“Charlot”, el entrañable vagabundo
Tras un viaje accidentado por alta mar, en el que se vieron enfrentados a una tremenda tempestad y obligados a navegar con el timón roto los últimos días, al fin, avistaron Terranova. Era finales de septiembre y una suave lluvia regaba las orillas desangeladas del río San Lorenzo. El desánimo fue desapareciendo según avanzaban y descubría la indescriptible belleza del otoñal paisaje en las cercanías de Toronto. Después de realizar los trámites oportunos en el Servicio de Inmigración de Estados Unidos continuaron el viaje hacia Nueva York. Era un domingo por la mañana cuando se apearon del tranvía en Times Square. Broadway le dio una sensación de dejadez, una imagen desalentadora que contrastaba con la cálida y romántica de París. Tuvo que llegar el anochecer para descubrir, mientras caminaba por sus calles iluminadas confundido entre la multitud, un lugar más atractivo y esperanzador. Su acento extranjero y su pausada forma de conversar introducía una nota disonante en el ritmo acelerado de la gente, incluso el hecho de ser amable parecía sinónimo de debilidad. Allí convivían actores, artistas circenses, agentes, y los nombres de W. Morris o Percy Williams entre muchos, eran las señas de identidad que se escuchaban en cada conversación. |
Las empresas Karno gozaban de una estupenda reputación, tenían un contrato de seis semanas en el circuito de P. Williams y la posibilidad de ampliar su estancia dependía del resultado que obtuvieran. Charlie acostumbraba a vivir solo y solía dedicar el ocio a visitar parques zoológicos o museos. Disfrutaba paseando y observando el glamour de los ostentosos escaparates de la Quinta Avenida. Guiado por sus pasos cruzaba Madison Square hacia los suburbios. Una vergonzosa pobreza hacinada en las cochambrosas aceras de las calles le recordaba la miseria dejada atrás, era la imagen más lamentable, injusta y perversa de cualquier sociedad. La insulsa obra The Wow-wows; resultó un fracaso. El crítico Sime Silverman alababa su trabajo en Variety: “Hay por lo menos, en la troupe, un inglés muy divertido que triunfará en Estados Unidos”. En la última actuación un público esencialmente británico se deleitó con sus chistes, un agente que los vio les ofreció un contrato de veinte semanas para recorrer el viejo oeste en tren.
Viajaron desde Cleveland hasta Tacoma pasando por Saint Louis, Vancouver, Seattle, Portland, y tantas otras; el itinerario finalizaba en Lake City, el hogar de los mormones. El ritmo sosegado y romántico de la gente del oeste conquistó su corazón; además, la vida era más barata y le permitía ahorrar la mitad del sueldo. California despertó sus sentidos con su pintoresco y exuberante paisaje extendiéndose orgullosamente a lo largo del Pacífico. Conoció a personas variopintas con las que trabó amistad y clarificó sus expectativas artísticas. Ambicionaba ser músico, practicaba el violín y el chelo en la troupe, pero entendió que no sería un excelente concertista y descartó la idea. No imaginaba que en su madurez llegaría a componer una de las más bellas partituras de todos los tiempos.
Finalmente, después de una actuación en Nueva York la troupe regresó a Inglaterra, él sentía una dulce añoranza que culminó al ver a su hermano esperándole. Sydney estaba recién casado y vivía en Brixton Road. Aquel domingo acudieron a Cane Hill. Al parecer eligieron un mal momento para ver a su madre, la mantenían confinada en una celda acolchada porque no dejaba de cantar himnos. Sydney entró de todas formas y salió sobrecogido, le habían aplicado electrochoque y la cara tenía un tinte amoratado. Aquel hecho les empujó a tomar la drástica decisión de trasladarla a un sanatorio privado, ahora podían permitirse el dispendio y deseaban rodear a su madre de las mejores condiciones. La llevaron al mismo lugar donde estuvo internado el gran comediante Dan Leno. En las siguientes visitas pudieron comprobar aliviados el acierto al ver cómo mejoraba su estado de salud.
