-Cuando llegas a Madrid, ¿cómo fue tu encuentro con la capital?–
Llegar a Madrid fue un encontronazo con la realidad. Llego de Murcia, a finales de los ochenta, me encuentro los estertores de la movida, cuando ya quedan solo flecos de aquel estallido. Estudio periodismo en la Complutense. Más bien, voy a clase, porque no aprendí mucho, en las horas lectivas, quiero decir. Posiblemente, en cinco años hice sólo dos artículos. Pude entender pronto, que el periodismo es un mundo de egos. Es una profesión ególatra, porque se firma, si las crónicas fueran sin firmas, como fue durante mucho tiempo en The Economist, los egos, se quedarían fuera. Entro a formar parte del País a finales del año 96, cuando está comenzando la guerra digital. Aznar es elegido presidente y eso se nota en el periódico. Se perciben los cambios en la redacción, en la dirección. Se vira hacia la derecha, hacia posiciones neoliberales.
-¿Se percibía en la redacción el declive de la prensa escrita?-
Sí, había una fuerte presión que comienza poco antes de mi llegada, cuando termino el máster y comienzo en la sección España. Después de estar en Nicaragua entro en internacional en el País, en el año 98. Fue cumplir un sueño, encontrarme con mis héroes, con tan pocos años, llegar allí fue muy intenso. Eran los momentos en que comenzaban las presiones sobre la redacción, sobre todo yo sufría el giro en la visión sobre América Latina. Un ejemplo es cuando llega Uribe Vélez al poder en Colombia, claramente en El País hay una alianza con él, se le apoya con fuerza, cuando era un genocida. El País se posiciona de forma clara con una mirada estadunidense de la geopolítica mundial, con el liberalismo económico como hoja de ruta. Era más importante lo que dijera la CNN que los enviados especiales del propio periódico. En ese tiempo es cuando llega una oferta de una universidad colombiana que buscaba un periodista formado en El País; después de esa oferta me llegara por tercera vez, decido aceptar. Salgo de El País, para ir a Colombia con la incertidumbre de dar un giro radical a mi vida. Tenía un puesto consolidado dentro de la redacción, un sueldo, una seguridad, un estatus. De alguna manera tiré mi carrera profesional por la borda.





Aposté por la libertad, dejé de vivir del periodismo para hacer lo que amaba, que era precisamente, periodismo. Trabajé en la Universidad Autónoma de Bucaramanga con libertad total. Comencé a publicar en la revista Gatopardo, que en sus inicios fue un sueño de publicación, donde se permitía hacer un periodismo narrativo muy potente. Me sentí muy cuidado, había inversión para producción, se escribía con total libertad, firmabas al lado de Octavio Paz y otras plumas similares; un lujo. Podía hacer periodismo, sin comer del periodismo, por la libertad que me daba el trabajo académico.





«Aposté por la libertad, dejé de vivir del periodismo para hacer lo que amaba, que era precisamente, periodismo.»





-¿El factor de libertad cuando vives del periodismo, es escaso?-
La gente con peso, las grandes firmas, tienen capacidad de decisión, pueden hacer o decir más o menos lo que quieren. Otra cosa son las plumas desconocidas, los orbreros del periodismo. La crisis acabó con casi todo. Los ERES del Mundo y del País, han laminado a la gente más prestigiosa; los periódicos se mantienen a base de jóvenes periodistas con menos autonomía. Los periodistas, en este momento, tienen unas condiciones laborales muy precarias. Dice Nacho Escolar, que en el periodismo escrito español actual el lector es el producto y ese es el problema. No se trabaja para informar, para dar noticias, los periódicos venden a sus verdaderos clientes la capacidad de influencia en un público más o menos fiel. Ese es uno de los problemas más graves del periodismo actual.
-¿Cómo es la formación universitaria periodística que tú viviste?–
Fatal, en la Complutense había 300 personas por aula y los profesores daban la clase con micrófono. De esos 300 quizá sólo el 10% quería ser periodista. Era en la cafetería donde se creaba, donde bullía la cultura. Nos rodeábamos de experiencia vital, porque había una explosión de mucha gente lucida reunida. Allí nos formamos realmente, no en las aulas que estaban masificadas.