“PINTURA DE GUERRA… EL RUGIDO DE LEON GOLUB”

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No recuerdo cuando los vi por primera vez, pero estoy seguro de que aún era muy pequeño. Desde entonces, buscarlos -para conocerlos- se convirtió en una obsesión que ha durado hasta hoy. Eran (son) muchísimos, demasiados.

Leon Golub, Bite Your Tonguee [Muérdete la lengua], 2001
En La cruz de hierro (1977) surgían apenas un instante, fugaz (ya se que es lo que se dice siempre, pero estoy hablando de un clásico, de Sam Peckinpah),… y desaparecían velozmente. Uno tras otro,… en muchedumbres… en manadas.

En Grupo Salvaje (1969) –otra de Peckinpah- casi no me daba tiempo a diferenciarlos.

En Apocalypse Now (1979) de Coppola caían a los lados, a los pies -de la cámara- (a mis pies), o salían volando por los aires despedazados, destripados…

Ya en la universidad esperé encontrarlos en Senderos de gloria (era una película vieja -1957- que no se había proyectado en nuestro país, ¡una de Kubrick sin estrenar!). No fue posible hablar con ellos,  eran una masa mezclada con barro sucio… carne gris indistinguible de las ropas enfangadas.

Cientos y cientos (miles) de filmes, de reportajes -la omnipresente televisión-. Millones y millones de personas,… apenas cuerpos,… No pude averiguar el nombre de ninguno.

¿Quién se identifica con la muchedumbre que sucumbe en las películas,… figurantes anónimos que solo aparecen unos segundos para morir inmediatamente por disparos, descuartizados por una explosión, desmembrados, mutilados, desechos…? ¿Son lo mismos que aparecen día tras día en las pantallas de nuestras casas en el transcurso de los informativos, ¡a todas horas!? ¿Habéis hecho la cuenta?

Nadie. Todos empatizamos rápidamente con los protagonistas (héroes -¿buenos?-) que matan por una excelente razón. Y por supuesto justa.

En lo más profundo (aunque generalmente no lo reconocemos, un tanto avergonzados, aunque no demasiado) nos identificamos con los malos… Cuanto más diabólicos mejor… porque llegan hasta el final de la película e, incluso en ese momento, nos lo pasamos de cine pegando, torturando, matando, y pensamos ¿seré capaz de verdad?.

Tengo una mala noticia: ¡los he encontrado!. Esos seres insignificantes en su clandestinidad, de incógnito, parias de la existencia, de la historia. Esas vidas que solo sirven de decorado, de atrezzo de otras más importantes, despreciadas y despreciables… objetos para jugar… muñecos a los que arrancar los brazos, las piernas, el pelo… ¡Somos nosotros… aunque queráis creer que son ellos! ¿Y… los otros… los malos? ¡También!

Leon Golub  (1922 –2004) tenía razón:

Quizá seamos actores (víctimas, mercenarios, interrogadores)

Gigantomachy II, 1965

Hacer el servicio militar durante la Segunda Guerra Mundial debe ser una experiencia que ha de marcarte hasta las entrañas… y tu forma de ver y estar en el mundo. Yo solo la he experimentado reproducida en imágenes y, casi siempre, confundo realidad con ficción –se parecen tanto las imágenes-. El norteamericano Leon Golub la vivió y, de alguna manera, ha querido fijar en su pintura no ya la historia de la guerra (por el formato de sus obras) sino su estrecha vinculación con el ser humano.

En su trabajo consiguió ir mucho más allá del caduco compromiso con una ideología (todas aspiran al poder,  y por tanto TODAS matan), de la militancia política (que no deja de ser el ingreso en una empresa en clara competición existencial con el enemigo: otra sociedad que lucha por tu mismo mercado y recursos –los habitantes de tu país, de tu continente,… del mundo-) o de una revolución que únicamente sirve para dar sentido al estribillo de la famosísima canción “quítate tu pa’ ponerme yo…” (de Johnny Pacheco y Bobby Valentín y popularizada por Celia Cruz.. ¿la cantamos?).