La compañía emprendió una gira de music-halls en Londres hasta recibir otra oferta de Estados Unidos, entonces partieron rumbo a Nueva York a bordo del Olympic. Le ilusionó repetir la ruta del oeste y saludar a sus agradables amigos. En el tiempo libre deambulaba por las librerías con la intención de cultivarse, así descubrió a escritores de la talla de Mark Twain, Poe o Irving. Un día le entregaron un sorprendente telegrama de la productora de películas Keystone Comedy Film Company, en Broadway. Le habían visto interpretar a un borracho en el teatro American Music Hall, y quién mejor que él para sustituir al actor cómico Ford Sterling. Corría el año 1.914. Tras negociar las condiciones firmaron un contrato de un año, cobraría 150$ semanales los tres primeros meses y 175$ el resto, no lo podía creer. Uno de los socios, el señor Mack Sennett, le citó en los estudios Edendale situados en un suburbio de Los Ángeles. Henry Lehrman, otro directivo de la Keystone sobrado de pomposa vanidad andaba a la caza de ideas para un nuevo filme. Charlie le sugirió algunos fantásticos gags, sin embargo, una vez completada la película vio perplejo que habían suprimido las mejores escenas. Lehrman le confesaría años después que lo hizo él deliberadamente.
En una jornada de febril actividad Sennett requirió la presencia de Charlie en el plató, quería verle debutar como actor de cine disfrazado con algo cómico. Había operarios, cámaras, escenógrafos, personal de vestuario y actores, incluso Ford Sterling. En el trayecto al camerino una súbita y mágica inspiración incitó a Charlie a ataviarse con unos holgadísimos pantalones, una chaqueta estrecha y unos enormes zapatones; el sombrero hongo y el bastón complementaban el inarmónico atuendo, rematándolo un bigotito que le aportaba mayor edad. Apareció de tal guisa ignorando todavía el personaje que representaría. Lo descubrió según improvisaba; empezó por balancear el bastón con garbo en una sarta de molinetes, a fingir un tropiezo y disimular la torpeza con pestañeos e ingenuas sonrisas, entre aspavientos y graciosos contoneos paseó de un lado a otro, haciendo cabriolas y caminando de una forma muy peculiar. El trajín cesó en los platós de las otras compañías. El personal fue arremolinándose alrededor, mirándole atónitos primero y desternillándose de risa después. Asistían a la creación de una insólita criatura que haría historia. Era un personaje entrañable, polifacético e irrepetible; un singular vagabundo con ademanes de caballero, poeta solitario y taciturno, un soñador extravagante y aventurero. Charlie vislumbró ante sí un camino inexplorado, un horizonte de arco iris y deslumbrantes candilejas. Acababa de nacer una estrella, el inimitable “Charlot”.
– “Haz de los obstáculos escalones para aquello que quieras alcanzar”- Charlie Chaplin
Dispuesto a aprovechar cada oportunidad para aprender los entresijos del celuloide se familiarizó con el método de corte y así introducir sus gags sin dar lugar a que se pudieran cortar; tan pronto se colaba en el cuarto del revelado como se esfumaba de la sala de montaje. De ese modo y con el beneplácito de Sennett comenzó el formidable reto de dirigir su primera película, Charlot y la sonámbula. Al público le divirtió. Su jefe le preguntó: – ¿Estás dispuesto a empezar otra? – A partir de aquel momento no solo actuó, también escribió y dirigió todas sus comedias. Cuando proyectaban alguna de sus películas acudía al cine con la libertad que le otorgaba no ser reconocido aun sin el disfraz. Con el corazón en vilo miraba de soslayo a los espectadores anhelando y temiendo su reacción, discurrían unas escenas hasta que el público estallaba en una contagiosa hilaridad, entonces sonreía y se relajaba riéndose a placer de sí mismo.
Charlie dirigía una nueva cinta, “Charlot conserje”. Trataba de un hombre que era despedido y él suplicaba al jefe que no lo hiciera porque tenía hijos pequeñitos que alimentar. Tan vehemente resultó su actuación que la veterana actriz, Dorothy Davenport, viéndole desde una esquina lloró. El desconcierto le duró un instante porque enseguida constató una íntima sospecha, ¡estaba capacitado para arrancar tanto risas como lágrimas! El prodigioso Chaplin comenzaba a adquirir fama por lo que recomendó a su hermano ante Sennett y éste no dudó en contratarle. Sydney emprendió un fascinante viaje a Estados Unidos acompañado de su esposa. Explicó a Charlie el extraordinario impacto de sus películas en Londres; había disfrutado del privilegio de verlas a solas en la privacidad de la distribuidora, desternillado de risa, orgulloso y emocionado. Le invitaron cuando preguntó por el estreno y conocieron su identidad. Sydney llegó a realizar en Keystone varios filmes de éxito. “The Submarine pirate” batió los récords del mundo.
