El reloj acababa de marcar las 16:45, como es costumbre, C. había llegado con cierto tiempo de antelación. Mientras esperaba que ella llegara, se perdió momentáneamente en la ventana del bar contemplando como pasaba la gente sin más apuro que el de su propia existencia.
Aprovecho el tiempo muerto para recordar como la había conocido, y sonrió al darse cuenta de que fue capricho del azar que todo empiece con una pregunta, que ahora suena hasta capciosa.
– “¿Te gusta Murakami?”
Le pregunto C. allá por el 2019, mientras irrumpía en la oficina donde ella estaba trabajando, con la timidez de un ciervo y la elegancia de un cisne ella levanto la mirada y la sostuvo por un instante, le sonrió brevemente y contesto de forma afirmativa haciendo un leve movimiento con la cabeza.
Basto ese gesto para que C. se de cuenta que ella sería importante en su vida; le llenó de fascinación esa mirada triste que parecía ahogar un grito de auxilio, su apellido extrañamente italiano y la belleza sutil que hace que sea perfecta desde los pies hasta el alma, como decía Benedetti
El tiempo pasaba y una incesante lluvia de otoño adornaba la ciudad, pidió un café y lo endulzo con dos terrones de azúcar morena, mientras seguía haciendo ejercicio de memoria. Recordó la primera vez que estuvo dentro de ella, un breve rubor se apodero de sus mejillas mientras recordaba nítidamente el contorno de su piel, la forma de sus muslos, su curiosa temperatura corporal (casi siempre fría) y por un instante sintió en la yema de los dedos sus pezones. De este breve repaso, tan técnico como romántico, solo pudo arribar a una conclusión: “Vestida, bordeaba el metro sesenta, desnuda era infinita.”
Mientras apresuraba el café, los recuerdos de C. se tornaban más sobrios, y recordó sus miedos y excesos, sus incompatibilidades y reacciones, recordó la frustración que los fue consumiendo poco a poco, y que un día sin darse cuenta los volvió extraños, enemigos íntimos, compañeros de piso en el departamento de la revancha. Y ahí, justo en ese momento, recordó una gran verdad que lo trajo de golpe a la realidad. Ella nunca iba a llegar.
Los problemas cada vez se hicieron mas grandes y ellos no encontraron la forma de rescatarse. Así luego de, tres años y seis meses, en agosto del 2022, de la misma forma intempestiva que apareció en su vida, se fue.
Cuando C. volvió a repasar en su cabeza, tratando de encontrar el botón nuclear que desencadeno esta guerra que termino en derrota, no lograba recordar en qué momento la había perdido, era tan extraño, aun la sentía, la recordaba, la quería, seguro por eso sigue frecuentando los mismos cafés a los que iba con ella y recordando las historias les hacían creer que tendrían un final feliz, seguro por eso sigue esperando que un día aparezca por la puerta del café, elegantemente tarde, para poder preguntarle una vez más.
– “¿Te gusta Murakami?”