Para esa sucesión de corrientes artísticas de la segunda mitad  del siglo XX, una continua secesión de tendencias, de modas, de escenas, Golub permaneció prácticamente ignorado hasta los ochenta. Ni obviaba la realidad (como hacía la escuela de Nueva York -Willian de Kooning, Jackson Pollock, Mark Rothko, Clyffod Still…-), ni compartía la distancia ¿irónica, crítica? de los artistas pop.

¿Qué hizo entonces? Se aferró al pasado (a los mitos reflejados en el altar de Pérgamo), para potenciar visualmente el presente: el Holocausto (eternamente presente para un judío como él), la guerra en Argelia (vivía en Francia en ese momento con su familia), Vietnam (se involucró activamente en los movimientos artísticos y sociales en contra de la guerra que, recordemos, conocía muy bien),.. y luego El Salvador y más tarde, por supuesto, el 11 de septiembre, que parecía abrir un nuevo formato de conflicto, el ataque terrorista (aunque no lo era, nuevo, quiero decir). Fue, incluso, capaz de sintetizar la brutalidad de la Grecia Clásica con el salvajismo de Vietnam en sus Gigantomaquias. ¿Se puede? Si , se puede. Lo nuevo, casi siempre, es francamente viejo.

De hecho, la actividad de Leon Golub giraba en torno a la violencia entre seres humanos (aunque decir esto -ya es hora de que lo reconozcamos- es una redundancia): se detiene en las distintas formas en que nos maltratamos unos a otros, en las inmensas y alienantes desigualdades (en función del mantenimiento del poder, que no es más que la manifestación del miedo, del temor a estar expuestos), en todo tipo de abusos, en las infinitas maneras de quebrantamiento de la decencia,… Estas serán las constantes en su pintura, los escenarios donde encontraremos su particular manera de entender el arte y sus funciones. Esos serán los gestos, las pinceladas, las marcas, los signos de su pintura.

Vietnam II, 1973

La humanidad siempre ha sido un pozo de deshumanización (humano solo significa que pertenecemos al genero homo y ha habido muuuuchas más especies que han pertenecido a este género aparte del sapiens… ¿sabios, nosotros?), un vertedero de crueldad, el refugio de la maldad… y Leon Golub se propuso no apartar la mirada a costa de pagar el precio (siempre hay un coste si no la apartas) de la falta de reconocimiento institucional –al menos el que la enorme valía e importancia de su obra y su compromiso como artista merecían-. En 1984, casi a modo de manifiesto, afirmó:

«Quiero que mis cuadros estén abiertos a todo lo que ocurre en el mundo actual. Quiero que sean porosos –objetos porosos que absorben del presente- (…), que el artista sea como una especie de radar.»

Y se dedicó a dibujar un mundo atroz (el dibujo es fundamental en su estilo figurativo), una cosmología de barbaridades procedentes de su colección de imágenes (Golub creó un enorme archivo de fotografías), una recopilación, un registro de atrocidades, de crueldades, de perversidades con rostros y sin nombres.

Aunque esto último hay que matizarlo. A diferencia de otros artistas que han utilizado el retrato icónico e irónico y descontextualizado (Mao de Andy Warhol), o incluso  apologético de políticos como en nuestros días (tal es la vergonzosa retahíla de efigies a mayor gloria de Barack Obama en una campaña de marketing artístico sin precedentes en el arte contemporáneo)[1] él si se atrevió a señalar, con nombre y apellidos.

Fidel Castro II, 1977

Golub tuvo una época absolutamente crítica a mediados de los 70, dejando a un lado –de momento- las enormes pinturas de guerra, esos monumentales lienzos sin bastidor que fijaban la historia en movimiento, siempre hacia delante, para realizar unos «pequeños retratos de lo poderoso».[2] Desde luego, en los cerca de 100 que produjo entre 1976 y 1979 no hay glamour, ni encanto, ni brillo, ni atractivo. No son líderes, ni héroes. Apenas son humanos o quizás lo son demasiado.. no se.

