… Si algún día voy, probablemente, ellos ya no existirán.
Salí a darme una vuelta. Tenía que respirar ¡Mi cerebro tenía que hacerlo! Ocuparse de temas de arte contemporáneo puede ser fascinante… Y muchas veces tedioso. ¿Cuánto tiempo eres capaz de mirarte el ombligo? El arte hoy, salvo sorprendentes y excitantes excepciones, no deja de hacerlo… una y otra vez.
En el pueblo de mi familia si caminas tres minutos en cualquier dirección ya estás en las afueras. Una hora más tarde estaba “congelado” al lado del monte. Era principios de abril de 2018 y en Burgos hacía mucho, mucho frío.
En cinco kilómetros a la redonda no había un ser humano. Más allá muy pocos. Cansado me senté en una peña, con el bosque a mis espaldas. No me dormí, pero tenía los ojos cerrados. Debía llevar un rato así porque no me di cuenta de nada hasta que noté un contacto en mi mano. Al levantar la vista, un pequeño corzo lamía, supongo, la sal de las lágrimas medio congeladas que permanecen en la palma cuando te limpias los ojos. Me quedé muy quieto, más por la sorpresa que por el miedo (los corzos son unos animales absolutamente angelicales,… y muy esquivos). A su alrededor habría una decena de adultos. Unos me miraban (vigilando). La mayoría estaban pastando, indiferentes a mi presencia.
Pasado un tiempo comenzaron a caminar a mi alrededor para adentrarse en el bosque, lentamente, sin prisas. ¡Solo. Me sentí “solo” de verdad! Aunque también extremadamente en paz. Lo que había pasado era casi inexplicable. Sabía que no me volvería a ocurrir. Pero con una vez bastaba ¡Me habían hecho un regalo para toda la vida, me había sentido aceptado!
En el camino iba pensando que, al margen de discursos románticos y apologéticos, comparado con aquello la actividad artística era algo vacío y hasta pueril: ¡a quién le importaban las vacuas digresiones entre una corriente u otra, entre opiniones que se vuelven tendenciosamente más y más complejas lingüísticamente, retorcidas, crípticas, hasta que no significan nada (de esta manera siempre podemos decir que “me has malinterpretado” en lugar de reconocer que hemos expresado una solemne idiotez porque, en realidad, no tenemos nada que decir… ¡excepto para mantener un status quo como sea!).
Pero en el campo no hay status quo ficticio, si has de saltar un arroyo… ¡lo saltas o te quedas allí! Lo salto, claro. Y justo antes de tomar impulso me pregunté si bajarían los corzos a beber a ese preciso lugar. De repente recordé Alleway with Chimpanzee. El mono cabizbajo, sentado al borde de un riachuelo de aguas estancadas, podridas. Preguntándose donde estaba su mundo salvaje, vital, exuberante, limpio. Resignado ante la certeza de que ya no existía, de que había sido devastado. Quizás pensando si sería capaz de vivir allí. Si su existencia merecía la pena.
Es en ese momento cuando evoco el trabajo de Nick Brandt. Mi cerebro funciona así (un día de estos iré al médico).
Si no lo conocéis, Brandt nació en Londres en 1964. Estudió pintura y cine en la Saint Martin’s School. En el 92 se trasladó a California y dirigió videos de Moby, XTC, Jewel…
Por generación debería pertenecer a los Young British Artist –YBA-, ese grupo de artistas (Jake and Dinos Chapman, Tracey Emin, Sarah Lucas, Chris Ofili, Sam Taylor-Wood,…) que irrumpieron para dominar la escena del arte en la década de los noventa con el inmenso apoyo de la Saatchi Gallery, y dejaron en shock a todos durante un tiempo, utilizando materiales inusuales, incorporando animales, etc. ¿Recordáis el tiburón de Damien Hirst? Al parecer no entra en la categoría de “Gran Arte”.
En 1995, mientras dirigía “Earth Song” de Michael Jackson, en Tanzania, su vida dio un vuelco. Lo que vio (no fue el escualo de Hirst, no sean ustedes malos) le llevó a cambiar su vida por completo y abrazar la fotografía para expresar lo que sintió al ver la fauna africana. Y decidió hacerlo de una forma que nadie había hecho antes.
El arte contemporáneo utiliza muchísimo a los animales. Muertos, despedazados, descuartizados, embalsamados, conservados en todo tipo de líquidos, disecados…
De una manera muy diferente, casi enfrentada, al estilo normal (documental) del género de fotografías de fauna salvaje la serie Shadow Falls está impregnada de una plasticidad prácticamente pictórica. Destilan romanticismo, sí, pero con unas cualidades propias. Tremendamente poéticas. Sus animales son almas únicas, y son tratados con el mismo respeto y la misma dignidad que merece cualquier criatura sensible. Son fotografiados de igual manera en que retrataría a un ser humano: particularizados, individualizados (no son una masa genérica), se busca la pose que mejor les defina y que capture su espíritu, su esencia.
