PERSIGUIENDO UN SUEÑO. Capítulo 5º

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“Charlot”, el entrañable vagabundo

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Desde 1.899 hasta 1.902 Inglaterra se vio abocada a mantener un conflicto con los bóers. Una guerra de la que Charlie apenas tuvo consciencia, excepto por las canciones patrióticas o los retratos de generales decorando las cajetillas de tabaco. En aquel período de la historia surgió una extravagante moda, las pobladas y largas patillas, lo mismo las exhibían reyes que estadistas o jugadores de criquet, sin olvidar a los envanecidos Káiseres. Era una época de extremismos, un desbordante boato frente a la más obscena de las pobrezas. Charlie luchaba por sobrevivir en medio de aquella miseria, una víctima más de la injusta y desigual sociedad que imperaba en el país. Convencido de su talento estaba decidido a perseguir un gran sueño, ser actor. En ausencia de Sydney frecuentaba la agencia teatral Blackmore hasta que el lamentable atuendo y los agujereados zapatos se lo impidieron. Allí coincidía con émulos de ambos sexos que conversaban con sublime elocuencia y esperaban impacientes su turno. Cada día aparecía un empleado y a la mayor brevedad humillaba la vanidad de los aspirantes, -nada para usted, ni para usted…-. Charlie, mimetizado con el personaje de Oliver Twist, se sentía un mendigo pidiendo algo más.

 

Charles Chaplin

Un buen día los hados de la fortuna debieron hastiarse de su malvado juego porque su suerte cambió. Recibió un aviso, escueto. – “¿Haría usted el favor de pasar por la agencia Blackmore, en Bedford Street, Strand?”- Pudo asistir a la cita ataviado con la impecable ropa y los relucientes zapatos que acababa de comprarle su hermano. Sobreponiéndose a la timidez que le era característica se presentó al director y éste le remitió amablemente al señor C.E.Hamilton, en la oficina del teatro C.Frohman. Lógicamente mintió sobre su edad, no estaba dispuesto a perder la providencial oportunidad, a sus doce años y medio añadió dos más. El señor Hamilton le observó perspicaz y divertido, quizá sin concederle demasiado crédito. Había un personaje adecuado a su perfil, Billie, el botones de una nueva obra de Sherlock Holmes. La gira empezaría en otoño y duraría cuarenta semanas. Entretanto participaría en una comedia de prueba, “Jim, the Romance of a Cockney”. Charlie respondió a la oferta con la madurez que la situación requería, –consultaré las condiciones con mi hermano-. Consciente del trascendental momento estuvo a punto de echarse a llorar en plena calle. Llevaba en sus manos el documento más importante de su joven existencia, el pasaporte que le abriría de par en par las puertas del teatro y le libraría de vagabundear por los suburbios. Sydney lo celebró impresionado y mirando absorto hacia la mecedora de su madre repitió solemnemente, –“éste es el momento decisivo de nuestras vidas”- y añadió conmovido – “¡si estuviera aquí mamá para disfrutarlo con nosotros!”-

Charlie alentaba a su hermano excitado por la repentina benevolencia que había aterrizado en sus vidas. ¡Imagínate!, dos libras con diez chelines a la semana, podremos ahorrar sesenta libras al año. Sydney le ayudó con esmero a memorizar el manuscrito de treinta y cinco páginas, en tres días lo hizo perfecto. Durante los ensayos en el teatro aprendió algunas técnicas, la estructuración del tiempo, girar oportunamente y hacer pausas. La cara del señor Saintsbury mostró sin ambages la perplejidad cuando le vio actuar. El melodrama, “Jim”, se estrenó en el teatro Kingston y posteriormente en el Fulham. El London Tropical Times reprobó la obra sin compasión alguna, sin embargo, él recibió las más entusiastas alabanzas en la reseña. Matizaba el crítico, – “Pero hay un elemento que la redime: el papel de Sammy, un vendedor de periódicos, un golfillo londinense, en el que recae la mayor parte cómica. A pesar de ser un papel muy visto y pasado de moda, éste de Sammy lo representó de un modo regocijante el joven Charles Chaplin, un niño actor, inteligente y expresivo. Yo nunca había oído hablar del muchacho, pero espero grandes cosas de él en un futuro próximo. ”-.

