Puede que el capitalismo sea el mejor de los sistemas económicos posibles. Pero entonces ¿Por qué no enviamos a nuestros hijos a hacer un “Erasmus” a una mina de cobalto?
Dicen que un sistema (económico, político, social) es sólido cuando, en ausencia de líderes competentes, sigue funcionando de manera consistente y estable. Leches, pues el capitalismo es sólido de narices. Su “mano invisible” continúa moviendo los hilos del mundo sin necesidad de nuestros mandatarios, que se han ido a pasar unos días en Davos; lugar por cierto que vuelve a parecerse más al balneario para tuberculosos que era en un principio, que a la cita de cabezas privilegiadas cantada por la propaganda. Y oiga, con todos esos señores tirándose de los cabellos (por cierto, qué pelazo el de Milei; el fanatismo debe ser bueno para la alopecia), la cosa sigue como si tal cosa: las bombas han seguido cayendo puntualmente sobre Gaza y Ucrania, los trenes de Cercanías han seguido llegando, mal que bien, a su destino, a mí me han vacunado de la gripe y un número suficiente (para nosotros, no para ellos) de animales ha sido sacrificado en los últimos días para que yo me haya podido comer ayer un cocido hecho, eso sí, al chup-chup y con mucho cariño. Otra cosa es la solidez de la democracia: mientras los Parlamentos del mundo (el nuestro, desde luego, uno de los que más), pasan a formar parte de la industria del espectáculo y son capaces de ponernos de mala hostia, con perdón, con sus discusiones sobre… bueno sobre esas cosas que usted me dice, el Alcampo, con sus interminables lineales de productos que no me podría comer ni en cien vidas, se convierte en el verdadero templo de la soberanía nacional, en el que partidarios de la amnistía o de colgar señores por los pies compran como poseídos. Vamos, que “la nave va”, que diría Fellini. Con democracia o sin ella.
Sin embargo, viendo estas fotos de unos pobres trabajadores congoleños en una mina de cobalto, me parece que la mano esa, más que invisible, es más bien azulada. Porque a la hora de extraer este mineral imprescindible para que usted y yo podamos tener un teléfono móvil y no sé qué más cosas móviles, que es verdad que son un avance y tal, a nadie parece importarle que más de 40.000 niños trabajen en condiciones infrahumanas, o que se produzcan miles de accidentes laborales sobre las espaldas de estos desafortunados, cuya única falta es meramente aleatoria, o sea, nacer donde no tocaba. Si ya lo decía el chiste del cura vasco: “pudiendo haber nacido en Bilbao…” Ponte delante de uno de estos mineros con una motosierra en la mano, y las melenas al viente, y grítale “viva la libertad, carajo”, a ver qué te dice.
De todas las formas de explotación laboral, cuyo conocimiento he tenido justamente gracias al cobalto que estos hombres, mujeres y niños sacan de la tierra, esta me resulta una de las más sangrantes. Y anda que no habrá. Pero es que esta, en concreto, no tiene otro objetivo que mantenernos en la inopia, que es una forma muy inteligente de tomarnos el pelo. Dirán ustedes que no, que nosotros (los lectores de Plazabierta, al menos) pertenecemos a una élite culta y bien informada, que trata de hacerse un criterio fundado sobre las cosas, dejando siempre un prudente lugar para la duda; y que la prueba de que es así la proporciona, mismamente, este artículo de denuncia sobre las terribles condiciones de trabajo en la República Democrática (tócate las narices) del Congo. Ya. ¿Y qué vamos a hacer? ¿Tirar el móvil a la basura y comprar la “Gaceta de Madrid”? Pues claro que no. Que luego no podemos entrar en nuestras redes sociales; y denunciar las injusticias; y hablar mal de nuestros políticos. Y ver recetas.
Recordaba una tía abuela mía un día de la Guerra Civil en el que “la aviación andaba bombardeando y yo estaba preocupada porque me dolía la cabeza”. No quiero decir con esto que haya que salir a la calle con una pancarta cada día, que motivos haberlos, hailos. No podemos salvar el mundo nosotros solos. Pero no vayamos por ahí diciendo, como Leibniz, que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Porque lo que es bombardear, están bombardeando. Y a base de bien. Que a usted no le toque es una cuestión de tiempo… o de suerte.
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Esto del principio de la mano invisible parece que está hecho con los pies. Gracias, Nacho