PAISAJE DE LETRAS CON SIGNOS ORTOGRÁFICOS.

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El cursor palpita sobre la página en blanco. Todo está vacío. Hace tiempo que este espacio blanco no es una página. Lo llamamos página porque en realidad no tenemos una palabra para designar el espacio donde la literatura moderna se aposenta.

Me he parado. Otra vez, el cursor palpita. Todo pálpito indica vida. Es una intermitencia la suya que parece que habla. Como cuando un mosquito sobrevuela la noche insomne de un ser humano. David frente a Goliat. Yo soy una especie de Goliat al que de vez en cuando David puede lanzarle una piedra. Una tilde pesada y contundente que te has dejado y él te devuelve arrojándotela, por ejemplo. Otras veces se cae una letra mayúscula horizontal sobre esta lisura blanca que, sin embargo, no es una página. Otras, David empuja lo escrito desde su fuerza diminuta y me lo borra. Al final de cada lucha, quizás de un párrafo, se queda palpitando. Cric cric. Es un grillo insolente.

Hace ya algunos minutos que esta página que no lo es se ha poblado del paisaje de las letras. La soledad de aquel diálogo inicial entre el cursor y quien escribe (it’s me) aparece intermediada por un conjunto de frases ordenadas que nos distancian. Al principio no era el verbo sino él y yo. Ahora están mis pensamientos de por medio defendiéndome de la nada. Soy un paisaje de letras frente al vacío y cada día me visto de algo diferente. De poema, de novela, de ensayo, de post en redes sociales, de divagación, de demanda (soy abogado), de artículo literario, de cuento para mis hijas (ese es un conjunto apolillado), de trazado filosófico, de email puesto a toda velocidad como un conjunto de sport para pasar trámite, de mensaje de WhastApp, o de jersey Twitter de ciento cuarenta caracteres. Etcétera.

A veces, el cursor se disfraza de etcétera. No me engaña. Me dice que no me ponga pesado. Como diciendo blablablablá. Es un censor. Me castra con esa onomatopeya. Hace más de veinticinco años que no he dejado de escribir ni un solo día (un paréntesis: si cierro los ojos veo un fragmento de ocas blancas en el río Júcar, junto a su orilla, es una impresión blanca que me relaja porque me lleva a creer que el amor existe y que tiene una forma pizpireta, traviesa, aunque inteligente, lo veo muy elegante y con bucles, con pelo rizado rubio y la mirada azul, tiene un arco y una flecha y está ahí, sentado junto a las ocas)

Parentesis es un impertinente. De vez en cuando aparece sugiriendo que me vaya por las ramas. Dice la leyenda que era una flautista huido de una orquesta, pues no se sentía a gusto sin su propio discurso. Irrumpe y aclara. Hace mucho que lo conozco. Lo que cuenta no siempre es necesario. Prefiero a @entreguiones. Tiene personalidad propia en Instagram. Por eso lleva arroba. Entreguiones ayuda. Es preciso y detalla. Se separa del texto y se desgaja. Es como si se abriera paso en la selva interponiendo su lugar.

Me he pasado la vida escribiendo. Lo que haces forja tu carácter. Escribo, luego no existo. O no existo mientras escribo. Cursor hace tiempo que se ha quedado con el espacio blanco entre líneas. Mientras yo escribo y él arrastra mi estela también se construye sus aposentos. Vive entre líneas, donde todo se sobrentiende sin ser escrito. Es un poco vago. Yo soy tenaz, tengo ese tesón de los que se han acostumbrado a estar siempre luchando sin garantías de nada y sin que al final se avizore un espacio de descanso. No me he dado tregua pero tampoco me han dejado. Hace tiempo, no obstante, que necesito un oasis para los bien nacidos. Yo era un bebé tranquilo y risueño. Crecí merendando, jugando al hockey sobre patines y al ajedrez, hablando con mi abuelo. Un momento. Él, antes de irse me dijo que yo siempre sería un escritor.

 

Ya. Acaba de llegar punto final. Es tajante y escueto. Solo dice se acabó.

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