Hace apenas una semana me refería a uno de los grades problemas del ser humano, sino quizá el más importante por la infelicidad que nos provoca, como es el de no saber estar en nuestro sitio, es más, desconocer cuál es o donde está ese lugar mágico en el que nos podemos sentir plenamente satisfechos, pasándonos así la vida de aquí para allá dando saltos como un caballo de ajedrez, persiguiendo una figura fantasma, imaginaria, a la que pretendemos darle forma.
Un grave error por la pérdida de tiempo, debido a que las cosas existen en realidades distintas o, al menos, no coincidentes en su plenitud con la que hemos dado forma en nuestro interior, incluso, en la mayoría de los casos, sin tenerla bien perfilada o definida, sólo que a medida que nos acercamos a ella, a lo que creemos que es su forma. nos sentimos mejor, como si las piezas de un puzle fuesen encajando, pero siempre faltando alguna o algunas que impiden verla en su plenitud.
Dicho de otra manera, una misma realidad forma parte de dos mundos diferentes en cada uno de nosotros. El exterior que no podemos manejar pues lo conforman realidades ajenas que no dependen de nuestra voluntad, tan sólo parcialmente, en la medida que todos formamos parte de un todo; y otra interior que, por un montón de circunstancias internas o personales, como la información a la que hemos tenido acceso, nuestra formación o experiencia, incluso nuestros genes, hace que percibamos de una manera diferente.
Imaginemos una pelota, la pelota existe, es de goma, de color rojo y de un tamaño determinado, sin embargo la percepción interna de esa pelota, aún aproximándose, no es la misma dependiendo del sujeto. Lo que para uno produce energía positiva porque le traslada a su infancia en la que poseyó una pelota igual o similar, para otro, le produce fobia, porque le rompieron la nariz jugando con ella.
Pues bien, eso mismo pasa con cualquier otra realidad, una misma realidad con percepciones diferentes. Sin embargo, la cosa se complica, cuando ni siquiera vemos esa realidad, no sólo porque no existe al no formar parte de nuestro presente y, por consiguiente, sólo podemos imaginarla dentro de ese continuo deseo de cambio en el que vivimos los seres humanos en persecución de un deseo, de un sueño o de un proyecto, sino porque además cometemos el error de pretender que se adecúe en su totalidad a la imagen que hemos podido definir en nuestro interior, obviando que las cosas existen en esos dos mundos antes descritos; de lo cual pueden surgir dos sentimientos contrapuestos, por un lado el de frustración, cuando no logramos encajar todas las piezas del puzle, y por otro el de satisfacción o incluso entusiasmo cuando no nos rendirnos en el reto que supone el cambio que perseguimos, disfrutando del camino para alcanzarlo, eso sí, sólo si hace bajo la premisa de que todo es como es, no como deseamos que sea, el que coincida, a veces, en el mejor de los casos, no será de forma indefinida, convirtiéndose además en un esfuerzo inútil pretenderlo.
¿Cuál es por lo tanto nuestro sitio?. La respuesta es que no hay un solo sitio debido a que la realidad fluye, es cambiante, el truco está sólo en saber cómo vivirla, acercarnos a ella todo lo posible en cada momento según nuestro patrón interior, pero bajo el convencimiento que en el universo no estamos sólo y que, cuantos más nos aproximemos a esa realidad, estaremos sumando energías, que otros pretenden restar, queriéndolas acaparar con un protagonismo que no le corresponde, imponiendo al mundo su imagen de las cosas, lo que ellos llaman su verdad, olvidándose que existen tantas verdades como personas nos rodean.
Algunos pensarán al leer esto, que lo expuesto no es más que una percepción personal de las cosas, y no les falta razón, lo que demuestra la existencia de esos dos mundos paralelos el de los demás y el mío, el tuyo y el de los demás, al final multitud de realidades y de percepciones, y el deseo de la mayoría de imponer la suya, sino, nada más pongámonos como espectadores de una discusión o debate sobre un tema concreto, siempre veremos como cada uno trata de imponer su imperio al de los demás, su realidad, su percepción, su verdad. Pero que miopes somos, aún algunos teniendo gafas.