PERSIGUIENDO UN SUEÑO. Capítulo 1º.

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“Charlot”, un entrañable vagabundo

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El buque soltó amarras, levó anclas y zarpó lentamente rumbo a Quebec. Se trataba de un carguero destinado a la mercancía de ganado, aunque en esa ocasión no transportaba ni una sola res, solo las intrusas ratas se atrevían a campar a sus anchas. Sobre la cubierta un joven despedía emocionado la ciudad que le vio nacer. No había nadie en el muelle agitando un pañuelo al aire para decirle adiós y desearle buena suerte. Ignoraba cuánto tiempo tardaría en volver. Inmerso en la melancolía del pasado siguió la estela del pequeño vagabundo que de algún modo se resistía a partir. La sombra de su infancia le condujo por el sendero de sus recuerdos, susurrándole en las calles londinenses aun adormecidas, comenzaba a amanecer, hasta llegar a East Lane, Walworth, lugar donde había nacido el 16 de abril de 1.889. Su nombre era Charles Spencer Chaplin Jr.

 

Charlie evocó sus primeros años, en ellos aparecía la delicada figura de su madre, una joven mujer de larguísimos y claros cabellos, de preciosos ojos azul violeta, llamada Hannah Chaplin. Ejercía, con cierto éxito, de actriz cómica en un teatro de variedades bajo el seudónimo de Lily  Harley. Ganaba lo suficiente para vivir holgadamente con sus hijos en Westminster Bridge Road. Para él, desde su infantil y reducida atalaya, los hechos más intrascendentales, como los acostumbrados paseos domingueros en medio del ambiente festivo de restaurantes y locales dedicados a espectáculos diversos, el fresco olor que desprendían los ramilletes entretejidos por los hábiles dedos de las floristas, los llamativos colores de las frutas expuestas en las tiendas formando vistosas escaleras ornamentales, asistir a algunas entusiastas actuaciones de su padre en el music-hall de Canterbury o los carruajes de impresionante aspecto tirados por caballos, cuyos cascos retumbaban al atravesar el puente de Wenstminster, fueron la clase de nimiedades que desarrollaron en su espíritu una exquisita sensibilidad.

Habitaban en una casa espaciosa, alegre, acogedora, decorada con gusto y realzada con detalles que despertaban sus sentidos. La temprana separación de sus padres justificaba en gran medida la ausencia paterna del hogar. Charles Spencer Chaplin Sr., poseía excelentes cualidades interpretativas y una gran voz, pertenecía al mundo del vodevil. Ganaba un elevado sueldo y derrochaba una buena parte de libras esterlinas alternando con los espectadores en la cantina del teatro. Algunas compañías con cierto renombre cotizaban al alza a los actores no solo por su talento, había un trasfondo egoísta en los contratos. Disponían de alcohol para consumir en el bar. Desgraciadamente terminó sucumbiendo a la bebida al igual que otros muchos compañeros de profesión. Arrastrado por los nefastos efectos de la embriaguez el habitual carácter calmado, despreocupado, se trastocaba en exaltado e intratable, originando desavenencias conyugales. Su madre nunca volvería a casarse por temor a que sus hijos pudieran ser víctimas de un padrastro demasiado rígido o severo.

Charlie tenía ascendencia irlandesa por línea materna, Charles Hill, así se llamaba su abuelo, procedía del condado de Cork, en Irlanda. En sus tiempos de juventud había participado en los alzamientos nacionales, las escaramuzas con la policía le forzaron a dormir a la intemperie a temperaturas extremadamente bajas, aquellos excesos le provocaron un reumatismo crónico. El temperamental irlandés decidió exiliarse, viajar a Londres y establecerse en East Lane, dedicándose al honesto oficio de remendar calzado. De la abuela conservaba fugaces momentos, la recordaba afectuosa, vital, decían que por sus venas corría sangre gitana. Había fallecido siendo él muy niño. Kate era la hermana pequeña de su madre, también actriz, dueña de un voluble y caprichoso carácter. La veían ocasionalmente.

Sus primeros pasos por la vida transcurrían apacibles, cómodamente instalado junto a su madre y su hermano Sydney, una dulce existencia alterada por la irrupción de la mala fortuna. Un cúmulo de adversas circunstancias se ensañaría con ellos. No tardarían en abandonar el acogedor hogar para trasladarse a unas habitaciones alquiladas. El cambio más significativo comenzó cuando su madre, afectada por una larga laringitis, no lograba recuperar totalmente la malograda voz, imprescindible para desarrollar su trabajo. Como consecuencia los contratos con el teatro fueron disminuyendo hasta extinguirse. Solo le quedó una opción, recurrir a los tribunales para reclamar a su esposo la manutención de sus hijos, nunca antes se la había exigido. Sin embargo, en aquel primer intento, no obtuvo satisfacción alguna. Tuvo que conformarse con actuar en un humilde local repleto de soldados y gente ruidosa.

