crédulos lo ignoran, todos acabaremos, antes o después, infectados por este virus y por otros. La infección la contraeremos en el interior de algún lugar donde nos habremos reunido con algún fin con alguno, o algunos, que ya lo tenían. Alguno lo desarrollará de forma grave, y la mayoría no. Pase el tiempo que pase las infraestructuras no habrán mejorado porque los presupuestos centrales y autonómicos no contemplan tal posibilidad. La clase media saldrá doblemente empobrecida, o no saldrá, en muchos casos, de la doble trampa económica que la mediocridad y afán de protagonismo habrá provocado en la sociedad: trampa de consumo provocada por un confinamiento errático, inútil y puramente estético, y trampa impositiva usando los recursos fiscales para rematar el empobrecimiento de aquellos ya perjudicados por la crisis principal.
Claro que este es solo mi punto de vista, porque lo tengo, porque me permito tenerlo , sea certero o no, al margen de los puntos de vista oficiales, aplaudidos, consentidos y castrantes. Y, por no callarme nada, en este país no habrá soluciones mientras no haya DEMOCRACIA: LISTAS ABIERTAS, CIRCUNSCRIPCIÓN ÚNICA. Un hombre un voto, en la calle y en el congreso. En este país no habrá soluciones mientras no podamos lograr el gobierno de los mejores y no, como tenemos en la actualidad, el de los más avispados entre los más mediocres, el de los tuertos.