Lo “puramente humano” del sentimiento debería estar al servicio de la redención de las personas, de su elevación espiritual y su sensibilidad.
Con la poesía podemos afrontar el drama, con la música expresar sentimientos íntimos, y a través de la filosofía liberarnos como individuos.
Me refiero al trabajo de tres grandes espejos a los que admiro en forma profunda, diría apasionada: Shakespeare, Beethoven y Schopenhauer.
Beethoven se convierte precisamente lo que él mismo buscaba al final de su vida, con la 9ª Sinfonía: es el canto del poema de Schiller, el texto poético, el drama de la vida, el estallido de la necesidad de expresar su alegría y dolor en forma de la palabra poética dentro de su música.
Y esta revolución no la hace por mero gusto estético, por un placer, sino por una necesidad. Solo comprendiendo esa necesidad se puede entender la pasión en su obra, los sacrificios que realizó, la tremenda fuerza de voluntad que necesitó… no luchó por un triunfo, luchó por una necesidad. Y esa necesidad de redención humana viene a la conciencia con Shopenhauer.
No es que antes de la filosofía de Schopenhauer no se tuviera una intuición de nuestra misión, pero esa intuición era solo una vaga presunción entre otros espejismos que atormentaban al espíritu del ser humano.
Beethoven tenía una nube de proyectos sin una clara orientación, que no cristalizó en una dirección ya única y decidida sino con Schopenhauer, quien se convierte en el indicador que marca el camino consciente, al mostrar que la música, como todo arte es puramente humana, y está dirigida al inconsciente, al sentimiento.
Shakespeare es el ejemplo a seguir cuando se trata de entender la tragedia, el teatro dramático como la base del arte necesario para la obra futura global. Ahora bien, el escollo del teatro trágico de Shakespeare es que solo tiene la herramienta de la palabra, de la poesía, para poder expresar todo el sentimiento profundo que sus personajes deben transmitir… ¿es suficiente?. No, entendiéndolo como Schopenhauer: la palabra no habla directamente al sentimiento sin pasar primero por el intelecto, es el intelecto el que debe convertir las palabras poéticas en sentimientos. Y esa conversión es siempre imperfecta, sumamente imperfecta cuando el sentimiento es profundo y puramente humano… desligado de hechos o razones.
Analizando la influencia de Schopenhauer en la estética musical con la influencia de Beethoven en la música clásica, Goehr afirma que: “Schopenhauer se convirtió en “un punto de referencia central” en los debates más importantes en la historia de la estética musical (Goehr, 1996: 200)”.
La música es el único elemento que no necesita el intelecto: actúa directamente sobre la voluntad, sobre el sentimiento humano, sin necesidad de comprensión previa. La música no puede transmitir motivos, hechos o debates, pero si sentimientos. No nos dice el por qué o cómo del sentimiento pero si sabe hacer vibrar el sentimiento del espectador.
Por tanto la obra de arte total necesita del lenguaje de la música para poder expresar la totalidad de la Tragedia.
Pero una Música destinada a transmitir sentimientos profundos, humanos, necesita al Músico-Poeta, quien hace de su música un complemento de la poesía. Y ese es el destino que Beethoven abrirá a la música.
Todo este camino de Beethoven hacia el Músico-Poeta, llegará con sus últimas obras, a partir de 1820, con una sordera total y su retiro del mundo. Ya no se tratará de música sino de poemas sinfónicos, cuya cumbre está en la 9ª Sinfonía. Meses antes de morir, Beethoven pregunta: “¿Es necesaria la música?” Y la respuesta es que era y es ¡necesaria!
“Le digo a Richard (Wagner) que para mí, desde siempre, la particularidad de la música es que desde el mismo momento en que empieza, LAS imágenes, ideas, todo el mundo de la apariencia y la razón, todo desaparece. Me dice Richard que él siempre busca la significación mística de las cosas”. Diario Cósima, 16 Noviembre 74
Wagner es quizás el primero, desde luego el primero de su época, que adquiere conciencia de la revolución beethoveniana, de su significado para el futuro de la música.
Ernst Newman en “Wagner, El hombre y el Artista”, afirma que desde el principio, Wagner se fijó en la esencia germinal de las últimas obras de Beethoven como el intento de un gran espíritu para verter un caudal infinito de emociones casi dramáticas en la música. La teoría wagneriana indicaba que la música puramente instrumental había disparado su último cartucho con Beethoven y que el final coral de la Novena Sinfonía era el grito inconsciente e instintivo del compositor a la búsqueda de la redención de la música por la poesía.
La música, como todo arte es puramente humano, y está dirigida al inconsciente, al sentimiento. ¿Cómo puede existir un todo sin violar lo singular?
Ya no se trata de música sino de poemas sinfónicos, pura introspección poética, donde la música se pregunta ‘¿Es necesario?’ Y se responde ‘¡Es Necesario!’.