Por eso siempre se ha negado a utilizar zoom o teleobjetivo. Si hay proximidad es porque el espacio físico es muy reducido entre él y el animal (me resisto a utilizar la palabra bestia, le hemos dado un significado horrible; doy fe de que las bestias caminan sobre dos patas, te abrazan, te halagan, te cazan). ¿Hay peligro físico?, por supuesto. En muchas ocasiones se sitúa a pocos metros. “A veces es una sensación de que ellos mismos se están presentando para una sesión de estudio” –afirma en el libro editado con motivo de la exposición-. La atmosfera también está ahí. Es su método -honesto- para captar el esplendor y la belleza (no carente crueldad) del indómito, variado y lleno de contrastes mundo natural que está desapareciendo.
En una entrevista en la revista EXIT (nº 63, 2016, págs. 34-39) Brandt afirmaba:
«Para mí, todas las criaturas del mundo, humanas y no humanas, tienen el mismo derecho a vivir, y ese sentimiento, esa creencia de que el animal y yo somos iguales, me condiciona cada vez que lo enfoco con mi cámara.»
Entre 2001 y 2012 realiza tres series: On This Earth , A Shadow Falls y Across the Ravaged Land. Las tres revelan melancolía, en buena medida provocada por el blanco y negro y por las enormes reproducciones en gelatina de plata.
Todo cambia con (Inherit the Dust) -Heredar el polvo-, concebida en 2014 y mostrada en 2016.
La bucólica y exótica sabana se ha convertido en un erial. Un enorme vertedero hasta donde alcanza la vista. El magnifico león domina un reino de basura y desperdicios. Su mirada, perdida en la lejanía ¿soñando con como era todo antes… antes de … nosotros?
Pero hay algo extraño en él. Su magnificencia está integrada, sí, pero también recortada. Aún así percibimos con extrañeza como la línea -¿o debería decir las líneas?- del horizonte coinciden perfectamente.
Estamos ante fotografías inéditas efectuadas años antes. Primero ha muerto el paisaje, el entorno, el ecosistema que sostenía a estos increíbles seres vivos.
También han desaparecido los propios animales. Son imágenes a tamaño real pegadas a grandes paneles. Estos se instalan en lugares degradados y se vuelven a fotografiar en un contexto muy diferente. La trama ha sido actualizada. Es África hoy.
No usa herramientas digitales. Desde un principio ha afirmado que le parecen representaciones de apariencias muy frías, casi estériles, carentes de cualquier tipo de atmósfera. “Todo demasiado… Perfecto”.
La vida salvaje se ha desvanecido. Queda la memoria, sí, desgastada, como suspendida. Duplicada en un gran cuadro a tamaño real. Es un tiempo contenido, congelado. Igual que las imágenes que tenemos y atesoramos de la vida de familiares, de tiempos pretéritos que se han ido. Que ya no van a volver. Evanescentes.
El animal, doblemente cautivo (por el marco de la fotografía, por el propio espacio físico, inhabitable), está acompañado, sin embargo, por otros seres que habitan el lugar.
Es en este escenario donde aparece un nuevo actor. Las sensaciones y sentimientos se multiplican. Los roles se duplican. Los animales son víctimas (sobre eso no tenemos ninguna duda). Mártires damnificados, sacrificados a mayor gloria de los adelantos, de la evolución, de la prosperidad ¡del progreso!. Ellos no han provocado esta catástrofe.
Pero ¿y lo seres humanos? Evidentemente solo nosotros hemos podido causar este desastre, esta ruina, esta destrucción, esta mortandad, devastación, destrucción… Me detengo aquí (sería inacabable). En la entrevista que he citado anteriormente Brandt nos aclara la cuestión:
«Cuando trabajaba en el concepto, sólo tenía en mente a los animales. Fue cuando estuve allí in situ, fotografiando, cuando me di cuenta realmente de que la gente era también víctima de la destrucción medioambiental. (…) también son víctimas del “progreso”. Así que mi intención no fue cambiar al animal por la persona, sino abrazar a ambos. Esto se hace muy evidente en algunas de las fotos finales de Inherit the Dust, donde podemos ver a gente en vertederos, en los pasos subterráneos, que se vuelven y miran directamente a cámara. La identificación con ellos, en ese momento, es muy poderosa.»
Permanece la sensación de que cuanto más distópico es el escenario mejor será la fotografía. Hay una enorme obsesión por el detalle (que se pierde un tanto al ver las imágenes reducidas en nuestras pantallas).
