“Charlot”, el entrañable vagabundo
“No se mide el valor de un hombre por sus ropas o por los bienes que posee, el verdadero valor de un hombre es su carácter, sus ideas y la nobleza de sus ideales” (Charles Chaplin)
Charlie seguía sus directrices autodidactas para el desarrollo de su potencial, sin dejar espacio al matrimonio, no cedió al enamorarse de Peggy Pierce ni en su romance con Pola Negri. La First National obtenía jugosos beneficios con sus últimas cintas, Armas al hombro y Vida de perro. Artistas inolvidables desfilaban por los estudios, Paderewski, Pavlova, Nijinski. Hollywood, convertido en la meca del cine, acogía a escritores e intelectuales de todo el mundo; William J. Locke, Somerset Maugham, Blasco Ibañez. Douglas Fairbanks y Mary Pickford fueron sus amigos más cercanos, crearon una sociedad conjunta llamada United Artists Corporation.
En 1918 se casó con Mildred Harris, tuvieron un bebé que vivió tres días. El matrimonio no fructificó. Ambos acordaron que ella solicitaría el divorcio “alegando maltrato psicológico”. Mildred incumplió, filtró la noticia a la prensa y una información sesgada trascendió al público. Charlie le ofreció 100.000 dólares en lugar de los 25.000 dólares otorgados por ley, aceptó, pero a la hora de firmar volvió a incumplir. La First National fue la causa, la utilizaron para incautarse su última cinta, El Chico. Querían estrenarla en tres comedias y pagarle menos. Había dedicado dieciocho meses de rodaje y 500.000 dólares de su bolsillo. Charlie no consintió el ultraje, se desplazó a otro estado con un par de ayudantes y venciendo múltiples obstáculos logró concluir el montaje.
La compañía claudicó triplicando el precio inicial. Mildred firmó el divorcio y El Chico disfrutó de la merecida acogida en Nueva York. El niño Jackie Coogan realizó una magnífica interpretación y las críticas fueron sensacionales. La yuxtaposición de escenas cómicas con otras de intenso patetismo, mostradas por primera vez y coincidiendo con su primer largometraje, catalogó la película como una obra clásica; y le resarció de dos anteriores cintas de escasa repercusión, Sunnyside y A Day’s Pleasure. Extenuado por el ininterrumpido trabajo y estigmatizado por la escandalosa separación pensó en viajar a Inglaterra. Embarcó con el ánimo de ver a Hetty Kelly, el amor platónico de su reciente juventud.
“Preocúpate más por tu conciencia que por tu reputación. Tu conciencia es lo que eres. Tu reputación es lo que otros piensen de ti. Y lo que otros piensen de ti… No es tu problema” (Charles Chaplin)
En la estación de Waterloo le esperaba una entusiasmada multitud. Cuando visitó el número 3 de Pownall Terrace en el Kennington de su desdichada infancia sintió que cerraba una herida. Conoció a distinguidas personalidades y fue el invitado de honor en diversas reuniones. Regresó a California. El renovado estímulo le indujo a escribir su primer libro donde recogió las experiencias del viaje, “Mis andanzas por Europa”; al tiempo sirvió como un poderoso reclamo publicitario. Entretanto dirigió otras cintas, Vacaciones, Día de paga, El Peregrino. En 1924 contrajo matrimonio con la actriz Lita Grey, de esta unión nacieron dos hijos, Charlie Jr., y Sydney. En 1925 estrenó La quimera del oro. La seguiría El Circo, con la que obtendría dos nominaciones al óscar, como mejor director y actor principal.
Ajeno a la incipiente presencia del cine sonoro rodó Luces de la ciudad. Al estreno asistió el matrimonio Einstein. A Charlie le enterneció la faceta sentimental del científico, lo mismo reía que se enjugaba unas lágrimas. Einstein le dijo: “Lo que he admirado siempre de usted es que su arte es universal; todo el mundo lo comprende y lo admira”. Charlie respondió: “Lo suyo es mucho más digno de respeto; todo el mundo lo admira y prácticamente nadie lo comprende”. Era 1929, aquel año se produjo la quiebra de Wall Street.
