ORTEGA SE FUE A ESTUDIAR A ALEMANIA Y NOS DEJÓ CON LOS BÁRBAROS.

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En España nunca hemos tenido buenos políticos, a salvo quizás de Fernando el Católico, que dicen que tenía una cabeza prodigiosa, o desde luego Jovellanos, el Ilustrado pasado por la prisión siete años –olé nuestros huevos –, o Cánovas del Castillo, que ni siquiera pudo ser anglófilo a pesar de que admirara a la pérfida Albión, y sólo porque se dio cuenta de que era inviable no ser otra cosa que cacique. Al menos se inventó la Restauración y el caciquismo alterno, una vez tú y luego yo. También Carlos III, por eso de seguir con reyes que administraban bien la cosa pública, y alguno otro que salvar de la quema, como quizás Azaña, iniciado para ser presidente –mandaban mandiles en lugar de sotanas–. Lo que cuento no es cosecha propia del todo. Ortega decía que desde la jura de Santa Gadea siempre han gobernado los peores. Exageraba, pero en toda exageración hay una gran parte de verdad. El filósofo no era parco hablando y muchas veces atinaba e incluso auguraba realidades mucho antes de que ocurrieran. Vaticinó el fascismo y que Europa estaba condenada a ser una superestructura política. Y en “La rebelión  de las masas” predijo que la sociedad perdería la influencia de los mejores para que la masa no pensante impusiera sus gustos. Ahí estamos.  Ortega y Gasset, cuya santidad en las gónadas le llevó a estudiar filosofía a Alemania sin saber alemán —los tenía bien puestos—, ha sido una excepción al impulso y a la falta de racionalidad, que ya tuvimos bastante con las contradicciones y el carácter colérico de Don Miguel de Unamuno. Da igual. El español no ha sido europeizado nunca.

Hace mucho tiempo, hablo de décadas, me di cuenta de que la vida política no era para políticos de verdad. La inercia de España es tenerlos alguna vez y luego acomodarse a la administración de los bárbaros que tocan en suerte. Más allá de la política, está una España de herencia árabe mucho más sensual y mística, artística, o, incluso, la Sefarad intelectual y sabia de nuestros judíos errantes. La edad de Oro fue un combate entre literatos cristianos y judíos, entre estos últimos Cervantes y Santa Teresa, eclosionada en plena decadencia. Somos arte y plasticidad pura, un país que se hace grande o pequeño, nunca intermedio. La democracia es para naciones que administran y crecen en el caldo de cultivo del aburrimiento. Sin un Cervantes luchando en Lepanto o cautivo en Argel, no hubiera nacido Don Quijote. Hay españoles que sufren a los españoles y españoles castradores nacidos para mandar y asfixiar al personal. No sería yo español si no emprendiera empresas despreciando los peligros para encararme luego con ellos, decía Quevedo, cristiano viejo por cierto.

Si yo fuera inglés, administraría discreción y flema y distribuiría ironía y elegancia fumando en pipa y así la vida sería un aire fresco, una brisa suave sin telediarios estridentes. Claro que hace mucho que no escuchamos telediarios. Solo cuando pasa algo gordo como lo de Marruecos del otro día. Mientras tanto, miras la tele y te preguntas cómo es posible que Ana Blanco siga tanto en la uno. O qué has hecho para ver envejecer a Matías Prats. Es como lo de Nadal, o lo de Jordi Hurtado. Duracell. Algunos ya no se bajan de la burra. Algo así les pasa a los políticos y eso que no me gusta ninguno. Prefiero escribir y leer y vivir la España a trasmano, prefiero la cópula con la sabiduría milenaria de Andalucía que la murga nacionalista nacida de telares decimonónicos pasados por la anestesia del romanticismo. Adriano, Trajano y Marco Aurelio fueron emperadores andaluces y altivos. Y Seneca y Maimónides y Picaso y Lorca y Falla. Tiene huevos que hayamos llegado a exportar tres de los mejores emperadores romanos y que este carajal de políticos sean el hazmerreír de Europa, tiene muchos bemoles que en medio de aldea global andemos jugando a hostias de barrio.

A cada cual le salva algo. A mi, en concreto, la literatura. Por lo demás que les den. Va a pasar al final que hasta va a salir mejor ir a misa, aunque sólo sea por el trago de

vino y la paz.

 

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