Probablemente parecen más caretas de plástico, máscaras sin carne ni hueso, sin tendones que las sustenten, superficiales, prosaicas… Como lo es nuestro concepto de poder… una representación visual de nuestra propia conceptualización y materialización del mal. Con permiso de Hanna Arendt, la plasmación más patética y penosa, pero real, del mal… la banalidad que muestra no puede ser más tétrica, más vulgar, y sin embargo tener unos resultados tan catastróficos para la humanidad. Incluso nos hace echar de menos –desear- un enorme meteorito o un rayo para acabar (triste fin) con dignidad.

Francisco Franco, 1975

Desde luego, no se mordió la lengua. ¡Como me gustaría tener el valor de no morderme la mía! Quisiera, como él, arremeter contra los monstruos que existen sí, porque los hemos creado por medio de la guerra, de la violencia (en sus múltiples y mutables manifestaciones), de las distorsiones de la verdad con las que el mal maneja a la gente.

¿Conocéis el mal? Por supuesto que sí. Está alojado en la repugnante superficialidad de nuestros compañeros de trabajo, en aquellos que creemos son nuestros amigos. Por todas partes. No es necesario buscar abismos diabólicos, imaginerías sádicas. Está en el vacío interior, muchas veces carente de pensamiento, cercano, muy próximo a nosotros. Tanto que podemos sentirlo.

Una meliflua sonrisa suele ser el signo de advertencia. Una expresión estúpida y casi cómica en su cara hace que sea más triste cuando nos golpea. Quien nos hace daño no es un monstruo sino algo que nos recuerda a un payaso, sin ni siquiera serlo porque carece de la inteligencia que nos podría consolar: al menos que sea un ser elevado, excepcional, especial, inusitado e inigualable en vez de ese mezquino, gris, triste burócrata, patético remedo del abusón del colegio (o absurdo descendiente psicológico del abusado en el colegio). El ser humano siempre a punto de transformarse en otra cosa.

Pueril e insignificante, insípido y trivial (aunque tremendamente fatuo), en su apariencia constituye una fingida nimiedad mortal. Es la encarnación del aburrimiento asesino. Es el primer y último problema de nuestra sociedad.

León Golub  retrata a lo largo de toda su vida la irracional arrogancia. Fidel Castro, Francisco Franco, Mao Tse tung, Kissinger, Rockefeller, todos acaban pareciéndose, son uno.

Mercenarios IV, 1980

Y todo este engreimiento, tanta petulancia, la soberbia y envanecimiento, la fiereza y la crueldad son también las máscaras de sus mercenarios e interrogadores que están aún más presentes y de moda, si cabe, hoy. Han pasado de la oscuridad y del backstage de la historia al brillo de la pantalla… y de ahí al lugar donde siempre han estado, en nuestras vidas cotidianas.

Asumen el papel del tipo masculino dominante que no tiene ninguna duda sobre su rol, su destino, su superioridad. No hay dudas, saben que van a ganar, y asumen el estereotipo del macho alfa dominante. No importa la forma, ni tampoco los medios, harán lo que haga falta para satisfacer sus deseos. Puede que en última estancia esta sea la más simple y certera definición del mal que se manifestará en un individuo (no, no son solo hombres, el macho alfa también adopta formas de mujer), o en un pensamiento colectivo que abraza la forma de una sociedad a la que llamaremos país, nación estado… da igual, si eso nos sirve para justificar nuestras acciones.