La jirafa, solitaria, nos da la espalda, a nosotros -¿al mundo?- midiéndose con unos monstruos a los que sabe que no puede vencer. Su intento de mimetizarse con el entorno es desesperadamente patético. Su intento de sobrevivir encoge el corazón. Dispone su cuerpo como la montaña de piedras que tiene delante (es posible que adopte, ya, la forma de un sepulcro… el suyo). El cuello erguido, desafía con la misma postura las armas de las excavadoras. Es un último intento de caer –ya está en el suelo- con dignidad. La que los humanos -minúsculos, empequeñecidos- hemos perdido.
Era su territorio, ahora solo son espectros perdidos sin saber por qué en un vertedero, en una cantera.
Ya no heredarán la tierra… heredarán el polvo. Nosotros, quizás, ni eso.
El mundo del arte, normalmente, solo habla. ¿Y el artivismo?… Bueno, como digo, el arte, normalmente… ¡habla! ¿Hacer retratos de Obama es una forma efectiva de transformar el mundo, o, si lo hago muy grande –por ejemplo del tamaño de una playa, como en Barcelona- de que me inviten a la embajada norteamericana y abrirme camino entre los coleccionistas de aquel país? Para algunos si… ¡transforman radicalmente el suyo!
Me enseñaron que no somos lo que decimos, ¡somos lo que hacemos!
Dick Brandt, además de generar obra, actúa. Dice, pero también hace. Después de sus primeras expediciones de trabajo a la región de Amboseli descubrió que los ejemplares de elefantes que fotografió habían sido masacrados por los endémicos cazadores furtivos. Decidió actuar y junto al conservacionista Richard Bonham es, desde 2010, co-fundador de Big Life Foundation. Trabajan en una enorme zona que abarca territorios en Tanzania y Kenya. Tienen una misión muy ambiciosa, complicada y… arriesgada: prevenir la caza. Proteger, por tanto la vida indómita (elefantes, rinocerontes y todo tipo de predadores); conseguir suprimir el conflicto entre humanos y vida salvaje; y el enriquecimiento de las comunidades locales por medio del empleo, la educación y el establecimiento de iniciativas para la salud.
Dejemos su activismo (si estáis interesados podéis encontrar más información aquí: https://biglife.org) y volvamos a su última serie fotográfica
This Empty World es una serie totalmente diferente al trabajo que este artista había mostrado hasta ahora. En 2019 nos sorprende a todos con unas obras concebidas el año anterior. ¿Cómo describirlas? Me ayudaré con las palabras de Pablo de Tarso:
“Este mundo, tal como lo vemos, está sucediendo.”
¿Pero qué vemos? Soy consciente de que accederéis a estas imágenes desde un ordenador, incluso desde un teléfono. Es una verdadera lástima porque puede llevar a una confusión enorme. A señalar culpables donde no los hay.
Dominique Naguez afirma que “otra forma de mostrar traerá otra forma de pensar”. Quizá tenga razón.
Muchos todavía piensan que la destrucción en África es consecuencia de la caza furtiva. Una actividad detestable (aunque lucrativa para los que están al final de la cadena de este negocio), que tiene la finalidad de alimentar la insaciable demanda de partes de animales para todo tipo de usos –en su mayor parte absolutamente irracionales y sin practicidad ninguna-. Sin embargo la realidad es mucho más compleja, enormemente irónica y cruel.
Principalmente estas enormes impresiones (aunque en vuestras pantalla aparezcan pequeñas, alcanzan un tamaño de 140 x 300 cm.) ponen de relieve que EL PROBLEMA SOMOS NOSOTROS. Sí, hay un terrorífico número de nosotros: 7600 millones. El impacto que provocamos sobre la limitada cantidad de espacio y recursos del planeta recae en el ser humano. Pero, debo insistir, el nosotros al que me refiero (al que Brandt menciona y señala) no aparece en las fotografías. No son los culpables, padecen los efectos. Son los ancestrales pobladores de esas tierras empujados, unos contra otros (humanos contra animales) a un modo de vida destructivo. Somos una especie invasora… destruimos solo por el mero empuje de la satisfacción de nuestras necesidades.
Puede que lo que tenemos delante sea más real que nuestras distópicas, inconexas… falsas vidas.
Fijémonos en la mirada de la jirafa, centrémonos en la mirada del hombre a la derecha llenando un saco de carbón… ahora vayamos a un espejo y…
Cada imagen incluye y combina dos momentos separados en el tiempo. Son capturas efectuadas desde el mismo punto físico, el mismo ángulo, la misma iluminación… pero con semanas o meses de diferencia.
Son escenarios creados, construidos, artificiales. ¿Es acaso una quimera, un fotograma de una película de ficción? ¿Acaso no era esta la especialidad creativa de Brandt… la fantasía en videos musicales?.