The Canteen de Aldershor era el nombre del modesto teatro donde Charlie actuó por primera vez frente al público, a la corta edad de cinco años. Ocurrió de forma fortuita, la voz de su madre se quebró durante la representación, la clientela estalló en sonoras carcajadas, en burlas y abucheos, provocando un tremendo alboroto. El director vislumbró la oportunidad de aplacar los exacerbados ánimos al dirigir la mirada hacia el niño que permanecía entre bastidores turbado por la algarabía, le había visto actuar en privado, propuso a Hannah que le permitiese reemplazarla, abochornada y acuciada por la embarazosa situación terminó aceptando. Regresó al escenario llevándole de la mano y ofreciendo excusas. Le dejó cantando una conocida canción, ‘Jack Jones’. En medio de la actuación una inesperada catarata en forma de monedas comenzó a caer ruidosamente sobre el suelo entarimado, bajo la indulgente mirada de los asistentes se apresuró a recoger las propinas, después continuó cantando, bailando, escenificando imitaciones. Charlie estaba en pleno apogeo, estimulado por un encandilado público que reía sin parar. Al finalizar el espectáculo se oyó una estruendosa y larga ovación.

Aquel episodio no hizo sino empeorar la situación obligándoles a mudarse a un piso de una sola habitación. Vivían en la época victoriana, las diferencias sociales entre riqueza o pobreza llegaban a ser abismales, las mujeres de clase inferior solo podían optar a empleos domésticos, temporales o no cualificados, con jornadas agotadoras y exiguos jornales. La preparación de su madre se limitaba al mundo del arte escénico, profesión hecha a su medida en la que era bien cotizada. La anhelada recuperación de la voz materna, suponía el sustento digno para la familia, no llegó jamás. Recurrió a la costura y alquiló una máquina de coser. A la par que sus ahorros mermaban sus pertenencias desaparecían en las casas de empeño, primero las joyas, luego los enseres de algún valor, desde el aparador donde guardaban las licoreras de cuello de botella que a él tanto le entristecían, hasta el mueble preferido de su madre, un sólido y vistoso baúl dedicado a conservar los trajes de las representaciones teatrales.

Progresiva e irremediablemente la precariedad iba adueñándose de sus vidas. Los chelines que la madre ganaba ejerciendo de niñera o confeccionando prendas no alcanzaba a cubrir sus necesidades, sumando los diez chelines semanales de la forzada aportación del padre y la pírrica ganancia de Sydney repartiendo prensa los fines de semana, conseguían ir tirando. Pero la imprescindible y tardía asignación de su progenitor cesó, al mismo ritmo que la carrera de actor sufría un declive a causa de su adicción a la bebida.

La constante desazón sumió a la joven madre en una crisis, comenzó a padecer fuertes jaquecas. Buscó consuelo en la religión, alejándose paulatinamente de sus amistades del teatro, cuando los aciagos tiempos hicieron acto de presencia. Visitaban frecuentemente la iglesia los días de asueto para escuchar los sermones del reverendo y el ceremonioso sonido del órgano interpretando a Bach, esperando el milagro que no terminaba de llegar. Allí recibió la primera comunión. La familia habitaba en una sombría planta baja de Oakley Street, etapa en la que él convalecía de una enfermedad, la lúgubre estancia resplandecía cada tarde a través de conmovedores relatos bíblicos, la maternal dulzura narrándole solemnemente hermosas historias de compasión, amor y tolerancia, prendió una benigna y perenne llama en el corazón de Charlie.

El invierno les encontró desprovistos de ropa. De nuevo el ingenio materno improvisó adaptando antiguas prendas, transformando plisados, suprimiendo encajes, con el fin de protegerles de las gélidas temperaturas. Sydney se sintió ridículo con una chaqueta de terciopelo y aquellos zapatos femeninos a los que habían quitado los tacones. En la escuela fueron objeto de disputas e hirientes chanzas, los niños en su ignorancia podían llegar a ser extremadamente crueles. A Charlie le apodaron ‘sir Francis Drake’. Habían descendido a las capas más humildes de la sociedad donde la gente adolecía de buena dicción, su madre les corregía evitando que adquiriesen tan perjudicial costumbre, también les enseñaba a llevar el compás de una canción, a ejecutar pasos de baile, recitar comedias cortas y divertidas, imitar, todo el repertorio utilizado por los artistas en el music-hall. Mientras, los recibos no dejaban de aumentar y se llevaban la única herramienta que les quedaba para sobrevivir, la máquina de coser. Desesperada tomó una dramática decisión, ingresarían en el asilo de Lambeth, el último refugio de los más pobres.

-Sin haber conocido la miseria es imposible conocer el lujo-

Charlie Chaplin

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Continuará

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