León Golub se veía a si mismo como un pintor de historia. Sin duda su obra Mercenarios nos puede recordar El rapto de las sabinas, de David. Pero aquí no hay ninguna mujer vestida de blanco que permita o ayude a la concordia, a la paz. El poder del fetiche masculino ejercerá su poder absoluto sobre unos matones más allá de todo control. ¿Quién puede dudar del final de la película, de la historia? La estupidez que demuestran es manifiesta, palpable, inexorable, definitiva.

En su serie sobre Vietnam, en los años 70, había conseguido por fin vestir los cuerpos desnudos de sus Gigantomaquias. Los uniformes perfectamente definidos, el equipo militar, las expresiones de las caras de los soldados en el campo de batalla, la posición de los cuerpos durante el combate, eran mostrados casi con exquisitez.

Los retratos políticos, mediáticos, procedentes fundamentalmente de los medios de comunicación impresos preparaban lo que estaba por llegar en los años 80.

Numerosos críticos están de acuerdo en que si eligiésemos media docena de escenas icónicas para representar la década de 1980, una de ellas estaría firmada por Golub.

Los Mercenarios iban  a dar paso a los Interrogatorios.

Interrogation III, 1981

Ya hemos llegado a la parte más sucia de la historia. Si es insoportable es porque el artista así lo quiere. Pero su intención no es gratuita ni caprichosa. En una película, después de un rato, un par de horas, hemos visto la vida de personas o incluso ha transcurrido una época. Ya podemos largarnos.

Pero la pintura es muy diferente. Es estática, insistente, no se desvanece Como el fundido final en los cines. Si queremos que lo que estamos viendo acabe tenemos que darle obligatoria e intencionadamente la espalda. Hay un compromiso (o falta del mismo) en este hecho. La pintura de Golub, como los grabados de Goya, nos pone a prueba. Se acerca mucho a lo que ocurre en la vida real. Y es un examen que la mayoría no aprobamos.

Sus telas no se desvanecen. La violencia, las torturas, los interrogatorios, las injusticias, el terror cotidiano que ejercemos unos sobre otros, tampoco.

Si sus lienzos nos parecen insoportables es porque la vida también nos lo parece si la miramos cara a cara. No se va a evaporar. Cuando vuelvas toda esa barbarie va a seguir allí, a menos que hagamos algo.

Algunos artistas han actuado como la parte de nuestro organismo social que no va a dejar de lanzarnos señales, alarmas, avisos de que algo va muy mal. Podemos escuchar o no. Tal vez cuando lo hagamos y vayamos al médico sea tarde.

Interrogation I, 1981

La carne de los cuerpos torturados, es una vuelta a los orígenes de su pintura, desnudos, despojados de todo elemento civilizatorio. Nos recuerdan, por momentos, los personajes de Bacon.

Los pies, en numerosas ocasiones aparecen cortados. Las imágenes (enormes), muy próximas a la superficie del lienzo. Los fondos son un muro, una pared, un interior. La superficie pictórica es arañada, raspada, violentada a base de eliminar materia con un cuchillo como un carnicero. Hay un enorme trabajo físico en estas iconografías erosionadas.

Pero no nos equivoquemos. Nada más lejos de los planteamientos tópicos sobre la víctima y el agresor. O el maniqueísmo dual sobre el bien y el mal. Los mercenarios, los interrogadores no son ni inocentes e íntegros ni sádicos crueles, son… «tipos normales». Como yo y como… no te preocupes TU eres especial. Porque, claro, todos estos actos irregulares se producen en las periferias, alejadas del control de la administración, de los gobiernos y de la sociedad. ¡Sigue engañándote si quieres! El poder es control y las instituciones, los grupos políticos, la administración, tu empresa y tú utilizarás cualquier medio cuando convenga a los objetivos… o cuando se pueda hacer impunemente.

Hay muchos niveles de maldad, como hay muchos niveles de violencia.

Existe un sabor de la sangre intelectual –teórico, especulativo, racional- y otro muy distinto es el olor y el gusto de la sangre de verdad. No tienen nada que ver. Ya se, ya se, has ido al dentista y de pequeño se te cayeron los dientes. O te has cortado un dedo.