El divorcio de su segunda esposa desembocó en un tormento. Lita manifestó sus quejas en la senda abierta por Mildred, anotadas en un burdo y humillante folleto que se vendía en la calle. Los prejuicios de la clase media americana tomaron posición en el conflicto conyugal. Charlie recibió apoyo de colegas, La Academia, críticos y periodistas. Los europeos no cayeron en la trampa de juzgar el arte de Chaplin bajo una perspectiva personal. Artistas e intelectuales firmaron un manifiesto titulado: “Manos fuera del amor”. Entre ellos estaban, André Breton, Marcel Duhamel, Man Ray, Louis Aragon, Max Ernst, Thomas Mann. Al drama familiar se sumó una reclamación de impuestos. El gobierno americano embargó sus propiedades incluyendo los estudios. Ante la debacle optó por presentar Luces de la ciudad también en Londres y así salvar su continuidad profesional. Hastiado y decepcionado puso rumbo a Europa con tal propósito en febrero de 1931, acompañado por Ralph Burton, un excéntrico ilustrador que atravesaba una depresión, su agente Carlyle Robinson y Kono, un japonés que le ayudaba en diversas tareas.
“La vida se volvió insoportable por la falta de significado y propósito” (Charles Chaplin)
Un mundo entre guerras, fracturado, agitado por una profunda crisis, y Charlie en medio de los turbulentos acontecimientos. El público europeo lo acogió con afecto en todas partes. Compartió veladas con ilustres personajes, sir Philip Sassoon, los duques de York, lady Astor, Munnings, Bernard Shaw. El estreno de la película en la capital londinense resultó memorable, culminó con una cena en la que sir Winston Churchill le dedicó un emotivo brindis. En París lo nombraron Caballero de la Legión de Honor. El día 9 de marzo llegó a Berlín. Se entrevistó con sir Horace Rumbolt y el doctor Joseph Wirt, miembro del Reichstag. Einstein lo recibió encantado en su modesta vivienda. Hitler ya incitaba a los germanos con maniobras maliciosas contra el Tratado de Versalles. Entre los oficiales del partido nazi difundían una circular, decía: “La natural hostilidad del campesino hacia el judío, y hacia el masón como siervo del judío, debe ser impulsada con intensidad”. Era el preludio de los aciagos días que conmocionarían al mundo.
De nuevo en Londres continuó los compromisos sociales, el príncipe de Gales, el primer ministro Ramsay MacDonald y con Ghandi el 22 de septiembre. Paseó en solitario al atardecer por Hyde Park, Lancaster Gate o Grosvenor Square, seducido por la transformación de su ciudad natal. En Niza se reunió con Douglas, y después emprendió un largo viaje con su hermano por Oriente; Colombo, Ceilán y Bali hasta llegar a Japón. No imaginaba a un gentío afectuoso esperando en el puerto de Kobe con lucidos estampados florales. Durante su estancia en Tokio ocurrió un hecho trágico, asesinaron al primer ministro Tsuyoshi Inukai mientras su hijo ejercía de anfitrión con ellos. Sydney presintió el peligro, con razón. El posterior libro de investigación de Hugh Byas, Government by Assassination, descubría los entresijos del misterioso caso. Una sociedad secreta perpetró el repugnante crimen y en la conspiración incluían el asesinato de Charlie.
El 16 de junio de 1932 volvió a Los Ángeles. Escribió un segundo libro en el que recopiló sus extraordinarias vivencias, “Un comediante descubre el mundo”. El cine sonoro eclipsaba al mudo y él detestaba competir. Igual que rechazaba los trucos con efectos pomposos, le parecían desagradables y pretenciosos. Lo reflejó en su autobiografía: “…un crítico me había dicho que Luces de la ciudad era muy buena, aunque rozaba lo sentimentaloide y en el futuro debería intentar ser más realista. Posteriormente podría haberle respondido que el llamado realismo es a menudo artificial, falso, aburrido, prosaico, y que no era la realidad lo que importaba en una película sino lo que la imaginación podía hacer con ella…”. Ese año Franklin Delano Roosevelt ganó las elecciones de Estados Unidos.
En 1936 se casó con Paulette Goddard después de rodar Tiempos Modernos. En 1937 Alexander Korda le animó a desarrollar una parodia burlesca de Hitler, con su ridículo bigote, el lacio mechón y el bufonesco gesto del brazo levantado. Pero Inglaterra declaró la guerra a Alemania y cuando cientos de científicos, artistas, filósofos y escritores tuvieron que escapar del terror nazi, como Thomas Mann o Albert Einstein, la imagen cómica que tenía del dictador se transformó en una figura siniestra. Las noticias de la masacre en Dunkerque, la Francia ocupada o los campos de exterminio, le confirmaban que el mundo se enfrentaba a un demente. Charlie recibió amenazas de extremistas, también mensajes opuestos y alentadores: “Dese prisa con su película, todo el mundo la está esperando”. Invirtió en el rodaje dos años de trabajo y dos millones de dólares. El Gran Dictador triunfó, se exhibió durante semanas en los teatros Astor y Capitol de Nueva York. En 1940 fue nominada al óscar.
