Una de las mejores formas de conocer al ser humano es verlo desenvolverse en colectivos. Observarlo en situaciones en las que se considere amparado por el grupo, para comprobar cuantas de sus actitudes son asumidas, y cuantas son simuladas.
El individuo, que habitualmente aislado se comporta con unos modales y actitudes que parecen serle propias, camuflado en un grupo, liberado de la observación directa, desinhibido de las conductas impostadas, por mor de su cesión de personalidad a la identidad global, saca de si mismo lo que en realidad oculta un fino maquillaje, que es la educación. Y cuanto más fino sea el maquillaje, cuanto menos asumidos tenga los valores y comportamientos sociales, tanto más descarnado será su comportamiento gremial, cabañil.
Hasta hace no mucho, apenas veinte años, estos comportamientos grupales exigían de la presencia física, del contacto corporal directo de los elementos individuales que conformaban la masa. Hoy en día, en este mundo ya tecnológico, y en virtud de un comportamiento sociológico que evoluciona más rápido que la propia tecnología, la masa se constituye en la nube, y el anonimato liberador, enmascarador, ya no precisa de pañuelos, bufandas o antifaces, basta con una identidad supuesta, una foto que no corresponda, o, simplemente, con apreciar el efecto despersonalizador de la falta de presencia corporal.
Una cierta, a veces impostada, a veces real, pertenencia ideológica, habitualmente reforzada si es minoría y ajena a la identidad adoptada, cuatro verdades, generalmente del barquero, pergeñadas por el líder de turno en el último mitin, también vale difundidas por el medio de comunicación afín en el último número, y un absoluto desapego respecto a cualquier verdad, razón o argumento que no entre en sus obtusas, colectivas, mentes, y ya tenemos las bases para un nuevo miembro de la jauría.
Imprescindible su presencia habitual en las redes sociales y la disponibilidad de tiempo suficiente para tener siempre la última palabra. Se valoran, con altas puntuaciones, el cerrilismo, la ética comparativa, la sordera selectiva, la capacidad de etiquetar y la facilidad para insultar. El resto ya lo pone el individuo objetivo del linchamiento.
Los más hábiles, no pensemos que todos son iguales, son capaces de invocar en su sinrazón virtudes y comportamientos totalmente contrarios a su actuación, sin que reparen, siquiera, en la contradicción de su argumentario. De su escaso argumentario.
Es habitual, por poner un ejemplo, invocar el librepensamiento mientras insultan, descalifican, y agreden a cualquiera que se permita discrepar de ellos. Invocan la democracia, pero no admiten, insultan, descalifican, a cualquier grupo, da igual que sea mayoritario, que no defienda su impostado, petrificado, pensamiento. Hablan de libertad, pero defienden con afán absolutista la legislación de la moral, de su moral, para imponérsela a toda la sociedad. Denigran las religiones, principalmente una, pero basta una mirada superficial para comprobar que ellos son los nuevos creyentes, ultra ortodoxos, de la una fe laicista, que, por supuesto, invalida el sentimiento laico que dicen defender.
Su comportamiento, como el de las jaurías animales, tiene unas reglas perfectamente definidas, cuando salen de caza. Es fundamental el número. Son imprescindibles las pautas. Son elementales la disponibilidad y la capacidad omnitemporal de intervención. Planteada la caza, uno de los miembros señala la presa, casi siempre los mismos, con una mayor capacidad de comunicación, respondiendo a una reflexión con un eslogan elegido en el catálogo, apropiado, o no, da lo mismo, y a continuación, en secuencia perfectamente estudiada, saltan los dos grupos auxiliares: Los alabadores del cazador, con frases de apoyo cortas, halagadoras y de rendido tributo a su defensa de la verdad compartida solo por ellos, y los linchadores de la presa, con gran variedad de insultos, etiquetas y descalificaciones varias, dependiendo de su jerarquía en la manada
Una vez iniciada la caza, no importa crear razones, simular argumentos, inventar hechos que refrenden el disparate, lo único que importa es zaherir, desprestigiar, etiquetar, insultar y tergiversar cualquier cosa que intente argumentar la presa. Lo fundamental, y ahí radica su éxito mayor, es lograr que el objetivo se ponga a la defensiva. Es muy importante, fundamental diría yo, la rabia. Insultar con rabia, desprestigiar con desprecio, zaherir minusvalorando, tergiversar sin importar la coherencia, son reglas que pretenden intimidar mucho más a la presa, habitualmente inerme y confusa porque no entiende por qué un comentario sin carga, un chiste sin fondo, un diálogo con otra persona ha desencadenado semejante furia.
Imitan, con fidelidad digna de mejor fin, todos los comportamientos persecutorios de la historia, y, a nada que se analice, se llega a la conclusión de que si tuvieran el más mínimo poder reinventarían la Inquisición, promoverían las purgas políticas y proclamarían la libertad de pensar según su ideario, o la muerte.
Una forma bastante rápida de identificarlos, es que se declaran anti. Anti lo que sea, da lo mismo, porque su falta de coherencia, de pensamiento libre, los hace caer sistemáticamente en los comportamientos que dicen combatir, los hace claramente incompatibles con lo que dicen defender.
Muchos son los comportamientos aberrantes que las redes sociales han realzado. Algunos comportamientos son creados a su amparo. Pero de todos ellos, y los hay muy despreciables, la jauría, la representación máxima de la cobardía, el totalitarismo y el pensamiento único, es el que mayor rechazo me provoca.