La pensadora francesa Simone Weil murió muy joven, con sólo 34 años, en 1943. ‘Primeros escritos filosóficos’ (Trotta) es una oportunidad para atender a lo que escribió entre los 16 y los 22 años de edad. Más allá de sus apuntes de clase de Émile Chartier, más conocido como Alain (profesor que enseñaba cómo pensar y autor del escrito ‘Marte o la verdad de la guerra’, donde abordaba la brutalidad concreta en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial), o de poder disponer en este volumen de su Memoria para el Diploma de Estudios Superiores (acerca de Ciencia y percepción en Descartes), me parece valioso resaltar algunas de sus observaciones y de sus criterios.
Una jovencísima destacaba que el pensamiento no es continuo y que solo existe en la medida en que actúa. Subrayaba que todo lo que se piensa a propósito de la verdad está dominado por dos ideas contrarias. De este modo, existen pensamientos falsos y verdaderos. ¿En qué se distinguen unos de otros? “Un pensamiento verdadero –aseveraba- es un pensamiento conforme a algo que existe independientemente de mis pensamientos”, y de no ser así no se podría calificar de ‘falso’ a un pensamiento.
En esa misma línea de expectativa de claridad (exigente y nunca arbitraria), anotaba que el pasado no puede no haber existido, “aun cuando todo espíritu lo hubiera olvidado”, y ello a pesar de que sea la existencia ‘la que recuerda’. En consecuencia, el hombre puede verse hundido en la manipulación y la ignorancia y llegar a ser, por tanto, “esclavo de las sombras”.
En estas páginas hay referencias expresas a la realidad del derecho, visto como un poder o una fuerza: “El derecho es de hecho”. Pero es absurdo, afirma, hablar de exigencias, pues el hecho no exige nada, le basta con existir. Así, destaca que “sería ridículo decir que no tengo derecho a caminar sobre el mar. Simplemente no caminaré sobre el mar”.
Con auténtica preocupación social (tenía 25 años cuando se empleó unos meses como obrera y experimentó la dureza del trabajo en cadena, máxime siendo de salud muy frágil), se preguntaba qué tipo de instrucción debía poseer un trabajador para ‘liberarse’ y respondía: “Que sepa lo que es la ciencia; que conozca los verdaderos principios”.