“Solo soy, solo sigo siendo una sola cosa: un payaso. Eso me pone en un plano más alto que cualquier político” (Charles Chaplin)
Paulette y él estaban distanciados, formalizaron el divorcio y continuaron siendo amigos. En 1942 buscaba una actriz para protagonizar Sombra y Sustancia. La agente cinematográfica Mina Wallace le presentó a una aspirante que cumplía el perfil, iba a cumplir 18 años. Era Oona O’Neill, hija del dramaturgo Eugene O’Neill, de origen irlandés, (premio Nobel de Literatura y galardonado con varios Pulitzer). Charlie la contrató. Oona irradiaba una atractiva belleza, cálida, era alegre, tolerante y hacía gala de una inusitada madurez. Como él explicaba: “La excepción a la regla”. Se enamoraron. En 1943 decidieron casarse a pesar de la diferencia de edad. A O’Neill lo indignó hasta el extremo de retirar la palabra a su hija. Ella decidió renunciar a ser actriz, prefirió concentrar sus energías en formar una familia junto al hombre que amaba.
Un lamentable y bochornoso litigio de paternidad que conllevaba pena de cárcel marcó el inicio del matrimonio. La noticia acaparó grandes titulares, calumniaban a Charlie sin pruebas ni pudor alguno y presentaban a Joan Barry como la víctima abandonada en estado de gestación. Hacía más de dos años que no la veía, era absurda la acusación. Pasaron un calvario hasta poderlo demostrar con hechos en el juicio que se celebró. Al ser declarado inocente un miembro del jurado exclamó: “¡Todo va bien, Charlie, todavía estamos en un país libre!” Un sacerdote católico insistía que un grupo fascista había utilizado a Barry. Los editoriales del magnate William Randolph Heartst, proclive al gobierno de Hitler y próximo a ultraderechistas, lo tachaban arbitrariamente de comunista. Por fin, en 1947 consiguió terminar Monsieur Verdoux.
En 1952 estrenó Candilejas en Londres. Al evento asistió la princesa Margarita. Charlie recibiría un óscar por la composición de la partitura, considerada una de las más bellas del celuloide. Ese mismo año le prohibieron la entrada en Estados Unidos por “supuestas simpatías comunistas”. Ocupaba un lugar en la “lista negra” del senador MacCarthy, quien empujado por un obsesivo fanatismo destrozó la vida de escritores y artistas a través de procesos e interrogatorios irregulares, como la del guionista Dalton Trumbo. Oona fiel a sus convicciones repudió oficialmente su nacionalidad estadounidense. La familia se instaló en la Manoir de Ban (casa solariega) en Vevey, Suiza. Siguió trabajando y en 1956 finalizó Un rey en Nueva York.
Charlie conocería la anhelada felicidad conyugal de la mano de la maravillosa mujer que lo acompañaría hasta el final de sus días. El matrimonio tuvo ocho hijos: Geraldine, Michael, Josephine Hannah, Victoria, Eugene, Jane, Annette y Christopher. En 1962 fue investido doctor Honoris Causa por la Universidad de Oxford. Escribió su tercer libro: “My Autobiography”, publicado en 1964. Tres años más tarde y como colofón a su carrera dirigió La condesa de Hong Kong, para la que compuso otra preciosa partitura. Recibió un óscar honorífico en 1972 y la reina Isabel II le nombró Caballero del Imperio Británico en 1975.
En la noche de Navidad de 1977 Sir Charles Spencer Chaplin conquistó los cielos y su estrella en el Paseo de la Fama de Broadway brilló con mayor esplendor. Se quedó eternamente dormido, acunado por el canto de la naturaleza que tanto amaba, perfumado por la fragancia de los frutales y el intenso verdor de la extensa pradera, y en la lejanía las majestuosas montañas bañadas por las relucientes aguas del lago, aquellas que tantas veces había contemplado reclinado en la mecedora de su jardín, le rindieron homenaje
Fin
Estos relatos están inspirados en la lectura de su Autobiografía y libros de viaje. Los títulos están recogidos en este Epílogo. Reconozco haber empatizado profundamente con la esencia más humana del personaje, único, irrepetible e inimitable; el relato poético no me impide tratar con esmero y rigor los datos. Gracias “Charlot” por apelar a las emociones con tu arte, haciéndonos reír y también llorar. Por aportar un sinfín de pinceladas de color a la vida de la gente cuando solo existía el blanco y negro. Como bien decías: “Lo que importa es la melodía, lo demás es acompañamiento”. Mientras, tú paseabas por las calles solitarias bajo la lluvia para que nadie pudiese ver tus lágrimas.