Charles Chaplin con su hermano Sydney

Fueron a ver a su madre a Cane Hill. Cuando llegó el otoño y Charlie emprendió la gira su hermano la visitaba regularmente. El director de la compañía pensó que dada su juventud debía convivir con el matrimonio Green, pero prefirió alojarse solo. Pernoctaban en ciudades desconocidas y no tenía a nadie con quien hablar, paseaba o hacía acto de presencia en los establecimientos donde los actores jugaban al billar, al entrar escuchaba un murmullo y les sorprendía mirándole de soslayo, tampoco se le escapaban los sobrecejos fruncidos si se le ocurría sonreír a las procaces ocurrencias. A veces se apoderaba de él una extenuante melancolía. En ocasiones se alojaba en régimen de pensión completa, entonces disfrutaba compartiendo la mesa con la familia y charlando en un ambiente distendido. Le encantaban las límpidas cocinas del norte y los alimentos saludables; el olor del pan recién horneado cubierto de mantequilla fresca y acompañado de un buen té colmaba de placer su paladar.

Sydney le mantenía al corriente de los acontecimientos a través de una correspondencia fluida. Charlie se demoraba bastante en las respuestas porque no sabía escribir bien y ello le avergonzaba. En una de las misivas su hermano, preocupado, se quejaba de la tardanza en contestar. Le recordaba la miseria compartida, los sufrimientos padecidos en la familia, le decía entre otras cosas, – “desde la enfermedad de mamá, todo lo que poseemos en el mundo es nuestro mutuo e inmenso cariño, así que debes escribirme con regularidad y hacerme saber que tengo un hermano”-. Las enternecedoras palabras de Sydney azuzaron sus sentimientos más hondos, respondió de inmediato lamentando no haberle confiado antes su torpeza con el lápiz. Aquella carta contribuyó a afianzar la confianza y el amor fraternal, un vínculo sagrado e indestructible que permanecería vivo hasta el fin de sus vidas.

La obra de Sherlock Holmes cosechó un extraordinario éxito, habría una segunda gira después de un descanso. Charlie intercedió en favor de su hermano y consiguió que le contratasen, esa vez fueron juntos. Sydney escribía a su madre informándola de los avances que hacían. En mitad de la gira les comunicaron desde Cane Hill que estaba restablecida. Pletóricos de alegría alquilaron un piso de lujo en Reading y adornaron su habitación con frescas y hermosas flores de bienvenida. La esperaron expectantes en la estación hasta que la vieron apearse y dirigirse sonriente a su encuentro. Había envejecido, ¡su pobre madre, que tan poco exigía de la vida para estar alegre! Los tres se fundieron en un largo, jubiloso y emocionado abrazo.

Se instalaron en Londres y cuando reanudaron la tercera gira los acompañó a la estación despidiéndoles orgullosa de verlos prosperar. Les escribía a menudo, en una de las cartas contaba que Louise había fallecido en el asilo de Lambeth y su hijo estaba en el orfanato de Hanwell inscrito con su apellido de soltera, donde estuvieron ellos. ¡Ironías del destino! Hannah les explicaba que sintió mucha compasión, le había visitado y obsequiado con unos presentes, desde aquel día le vio habitualmente hasta que sufrió una recaída y la ingresaron otra vez en Cane Hill. La inesperada noticia de su madre fue como una devastadora puñalada en el corazón.

La compañía Frohman desapareció definitivamente. El señor Harry York, propietario del teatro Real de Blackburn compró los derechos, pretendía hacer las representaciones en localidades pequeñas y contratarlos por un salario menor. Al mismo tiempo el señor William Gillette autor de Sherlock Holmes llegó a Londres. Charlie recibió una oferta para actuar junto a él en el teatro del West End durante unas semanas. El éxito de Holmes en Londres resultó apoteósico, entre los espectadores se encontraban insignes personalidades como la reina Alejandra sentada junto al rey de Grecia y el príncipe Cristián. Por su parte, Sydney logró un papel en la compañía de cómicos acróbatas de Charlie Manon. La buena fortuna quiso que Fred Karno, de gran talla artística y un lince descubriendo talentos, le viese y le contratase. Karno dirigía una empresa teatral de más de treinta compañías en las que actuaban estupendos actores, Fred Kitchen, George Graves o Harry Weldon, eran algunos de los más aclamados.

