OTRO DISPARATE INSTITUCIONAL

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Se ve a un coche, tipo “aiga”, sobrepasando a una aparente gran velocidad a un 2 CV que tal vez, no está claro, vaya avanzando, en todo caso con una evidente y novata lentitud. Al verse sobrepasado el conductor del 2 CV se asoma por la ventanilla y grita, de forma inútil y reivindicativa, hacia el otro vehículo que ya no está al alcance de su voz: “¡¡Dale nomás!! ¡¡Dale que vas a salir en los diarios!!”. Una voz que sale del asiento trasero del 2 CV le pregunta al conductor, o se pregunta: “¿Pod qué? ¿Qué alguien paze a unoz pelagatos ez noticia?”

El conductor del 2 CV es el padre de Mafalda, el maravilloso personaje de Quino, y el que le interpela, o se interpela, desde el asiento de atrás, es Guille, el hermanito de Mafalda. Esta maravillosa viñeta, genial en su expresividad, como era habitual en su autor, es preclara  en la explicación de un hecho que sucede cada día, a cada minuto, a cada segundo, en las carreteras y ciudades de todo el mundo, el conductor medio, mediocre, juzga a los demás por sus propias limitaciones, que jamás reconocerá, y considera a todo aquel que vaya más rápido, más ágil, o que disfrute de una mayor capacidad en el desempeño de la conducción, como un loco peligroso. Y lo hará con absoluta sinceridad y convicción

Por eso, y aún hoy, a pesar de haber transcurrido una semana del hecho, no salgo de mi asombro recordándolo, ni salgo de mi asombro al comprobar la nula repercusión del disparate. A la cabeza se me vino esta viñeta de forma inmediata, mientras escuchaba, incrédulo, patidifuso, atónito, las palabras que el fiscal de Seguridad Vial, Don Bartolomé Vargas, dirigía al público en general , invitando a todos los padres de Mafalda que por el mundo circulan, y que son mayoría, a iniciar una caza de brujas contra cualquiera que ellos consideraran que podía ser un peligro para la Seguridad Vial, o sea, contra cualquiera que pueda ir más rápido, adelante con más criterio, o sea capaz de gestionar situaciones que obligan a tomar decisiones con mayor agilidad y diferente criterio que ellos.

Sí, el padre de Mafalda se me vino a la cabeza, como se me vinieron a la cabeza las brujas de Salem, o las persecuciones religiosas que a lo largo de la historia se valieron de la denuncia privada para linchar y purgar a cualquiera que no fuera del agrado del denunciante, fiándose a criterios que no siempre obedecían a lo denunciado, y que en la mayoría de las ocasiones se debían a enconos personales.

Nadie parece haberse escandalizado, nadie parece haber reparado en el disparate, y este señor, que no dudo que lo sea, sigue ocupando un puesto para el que, a mí, y dadas su palabras, me parece absolutamente inadecuado.

Bien está, si es que está bien, que las estadísticas torticeras que se manejan por parte de la autoridad competente, competente en cuanto a que ha sido nombrada, no en cuanto a la competencia, o idoneidad, que haya demostrado en el tema, señalen que todos los muertos en carretera, al menos todos aquellos de los que se habla, lo son por un concepto demostrablemente falso, el exceso de velocidad, ignorando la impericia, ignorando la inadecuada conservación de las carreteras, ignorando la inadecuada señalización de las mismas, ignorando el envejecimiento del parque móvil por una impropia política de precios e impuestos que impiden su renovación, ignorando elementos de supuesta protección que resultan letales, ignorando los efectos nocivos que los límites de velocidad que se imponen ejercen sobre los conductores, ignorando todas la circunstancias que llevan a un accidente y que en un bajo porcentaje de ocasiones pueden tener entre los desencadenantes el exceso de velocidad, concepto recaudatorio con el que tapar el de velocidad inadecuada, que es aquella en la que un conductor sobrepasa, por exceso o defecto, la que le permite conducir su vehículo, ese en concreto, con la máxima eficiencia, en un tramo de carretera determinado, con unas condiciones climatológicas dadas y dentro de un flujo general de circulación determinado por los demás usuarios.

Pero claro, eso no lo puede medir ningún cinemómetro dispuesto para la caza y recaudación en cualquier cuneta, automóvil, helicóptero o dron. No, los cinemómetros, o sea radares, o sea aparatos de recaudación, son capaces de medir la velocidad independientemente de las capacidades del conductor, de las posibilidades tecnológicas del vehículo, o del lamentable estado en el que esté la carretera por la que circula antes y después de la foto. A cualquiera, con dos dedos de frente, le resulta evidente que el grado de seguridad de un vehículo de última generación a ciento cincuenta kilómetros por hora, es superior al de un vehículo con veinte o treinta años a ciento veinte. Que el grado de seguridad de un conductor que hace habitualmente conducción en carretera, a cualquier velocidad, es superior al de un conductor ocasional, viaje puntual, vacaciones, ya que tiene una pericia que obedece a un entrenamiento continuado de las técnicas de conducción en ese entorno, y que nada tienen que ver con las de conducción en ciudad, o tramos de enlace.

Conducir es una actividad, con un cierto grado de peligro, que requiere del que la ejerce: pericia, concentración, responsabilidad y un conocimiento lo mayor posible de la máquina que maneja, no de su mecánica o características técnicas, si no de sus límites y posibles reacciones ante una emergencia. Y eso no es lo habitual, lo habitual suele ser lo contrario ¿Nadie se ha cruzado con ese conductor aferrado al volante hasta tener los nudillos blancos, asomado por encima del borde del volante con el pecho marcado por su contorno, rígido, concentrado hasta el autismo, con un semblante que demuestra su absoluto sometimiento a los caprichos de la máquina que maneja, el terror pánico que lo domina? Pues creo que ese sería el perfil del denunciante habitual que busca el señor fiscal de Seguridad Vial. Las consecuencias puede extraerlas cada uno.

A mí, que no tengo más criterio que el que me confiere ser un conductor que ha sobrepasado los dos millones de kilómetros conducidos, la mayoría en carretera, y no tengo ninguna otra credencial que me avale, ni autoridad que me respalde, la ocurrencia de Don Bartolomé Vargas, contrito, escandalizado y suplicante, en su llamamiento a un todos contra todos en un tema sensible, peligroso, maltratado, me parecería criminal, si seguramente no fuera criminal calificarlo como tal, por lo que lo calificaré de patoso, inadecuado y esclarecedor de la incompetencia del personaje público para las funciones que le han sido encomendadas.

Ya sabemos que en este país, desde que se fue Forges, y nos quedamos sin motoristas con rasqueta y agua caliente para despegar a los cargos de sus poltronas, no dimite ni La Chelito, pero tal vez, y por el bien de todos, a este señor debería de dimitirlo alguien de forma inmediata y asumir el papelón de decirle a los cafres que se permiten pegar frenazos en las autovías para impedir que otros los adelanten, o todo tipo de maniobras aún más peligrosas, para hacer valer su razón redentora (y alguno ya me he encontrado desde la ocurrencia), que de lo dicho nada, y que cada uno se preocupe de su seguridad, que pone en peligro cuando empieza a preocuparse de la ajena. O que retiren a la Guardia Civil de Tráfico de las carreteras y cada uno haga la guerra por su cuenta.

Como decía el del chiste: “Señor, dame paciencia, pero ya”.

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