Hace unos días, cayendo en el desánimo empecé a pensar que todo el esfuerzo que hacemos quienes queremos un mundo mejor cae en saco roto. Así lo manifesté a un grupo de amigos tras preguntarles el porqué en este mundo, tanto a nivel de quienes nos dirigen como a nivel individual, no imperaba un sentimiento y un actuar más humanista; entendiendo por humanismo, en un sentido amplio, el valorar al ser humano y a la condición humana, ligado a actitudes como la generosidad, la compasión por lo menos favorecidos o más necesitados, así como la valoración de los atributos y las relaciones humanas.
En cuanto a su significado estimológico, la palabra como tal se compone de la humānus, que significa ‘humano’, e -ισμός (-ismós), raíz griega que hace referencia a doctrinas, sistemas, escuelas o movimientos, de manera que en este sentido podríamos referirnos a un movimiento intelectual desarrollado en Europa durante los siglos XIV y XV que, rompiendo las tradiciones escolásticas medievales y exaltando en su totalidad las cualidades propias de la naturaleza humana, pretendía descubrir al hombre y dar un sentido racional a la vida tomando como maestros a los clásicos griegos y latinos, cuyas obras redescubrió y estudió.
Así, partiendo del sentido amplio en principio aludido ligado al desánimo en el que me encontraba manifesté mi deseo de querer vivir en otro planeta distinto al nuestro que me permitirá protegerme de él, de nosotros mismos, uno de los amigos se refirió a un concepto que podría curar mi misantropía pasajera al considerar la incapacidad de los seres humanos de hacer un mundo mejor, siendo tal concepto el transhumanismo, definido por José Luis Cordeiro[1] como un “movimiento cultural e intelectual que afirma la posibilidad y la necesidad de mejorar la condición humana, basándose en el uso de la razón aplicada bajo un marco ético sustentado en los derechos humanos y en los ideales de la Ilustración y el Humanismo.” El transhumanismo (www.TransHumanismo.org) representa una visión positiva del futuro de la humanidad.
Hoy día, tecnologías como ingeniería genética, clonación terapéutica, infotecnología, robótica, así como otras tecnologías que se encuentran en sus fases de implementación como la nanotecnología, la inteligencia artificial y la colonización espacial, forman parte del ámbito de discusión transhumanista. Discusión que impone considerar los riesgos y beneficios de estas nuevas tecnologías con el fin último de desarrollar estrategias y políticas que permitan a las sociedades e individuos navegar por las nuevas aguas que tenemos por delante.
Los transhumanistas esperan ansiosamente el día en el que el Homo sapiens sea sustituido por un modelo mejor, más inteligente y en mejores condiciones en el que dichas tecnologías pueden influir, de ahí que se explore su uso adecuado.
Ahora bien, quedarnos en este concepto como sustitutivo de la voluntad humana -de ahí la discusión de los transhumanistas-, me parece cuando menos arriesgado, siendo por ello que, sin negar la importancia de la tecnología y de la inteligencia artificial como una posibilidad de cambio favorable, sería demasiado escaso sino nos damos cuenta que el poder de cambiar las cosas está solamente en nuestras manos, no sólo en cuanto al desarrollo tecnológico, sino en la capacidad de influencia con nuestro actuar en los demás.
“Los transhumanistas esperan ansiosamente el día en el que el Homo sapiens sea sustituido por un modelo mejor, más inteligente y en mejores condiciones en el que dichas tecnologías pueden influir, de ahí que se explore su uso adecuado.”
Sin embargo, entiendo que esta capacidad de influencia no debemos planteárnosla a nivel global o como redentor de la condición humana, porque de ahí podría venir el desánimo personal referido al principio, sino que se trata de algo más intimista o más reducido, es decir, en el cambio de uno mismo para intentar cambiar con nuestro ejemplo y/o conducta a los más próximos.
Quizá, se entienda mejor lo dicho formulando una simple pregunta: ¿intentamos cambiar en nosotros mismos lo que criticamos en los demás?. Criticamos, entre otras cosas, la falta de una política humanista no basada solamente en el poder del capital que, también tiene su relativa importancia, porque dentro del proceso productivo es necesario tanto al factor humano o mano de obra como la inversión o capital necesario para que un negocio pueda establecerse y funcionar, ahora bien, debería tratarse también una economía más igualitaria, donde los empleados formasen parte del activo de la empresa, en cuanto que, una mejor preparación y estímulo basado en la promoción profesional. Pero, recuerdo un hechor real que también me comentaba un amigo de cómo habiendo dado la oportunidad a los trabajadores de su empresa de formar parte de ella como socios industriales, una vez se sintieron “jefitos” empezaron a arruinar a la empresa con actitudes que iban desde la falta de rendimiento hasta apropiarse de los propios clientes para montar otro negocio al margen, lo que ocasionó la ruina total de quien les dio la oportunidad de ser algo más que un simple trabajador.
Otra actitud muy frecuente es criticar la corrupción política, pero, ¿somos nosotros lo suficientemente íntegros para para hacer esta crítica, o por el contrario somos de los que si podemos defraudar a la hacienda pública lo hacemos? o ¿ayudamos a quien lo necesita sin escudarnos que para eso esta el sistema público de asistencia social?. En definitiva, con un pequeño granito de arena unido a otros muchos podría hacerse una gran montaña, podría conseguirse un gran cambio, pero, ¿estamos dispuestos a hacerlo?. Que cada cual se responda a si mismo.
Lo cierto, es que nuestra actitud negativa la escudamos en la actitud del mismo signo de los demás con reflexiones tan infantiles y falaces como “si roban millones de euros los políticos corruptos o los banqueros por qué no vamos a hacerlo nosotros”, valga como ejemplo actuaciones reales tales como: “hágame usted una factura sin el IVA” o “¿le puedo pagar esto o aquello en dinero negro?”
Como dijo Gandhi: “si quieres cambiar el mundo, cámbiate a ti mismo“. Quizá se éste el mejor punto de partida para lograr ese transhumanismo tan necesario para cambiar el mundo.
[1] Ingeniero Mecánico por el Massachusetts Institute of Technology (MIT), Máster en Administración de Empresas por INSEAD y se ha formado en Economía Internacional y Política Comparada en la Universidad de Georgetown.
Además de sus actividades en la World Future Society y la Singularity University, es Investigador del Institute of Developing Economies (IDE – JETRO) en Tokio, director de la Single Global Currency Association (SGCA) y de la Lifeboat Foundation, cofundador de la Internet Society (Venezuela), consejero del Center for Responsible Nanotechnology, miembro del Comité Académico del Centro para la Divulgación del Conocimiento Económico y de la World Futures Studies Federation (WFSF) así como asesor de la Asociación Venezolana de Ejecutivos (AVE) y de varias compañías y organismos internacionales.