Vivimos en un mundo convulso, en un mundo de dogmas, en un mundo en el que la libertad del individuo no existe por mucho que vivamos en países democráticos, con elecciones democráticas, con poderes democráticos; pero no somos libres. Somos más esclavos que nunca de nuestra propia vida, de nuestra propia existencia, del mundo que nos rodea, de ideas que no son propias, copiadas o asumidas por una incapacidad personal para ser libre, para pensar con libertad.
Muchos salen a la calle pidiendo libertad y democracia, y cuando se les da no saben como utilizarla, no saben asumir las reglas del juego, necesarias para una convivencia pacífica. Jóvenes que quieren cargarse el sistema, mujeres que reclaman una posición socio-laboral que nunca han tenido, mayores que exigen el dinero cotizado durante toda su vida para tener derecho a una pensión digna, trabajadores que no trabajan, parados que apenas sobreviven, políticos corruptos, jueces que juzgan a las víctimas en vez de a los delincuentes, cárceles abarrotadas de reclusos, fuerzas que reprimen a los ciudadanos bajo gobiernos con olor a rancio de épocas pasadas o a podredumbre, mafias que controlan la economía, indigentes que muren en los bancos de un parque o debajo de un puente, sin enterarnos; ancianos abandonados, familias desestructuradas, un planeta que agoniza.
La libertad no se pide, la libertad se vive, sin necesidad de que nadie nos diga como hacerlo, sin manuales espirituales del Padre Astete, Constituciones inmóviles, sin comunismos, sin socialismos, sin liberalismos… sin ningún “ismo” impuesto, sin fronteras y sin banderas. Libertad sin libertinaje, libertad con respeto e inteligencia, pero sobre todo, libertad de pensamiento; porque si un hombre o mujer no piensa no es hombre o mujer, pasando a ser individuos fácilmente manejables, monigotes a los pies de una sociedad donde el individualismo, el egocentrismo, el protagonismo, es lo que impera.
Estamos ante una sociedad alineada, donde se confunde la sinceridad con el sincericidio, donde las opiniones se emiten sin respeto a nuestros interlocutores, donde la amenaza y el insulto campan a sus anchas, sólo y exclusivamente por no pensar lo mismo o por estar en bandos diferentes, incapaces de buscar posturas de dialogo y mucho menos de vaciarnos de nuestros prejuicios, de nuestras ideas absolutistas para intentar entender al que tenemos en frente.
Esa es la verdadera libertad, un bien inalienable que no sabemos utilizar porque nuestra sumisión a ideales manipulados no nos deja pensar por nosotros mismos. Elegimos lo menos malo porque no sabemos ver lo bueno o buscarlo donde está; en nuestro interior, en nuestra transformación hacía valores olvidados, como requisito para lograr la transformación de nuestro entorno, de nuestra sociedad.
“Esa es la verdadera libertad, un bien inalienable que no sabemos utilizar porque nuestra sumisión a ideales manipulados no nos deja pensar por nosotros mismos”
De nada sirve llenar las plazas y calles con pancartas y consignas reclamando nuestros derechos, cuando esos mismos derechos no son respetados por nosotros mismos cuando nos conviene. Sí, el mundo necesita una transformación, pero esa transformación debe empezar por nosotros mismos, siendo leales a nuestros principios, a los valores democráticos que hacen que funcionemos como país, como sociedad. Valores que existen a pesar de que nuestros gestores políticos los corrompan con sus ambiciones personales o manipulándolos para lograr su rentabilidad política.
Un país convulso, no puede prosperar, sólo crear bandos opuestos, no en ideas, ni en demandas, sino en una confrontación dañina que a algunos interesa, casi siempre para tapar las miserias que les rodean. No podemos destruir un sistema para imponer otro, pues estaríamos hablando igualmente de imposición, pero si podemos mejorarlo, siendo el único requisito ser mejores individualmente y como sociedad, como colectivos que contribuyen a hace un mundo mejor. Lo demás es una perdida de tiempo, una lucha de egos e inútil.