Golub solía contar una anécdota:

«En una ocasión hice algunas litografías de cabezas como calaveras. Tres amigos míos vinieron a verlas. Les enseñé los dibujos preparativos de los grabados –unas calaveras feas monstruosas y terribles, tal como yo quería que fueran-. Y dijeron: “Están bien, muy bien, que bonitas líneas, que buena proporción de blanco y negro”. Y repliqué: “¡Pero maldita sea! ¡Son putas calaveras!”. Uno de ellos me dijo: “No importa”. Pero si que importa. Toda mi postura en el mundo del arte puede sintetizarse en esta frase: sí que importa. Y ahí es donde está la lucha.»

Quizás ahora me entiendas.

The blue Tatoo, 1998

El viejo Leon aún rugió un poco más, a pesar de que Envejecer es un asco. Este se convirtió en una especie leitmotiv en muchas de su últimas obras. Los impedimentos físicos condicionaron, evidentemente, los formatos con los que tenía que trabajar. También los temas. El texto cobró progresivamente importancia y aparecía de manera manifiesta en sus pequeñas piezas… y el sexo irrumpió con una pulsión dual de vida y muerte. Ganó la muerte claro.

Golub nos ha puesto la historia, nuestra historia, en las narices. Y seguro que es arte, no te quepa duda, pero también es… ¡una puta calavera!.

Sam Peckinpah cerró La cruz de hierro incluyendo en los créditos numerosas fotos de víctimas civiles de la guerra, ahorcados, hambrientos, en campos de concentración, y una cita final de Bertolt Brecht de su obra “La rresistible ascensión de Arturo Ui” (1941)

“No os regocijéis en su derrota. Por más que el mundo se mantuvo en pie y paró al bastardo, la perra de la que nació esta en celo otra vez”.

Al parecer tuvo una camada muy numerosa.

Quería hablar de arte. Quizás lo he hecho. No mucho. Hoy tocaba dar Guerra.

* Mientras escribía sonaba una y otra vez, desesperada y obsesivamente, Dad’s Gonna Kill Me, Richard Thompson, 2007. (Podéis hacer lo mismo… o no)

[1] “Cuando el Presidente Barack Obama asumió el poder hace siete años, prometió poner fin a las guerras que heredó de su antecesor, George W. Bush. El 6 de mayo, a solo ocho meses de salir de la Casa Blanca, Obama alcanzó un triste hito que casi ha pasado desapercibido: lleva en guerra más tiempo que Bush o que cualquier otro presidente estadounidense.

Si Estados Unidos sigue en combate en Afganistán, Irak y Siria hasta el final del mandato de Obama –un hecho casi seguro ya que el presidente informó hace poco que enviará a Siria otras 250 fuerzas de Operaciones Especiales– dejará un legado inesperado: será el único presidente en la historia de Estados Unidos en ejercer su mandato de ocho años con el país en guerra.

Obama ganó el Premio Nobel de la Paz en 2009 y durante el tiempo que lleva en la Casa Blanca ha tratado de cumplir las promesas de acabar con la guerra que hizo como candidato, pero pasará a la historia como un presidente que ha mantenido al país en guerra más tiempo que Franklin D. Roosevelt, Lyndon B. Johnson, Richard M. Nixon o incluso que Abraham Lincoln”. Mark Lander, “El inesperado legado de Obama: ocho años de guerra continua”, The New Yor Times, 18 de mayo de 2016. Resulta curioso que Kissinger y Obama hayan recibido el Premio Nobel de la Paz. https://www.nytimes.com/es/2016/05/18/espanol/el-inesperado-legado-de-obama-ocho-anos-de-guerra.htm

[2] Jon Bird, Leon Golub. Echoes of the Real, Reaktion Books, Londres, 2ª ed. 2010, pp, 69-88.

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