Mientras tanto Charlie encontró otra ocupación temporal dentro de un grupo de vodevil en el circo Casey, actuaban en Londres. Imitaba a Dick Turpin, el salteador de caminos. Después probó suerte en el pequeño teatro Forester’s Music Hall, le concedieron una semana de prueba. Ocultando su juventud bajo unas pinceladas de maquillaje y exageradas patillas, intentaba emular a los cómicos judíos tan de moda en aquella época, presentó al auditorio un diálogo cómico acompañado de unos arreglillos musicales. El repertorio de chistes fue groseramente interrumpido por una lluvia de cáscaras de naranjas y todo tipo de frutas, incluidos los tomates, de imprecaciones y desaires. Abandonó horrorizado el escenario, del camerino salió de estampida a la calle llevando una dolorosa huella en su autoestima. Conoció algún que otro fracaso, pero la experiencia le enseñó hacia donde debía canalizar su talento. Los hados de la fortuna habían decidido sostenerle bajo su manto protector y volverían a favorecerle. Fred Karno, escuchaba maravillas de él un día sí y otro también por boca de Sydney, le llamó para que trabajase con una de sus estrellas más cotizadas, Harry Weldon. Suponía una prueba de fuego, podría recuperar la resquebrajada autoestima y desterrar de su mente el vergonzoso recuerdo del fracaso. Trabajó intensamente los libretos superándose a sí mismo en las actuaciones. Los celos comenzaron a corroer a Weldon, no estaba acostumbrado a que nadie le hiciera sombra. Una noche durante una representación en Belfast protagonizó un acto mezquino. En el teatro los golpes eran fingidos, en cambio él decidió cambiar el guion y propinarle uno real a Charlie; fue tan sonoro y tremendo el bofetón que le hizo sangrar profusamente por la nariz.

El señor Burnell del Folies Bergère contrató a la compañía de Karno para actuar un mes en París. Charlie cruzó el canal de la Mancha a finales de otoño de 1.909.  No podía sentirse más exultante al pisar el continente, los antepasados de la familia Chaplin procedían de Francia, emigraron a Inglaterra en la época de los hugonotes. El París de Monet y de Renoir le sedujo desde el primer instante. Las brillantes luces de los cafés y los clientes sentados en las mesas al aire libre destilaban vitalidad. El teatro le deslumbró con sus delicados terciopelos, las grandes arañas de luces, sus brillantes espejos y los suelos mullidos de gruesas alfombras. Enjoyadas damas y príncipes sibaritas transitaban por los lujosos vestíbulos. Una noche después de la actuación se le acercó el intérprete con un recado, un célebre músico deseaba saludarle. Charlie accedió acercándose gustosamente a la mesa. El distinguido caballero le expresó su admiración por la genial representación y por lo joven que era. Él agradeció amablemente los elogios y cuando se despidieron preguntó al intérprete de quién se trataba, el cual algo extrañado contestó, – ¡Es Debussy, el famoso compositor! -.

Charlie tenía diecinueve años, era romántico y soñador, a veces melancólico, otras dinámico, y en ocasiones temerario. Después de actuar se divertía junto a la troupe cometiendo los excesos a los que solían entregarse los jóvenes. Caminaba envuelto en la bruma de la adolescencia en una desconcertante contradicción, unas veces arrastrado por la inconsciencia, otras, guiado por los destellos de una brillante lucidez en ciernes. De regreso a Inglaterra se acercaba la fecha de la expiración del contrato. Oportunamente le llegó un rumor. Alf Reeves, el agente americano de las empresas Karno, estaba en Londres con el fin de seleccionar un actor principal y llevárselo a Estados Unidos. Coincidió que el señor Reeves acudió a Birmingham a presenciar uno de los exitosos sketches de Patinaje. Charlie actuaba como primer actor y desplegó ante él sus más excelsas cualidades. En cuanto Reeves presenció su trabajo decidió que había encontrado al candidato perfecto, así se lo hizo saber a Fred Karno a quien finalmente pudo convencer de que no hallarían un actor más brillante que Charlie para representar la obra The Wow-wows.

Turbado, flotando en un mar de emociones, inquieto y apenado, en la madrugada antes de partir recorrió las calles de Leicester Square, Coventry Street y Piccadilly. Le agobiaba despedirse, su hermano encontraría al despertar la nota sobre la mesa con un mensaje – “Me voy a Estados Unidos. Te escribiré. Abrazos. Charlie”-

El barco se alejaba lentamente. El pequeño vagabundo observaba nostálgico las quietas y aun oscuras aguas del océano. Levantó la vista hacia las fulgurantes estrellas recordando que perseguía un sueño y entonces percibió más de cerca su anhelada caricia. Sonrió dulcemente.

 

– “Hay que tener fe en uno mismo. Ahí reside el secreto. Aun cuando estaba en el orfanato y recorría las calles buscando qué comer para vivir, incluso entonces, me consideraba el actor más grande del mundo. Sin la absoluta confianza en sí mismo, uno está destinado al fracaso.”-

Charlie Chaplin

 

 

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Continuará.

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