El señor Anderson de los estudios Essanay hizo una oferta millonaria a Charlie. Después de firmar el contrato fueron a San Francisco a la búsqueda de una actriz para sus futuras películas. La elegida fue Edna Purviance, con la que viviría un romance. En los estudios Boyle Heights coincidió con dos jóvenes debutantes, Hal Roach y Harold Lloyd. Charlie ya contaba con varias cintas en su haber: Veinte minutos de amor, Dinamita y pastel, El gas de la risa y The Stage Hand. Un éxito repentino y abrumador se precipitó como un maravilloso torbellino sobre él. En las tiendas de Nueva York proliferaban estatuillas de su personaje y las coristas de Ziegfeld Follies imitaban su estilo entonando la canción “Those Charlie Chaplin Feet”. Las halagadoras y amables misivas de sus admiradores se acumulaban en el salón. Decidieron que en cuanto venciera el contrato de Sydney en la Keystone se ocuparía de todos sus asuntos. Mientras tanto Charlie se centró con denuedo en el rodaje de Carmen y para ello se refugió en un chalé frente al mar, en Santa Mónica. Al anochecer compartía cenas y conversaciones en el café del gran actor Nat Goodwin. Nat transitaba en el ocaso de su vida y le ofreció un sabio consejo que nunca olvidó. – “No te prodigues demasiado, te lloverán invitaciones porque todo el mundo querrá tenerte en sus fiestas. Tú has cautivado al mundo y puedes seguir haciéndolo si te mantienes al margen de él”-
Terminado el montaje envió un telegrama a su hermano avisando de su vuelta a Nueva York. Cogió el lento tren del sur. En la estación de Amarillo una algarabía captó su atención. Con el rostro enjabonado a medias de afeitar ojeó a través de la ventanilla del lavabo, había una gran aglomeración de gente y largas mesas ocupando parte del andén. ¡Quizá esperaban a algún potentado viajando de incógnito! El griterío aumentó, – ¿dónde está Charlie Chaplin? -. Bastante perplejo entreabrió la puerta del aseo y el alcalde le dio la bienvenida efusivamente. Abrochándose precipitadamente la chaqueta bajó aturdido del tren. Una apasionada multitud clamaba por acercarse a él y la policía se vio obligada a contener tanto fervor. Encaramado tímidamente a una de las mesas improvisó unas frases de agradecimiento. En Kansas City y Chicago miles de seguidores le recibieron con similar entusiasmo. En Nueva York las autoridades le pidieron apearse una parada antes, donde Sydney ya le esperaba con un coche debido al gentío congregado desde primeras horas de la mañana; estaba exultante e impaciente, había conseguido negociar y cerrar el contrato con la Mutual Film Corporation por la cantidad de 670.000$, más una prima de 150.000$ cuando Charlie pasase el reconocimiento para el seguro. Por la tarde la prensa le fotografió recibiendo el cheque con un trasfondo luminoso, un gigantesco cartel en el edificio Times daba la noticia de su millonario contrato.
La carrera cinematográfica de Charlie Chaplin seguiría “in crescendo”, imparable, quedaba por desarrollar un desbordante talento que trascendía al lírico aprendizaje; muchos retos que enfrentar con el fulgor de sus luces y el tormento de sus sombras. En aquellos días la Primera Guerra Mundial tocaba a su fin, llegaban noticias de una nueva Europa surgiendo de sus cenizas. Otras noticias más personales y alentadoras sobre su progenitora los colmó de satisfacción. Terminada la guerra pudieron llevarla a California sin aprensión. Aunque el persistente y lacerante sufrimiento propició en Hannah Chaplin una prematura vejez, la cruel adversidad mostró una brizna compasiva en sus últimos años permitiéndola gozar con la cercanía de sus hijos. Sydney y Charlie la veían asiduamente, compartían veladas al atardecer, daban paseos y se divertían jugando a las damas. Vivió arropada por ellos, en una preciosa casa rodeada de relajantes vistas al mar, mimada por un entregado matrimonio y una enfermera que se ocupaban exclusivamente de su cuidado personal. Charlie le proyectaba sus películas cuando ella iba a los estudios. Hannah los vio triunfar, alcanzar aquel quimérico y lejano sueño mucho más allá de lo que jamás se habría atrevido a imaginar.
Fin
Próximamente: Epílogo.