Inicialmente son escenas preparadas. Los puentes y las autopistas en construcción, la estación de autobuses, la gasolinera, una rotonda… todo obra del departamento de arte. Luego se coloca una cámara oculta y protegida, una cámara que tomará imágenes por la noche. Por el día es imposible que los animales se acerquen… hay cientos, miles de personas transitando el lugar. Sólo después de mucho tiempo se atreverán a acercarse lo suficiente como para entrar en el “marco” en que serán fotografiados.
La enorme impresión final, las obras que aparecen contarán con estos dos elementos integrados: animal y humano. ¡Pero todo es falso!, oigo gritar mientras escribo. Supongo que me adelanto a las voces de los que lean este texto. Y me digo, en voz muy baja, las palabras de Harun Farocki en «La realidad tendría que comenzar»:
“Los nazis no se dieron cuenta de que sus crímenes quedaron registrados en una película, y los americanos no se dieron cuenta de que los registraron en una película. Tampoco las víctimas se dieron cuenta. Registros, como escritos en un libro de Dios”.
La segunda secuencia (ya he advertido de que hay dos secuencias integradas) será efectuada con el escenario absolutamente acabado y, en algunos casos, con la participación (remunerada, por supuesto) de un reparto consistente en personas pertenecientes fundamentalmente a las comunidades locales. Masáis que habitan en una zona que no es reserva protegida, junto al parque Nacional de Amboseli, en Kenya
No os preocupéis los puristas de la ecología, hasta el último elemento utilizado fue reciclado con cero desperdicio. No hay ni una huella en el paisaje que delate lo que allí pasó.
El rinoceronte desfila entre una riada humana, confundido, no sabe donde ir. Nadie le despide, no somos conscientes de su marcha… cuando levantemos la mirada del móvil será tarde.
¡Pero todo es falso!, oigo gritar nuevamente. Es posible, pero, como afirmaba Paul Virilio en «Estética de la desaparición»:
“A fuerza de ser teatralmente exhumado, analizado y vaciado por los saqueadores de tumbas, el mundo percibido ya no se juzga de interés. Al ojear una colección de fotografías que va antes del siglo pasado hasta nuestros días, vemos en la sucesión de clichés no sólo el mundo que sucede y se sucede sino, también y sobre todo, cómo se borra paulatinamente el tipo de interés que les dedicábamos.”
¿Falso? Estos animales disminuidos, lejos de su esplendor, que habíamos visto al principio, ¡son REALES!. Transitan, nocturnos, espacios en los que ya no queda lugar para ellos. Furtivos, están siendo parias en un mundo que antes les pertenecía y que les hemos arrebatado. Por la mera agresión de nuestro número.
Es cierto que el dolor de estos seres es compartido por muchas personas. ¡El deterioro medioambiental y la desertización afecta a todos los que allí habitan!
Los animales, como seres sensibles, son los protagonistas de esta historia. Interpretes (que no héroes) silenciosos y, prácticamente (es posible que aún no sea tarde) sin esperanza. Expulsados del Edén no pueden coger un autobús ¡No tienen a donde ir! Y, nosotros, aunque subamos a aviones, trenes, autobuses… tampoco.
¡Pero no es culpa mía, es más, soy ecologista!, ¡Soy animalista!¡Soy vegano –como Nick Brandt-!
Se que la mayoría sois buenas personas. Estoy convencido de que albergáis maravillosos sentimientos… para con los animales. Pero… hay 600 millones de veganos en el mundo. Si la población mundial se alimenta únicamente de vegetales hemos de multiplicar por 11 las tierras de cultivo. ¿Podríamos? La fauna necesita un espacio propio. Nos alegramos muchísimo en España porque hay… ¡250 osos… y 250 linces!. Pero cultivamos hasta los arcenes de las carreteras. ¿Donde vivirá nuestra fauna silvestre?
No soporto el sufrimiento de ningún ser vivo… pero no tengo la solución. Solo se que somos demasiados.
Nick Brandt hace todo lo posible. ¡Hace! Y sus imágenes ayudan a ello ¡También hacen!
Yo solo lo explico ¡Aunque sí sea culpa mía! ¡Aunque sea falso!
Sí, las personas y los elefantes, jirafas, leones y otros animales… son víctimas,… depende de cada uno de nosotros remediar el daño.
¡Son falsas! y tu tienes la culpa ¡Comes carne!
¡Estamos en la era del EGO… y al parecer no habrá otra!
Siempre nos quedará El perrito de Jeff Koons.
“Nunca he estado allí… y ya quedan pocos.”
Quería hablar de arte. Quizás lo he hecho. No mucho. Hay vidas que me parecen importantes.
«Solo los teólogos sueña con imágenes que no sean hechas por la mano del hombre»
Didi-Huberman
* Mientras escribía sonaba una y otra vez, desesperada y obsesivamente, Never Been There – Galapagos –1988- (Podéis hacer lo mismo… o no)
https://www.youtube.com/watch?v=QFKbxbeeYp8