A veces, inevitablemente, para hablar de humanismo tenemos que hablar de política o mejor dicho de políticos, politiquillos y politicastros, dígase por tales, aquellos que únicamente buscan rentabilizar todas y cada una de las oportunidades que se les brinda para acaparar votos, aunque también habría que incluir a los alineados afiliados, simpatizantes, votantes y demás familia que, únicamente ven por el ojo que se les dicen que tienen que mirar. Apréciese la diferencia entre ver y mirar, en este caso la primera consecuencia de la segunda, cuando los rastreros políticos – y ahora diré el porqué de este adjetivo- con la manipulación a la que están acostumbrados exhiben su artillería pesada para derrotar al contrario, entre la que se incluye la utilización de las víctimas, de aquí el anterior adjetivo, en este momento de esta mortífera pandemia del covid-19.
También, inevitablemente, para hablar de humanismo tenemos que hablar de conceptos, esa herramienta que algunos acostumbran a usar para tener el orgasmo vespertino de su apabullante intelectualidad, para echar por tierra cualquier argumento que no les convence o no encaja en su cuadrada cabeza en la que no hay espacio para la abstracción y, menos aún, para el argumento razonable en contra de lo que se expone o al menos no tienen la valentía de rebatir.
Empezaré con la política para evidenciar la mala baba que los que se dedican a esta actividad, que no profesión, no sólo porque no reviste las características propias de las relaciones laborales que se establecen entre el trabajo y el capital en el proceso productivo, sino porque en la mayoría de las ocasiones demuestran una falta absoluta de aptitud en sus actuaciones, execrables cuando no se tiene en cuenta el dolor humano o si se tiene en cuenta es de forma torticera, de la que se hacen eco sus palmeros, politiquillos y politicastros antes referidos, que se aferran a ideologías de saldo, a patriotismos de su rancio abolengo o propios de un nacional catolicismo de moral superior, a los que gusta condenar a los rojos y masones al paredón.
Me estaría comportando igual que esos políticos y sus variantes referidas, acostumbradas a hacer política de taberna, si mi crítica no fuese igualmente dirigida a aquellos que se envisten de no se qué progresismo y otros muchos “ismos” radicalizados más, para dividir, para generar animadversión o peor aún, odio, hacia quien no piensa igual, como valedores de una libertad peculiar en la que los fachas, según ellos, todos los que están en la derecha, a los que también, si pudieran, los mandarían a otra paredón, abrazando igual que los anteriores antiguas dictaduras.
Y, a partir de aquí, empieza el concepto de ideología, no como el conjunto de ideas que caracterizan a una persona, escuela, colectividad, movimiento cultural, religioso, político, etc., sino como disciplina filosófica que estudias las ideas y sus caracteres.
Es cierto, que no puede haber ideología sin ideas, el problema surge cuando esas ideas, en vez de estar basadas en un concepto superior, que en política no debería ser otro que el lograr el mayor bienestar y justicia social para los ciudadanos, no sólo para unos pocos, sino para todos, pero sobre todo de protección del mas débil dentro del sistema, sea por la razón que sea, se convierten en una manipulación maquiavélica para lograr un solo fin, ganar las próximas elecciones y derrotar al contrario.
Me sorprende ver, como ya he tenido la ocasión de apuntar en otras ocasiones, las cacerolas contra el gobierno, bien merecidas por la mala gestión de la pandemia, aunque para algunos no deja de ser una desahogo de la frustración que les produce que no sean los suyos los moradores de la Moncloa.
Pero utilizar a las víctimas, para ese fin es lo más rastrero, abyecto, ruin, indigno, que hay, no sólo por parte de los que se sientan en los escaños del Congreso de los Diputados sino también para sus voceros seguidores, no con aportación de ideas para minimizar los efectos de la pandemia, tanto respecto a la salud de las personas como en nuestra economía, mal trecha desde hace tiempo por parte de unos y de otros.
Resulta inadmisible ver en cada sesión del control del gobierno respecto a la gestión del coronavirus o en cada comparecencia parlamentaria para prorrogar el estado alarma, la falta de unión política, la demagogia de una oposición que parece no querer ningún tipo de éxito en esta lucha contra el peor enemigo que hemos tenido en cuanto al número de muertos desde la sangrienta guerra civil, a la que parece muchos quieren recurrir permanentemente para mantener el odio al contrario y no para reparar errores cometidos, siempre con ausencia de propuestas concretas, sólo de críticas, no sólo en relación a la gestión de la crisis, sino respecto a pasadas actuaciones políticas, olvidando, como he dicho en más de una ocasión, sus propios errores. Aquí nadie está libre de pecado, pero ahora no se trata de eso, se trata de actuar juntos, unidos, dando a la ciudadanía la seguridad de una buena gestión conjunta, donde las fisuras por las confrontaciones políticas no tengan cabida, y de la que todos estemos orgullosos.
Patéticos políticos y voceros… la verdad que, algunos por vuestras actuaciones y palabras, incluso repugnantes.
Es el momento de hacer política con mayúsculas, política por y para el ser humano, política a favor de la vida, de la unión de las personas, en definitiva hacer humanismo con ideologías humanistas, que no dividan… abrazando la razón, la ética y la justicia… Claro que, para esto hay que partir de ser humano y buena gente, de ser grandes en principios, precisamente no predicable para quienes los muertos son usados como una moneda de cambio.
Perdón por mi cabreo, pero seguro coincidirá con el de muchas y muchos.