Me lamento profundamente cada vez que entro en las redes sociales, las ínclitas redes sociales, y compruebo, con harto pesar, que el primer escollo para la comunicación que debieran de favorecer es que en muchos casos el obstáculo principal para una comprensión del problema que se intenta tratar es el vaciado sistemático, feroz, no sé si irreversible, del lenguaje realizado por los políticos y activistas de todo pelo. Observar el torticero uso de conceptos como democracia, fascismo, derecho, justicia, ley o igualdad para a continuación ver la interpretación parcial e interesada que se hace de los mismos, siempre a favor del que lo usa, es patético. Conceptos retorcidos al límite para buscar la razón antes que la verdad.
Llevo meses, en realidad años, constatando como los personajes públicos, los creadores de opinión, cuanto peores más, retuercen el lenguaje, se lo inventan, lo pervierten para que parezca que dicen lo que no dicen, que no dicen lo que dicen, o que donde dije digo, digo diego. Aunque lo más patético, lo que realmente invita a la depresión, es comprobar, con horror y con rubor, aunque sea rubor de vergüenza ajena, como muchas personas, algunas con un cierto prestigio intelectual, utilizan esos conceptos irreales para defender posiciones que si tuvieran la voluntad, o la capacidad, de pensar por sí mismos verían que son absolutamente irreales.
Pero en muchos casos la educación recibida no se lo permite, y en otros ni pueden ni quieren, porque se nos ha acostumbrado a pensar con frases hechas, impuestas, estudiadas para evitar que el pensamiento sea libre. Cada vez que oigo a más de una persona repetir el mismo concepto, las mismas palabras, el mismo argumentario sin ser capaz de salir de los límites que el originador de mantras, mi abuela les llamaba caga sentencias, ha puesto en circulación, me pregunto dónde está la capacidad de raciocinio individual, y les pregunto.
Les pregunto porque la mejor forma de saber si alguien es un convencido o es un converso es preguntarles más allá de los límites impuestos, es seguir el razonamiento hasta los recovecos en los que el razonamiento individual tiene que valorar fundamentos que en el mantra inicial se han usado como axiomas y que suele ser el origen de toda la falacia. Les pregunto y les razono hasta donde la lógica se convierte en binaria y no admite los matices que permiten extender la sombra sobre la razón.
Y cuando un converso, un difundidor de mantras ajenos, un sectario de lo que sea que alguien pretende conseguir con mentiras y frases estudiadas para no ser puestas en cuestión, convertidas en gotas léxicas preparadas para penetrar mentes por el goteo continuo, pertinaz, contumaz, irracional, se encuentra ante el límite de su capacidad de defensa suele tener tres salidas típicas: volver al origen de la idea para evitar la trampa del límite, insultar o calificar al que no es capaz de convencer o, los más inteligentes, intentar buscar un argumento alternativo que sea negativo para el oponente aunque no tenga nada que ver con lo que se estaba discutiendo. Este último recurso es casi un reconocimiento de que no es capaz de mantener la razón sobre el tema inicial pero que hay tantas cosas alrededor de su pretensión que puede justificarla con argumentos ajenos al meollo de la cuestión.
“Y cuando un converso, un difundidor de mantras ajenos, un sectario de lo que sea que alguien pretende conseguir con mentiras y frases estudiadas para no ser puestas en cuestión, convertidas en gotas léxicas preparadas para penetrar mentes por el goteo continuo, pertinaz, contumaz, irraciona”
Y aquí seguimos, instalados entre la sordera y el insulto, sin pretender dar tregua al enemigo, que, por supuesto, es el malo y es conveniente acabar con él, por lo civil o por lo criminal. Entre personajillos de la talla de los actuales políticos que solo pueden dar lugar a personajillos como los que defienden a capa y espada sus eslóganes, sin otro argumento que el emanado de un lenguaje vacío y degradado, interesadamente incapaces de expresar una sola idea sin que pueda pensarse que sean al menos tres contrapuestas. Pensadores de adeptos a los que guiar sin educar, a los que adoctrinar sin convencer, a los que imbuir sin necesidad de razonar. Pastores que no se preocupan más que de hacerse con una razón que les favorezca y difundirla para imponerse, sin importarles un ardite el mal que a su paso vayan dejando, ni el que el futuro herede por su causa.