PACIENCIA, CONFIANZA, IMAGINACIÓN

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La vida enseña, a quien quiera enterarse, que no todo está bajo nuestro control y que no todo es posible, que son creencias ilusorias. ¿Quiere esto decir que debemos ser pesimistas? En absoluto. Es cierto que hay un pesimismo defensivo que nos protege de un posible fracaso: “Ya veremos. Lo voy a intentar, pero no creo que lo consiga”. Se cura uno en salud y se adelanta la posibilidad de que pase lo peor y, así, se busca amortiguar el efecto de una decepción.

 

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Pero no se trata de un pesimismo verdadero que nos desactive y deje en inferioridad de condiciones. Lo deseable, porque nos potencia, es un optimismo que no sea ingenuo, sino una actitud decidida hacia lo mejor, lo que Julián Marías llamaba ‘entusiasmo escéptico’; esto es, ser a la vez conscientes del valor de lo que se pretende y de las dificultades que entraña. Sin embargo, se tiene claro que “hay que intentarlo”.

Sucede que a veces nos embarga una aprensión que se apodera de nosotros. El gran temor de tener una enfermedad o poder cogerla. Una preocupación constante y angustiosa por la salud que no nos deja vivir y nos instala en la ansiedad galopante. Desde esa disposición se producen síntomas físicos y somáticos que no se saben explicar. Quienes los sufren no se los inventan, los tienen, aunque no sea con base orgánica. No se les puede ayudar negando su dolor y diciéndoles que eso suyo es cosa de nervios o que no tienen nada, porque su obsesión les deja fuera de control.

Leo Cómo afrontar la hipocondría (Alianza), libro de María Dolores Avia, catedrática de Psicología de la Personalidad de la Complutense (nombre que procede de una ciudad de la Tarraconense, que pasó a llamarse Alcalá de Henares). Selecciono de entre estas páginas una historia clínica que gira en torno al temor a padecer una enfermedad mental o a volverse ‘loco’.

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María tiene unos 40 años de edad, es de carácter alegre y emprendedor, y, como otros miembros de su familia, padece frecuentes variaciones de ánimo que le producen especiales sufrimientos. Es una mujer muy analítica que, consciente de su situación, está dispuesta a resolver su conflicto anímico. Pero que, al tratar de aclarar si lo suyo tenía una causa endógena u otra razón, ha entrado en un callejón sin salida. Episodios de crisis cada vez más frecuentes le hacen entrar en una espiral de pánico en la que se ve sola, aislada, mentalmente enferma y sin solución. Paralizada por algunas señales (olvidos o confusiones) que le alarman, se ve dominada por un estrés enorme que le hace barajar la idea de padecer alzhéimer.

Ella, que no se permitía nunca una debilidad, que siempre estaba activa y atareada, se iba a ver obligada a aceptar que no era tan fuerte como creía. Siempre consciente de las penas o deseos de quienes le rodeaban y dispuesta a ayudar a los demás, ahora estaba sola y muy asustada. María desarrollaba en su familia el papel de persona fuerte y sensata. Necesitaba unas vacaciones (también de sí misma), pero estar bien y activa a la vez suponía un obstáculo casi insuperable para su descanso.

Su vida era una continua relación de deberes donde faltaba un espacio y un tiempo para ‘no hacer nada’. ¿Cómo enfrentarse a la adversidad que la asolaba y cambiar la manera de vivirla?

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Para evitar esa terrible angustia, y superarla, había que encontrar algún placer que le compensara. Se hacía preciso apoyar y fomentar sus capacidades creativas. Y este fue el tipo de tratamiento que la ayudó con eficacia. María, cordial, sociable y con sentido del humor, pudo controlar el afán compulsivo de cumplir sus ‘obligaciones’ y reconocer que no podía resolver ‘todos’ los problemas de los demás. Le alivió poder decir que estaba hundida. Tras semejante confesión, una de las amigas que siempre le solicitaba ayuda le comunicó que aquellas palabras suyas le habían impactado tanto como cuando le dijeron que no existían los Reyes Magos.

Su psicóloga no le prescribió unas vacaciones exóticas, sino encontrar placer en pasear por un jardín, asistir a una puesta de sol o pasar una tarde en casa escuchando música. Aquel logro de pasar tardes enteras sin salir de casa, sentada en un sillón cuando más angustia le producía verse inactiva, fue, en su caso, mano de santo. Fue un formidable punto de arranque en su proceso de sanar. Ahora está en mejores condiciones para disfrutar en cada momento lo mejor de la vida. Su temor hipocondríaco a no estar mentalmente sana se va reduciendo al saberse frágil e imperfecta, como todo quisque, pero con buenas cualidades que aprovechar.

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