Paris se cierra sobre sí misma y te atrapa,
no te arrulla, te abandona en su interior, sin salida.
Rodeado de perfiles diversos, la risa embalsamada
con perfumes y aceites de alta cuna, prohibido
el llanto y cuidado el gesto. No queda tiempo para más.
Las cicatrices del desafecto se proyectan en las miradas
perdidas que alfombran bulevares sin retorno.
Las campanas de sus templos y las sombras de
sus torres ni acompañan ni cobijan, solo proyectan
anónimas, lejanas esperanzas.
Las sonrisas juegan al escondite en cada esquina y cada rato
exige un recuerdo. Los burdeles de Pigalle coronan
lánguidas y anónimas primaveras y el suelo, a cada paso,
salpicado de manos tendidas, de ojos vidriosos y susurros
agónicos que anhelan caricias ya olvidadas.
Paris, bellísima ma fredda come il ghiaccio, se protege
del bullicio y esconde romances y paradigmas,
Marcelo y Catherine, la bohéme y el sesenta y ocho,
Bogart y Bergman. Paris bien vale una misa y siempre
habrá una excusa para volver, un secreto por descubrir.