NO OS VENGAIS ARRIBA MIENTRAS LA VERDAD NO SEA DERECHO FUNDAMENTAL

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La verdad os hará libres e iguales, pues sólo son iguales los ciudadanos libres que la alcanzan, y os hará además justos porque sólo desde la verdad se puede alcanzar la justicia. Sin la verdad, por tanto, no hay ni libertad, ni igualdad, ni justicia, principios fundamentales que informan nuestro ordenamiento jurídico y rigen la convivencia. La igualdad de los hombres libres que llegan a la verdad es la cima de la felicidad humana, ese viejo sueño de la Ilustración europea. Sin embargo, desde finales del siglo XIX las sociedades europeas han aspirado a igualar a los ciudadanos por la riqueza. Opino que no siendo esto malo en modo alguno, pues parece conveniente redistribuir los bienes materiales entre todos, creo que hemos aspirado tanto a lo material que nos hemos dejado por medio la verdad, esto es, la sabiduría. Sin ella no hay felicidad posible.

Solo la libertad nos conduce a la verdad y sólo ésta iguala los dos polos de una ecuación. Todo será verdad cuando la física teórica pueda conjugarse en una ecuación que unifique la teoría de la relatividad con la mecánica cuántica. En ella cabrá el absoluto y sus relativos. La verdad universal sólo puede expresarse desde la igualdad matemática de una ecuación. Es el santo grial que nos ubica en Camelot. La gravedad es verdadera porque su esencia cabe en la ley de gravitación universal de Newton, por ejemplo. Lo que somos genéticamente está en una cadena de ADN. Todos los hombres son iguales ante la ley sin que pueda prevalecer ninguna discriminación de sexo, raza, ideología o cualquier otra circunstancia social o económica, una igualdad basada en una verdad tangible: somos clones de una misma especie y tenemos derechos inalienables desde que nacemos. La energía es igual al producto de la masa por el cuadrado de la velocidad y nunca se destruye, solo se transforma. Toda verdad puede definirse en términos de igualdad porque la verdad siempre equivale a lo que significa. E=mc 2. En la desigualdad del símbolo con respecto al significado habita la falta de autenticidad.

Hace tiempo me pregunto por qué si la verdad es tan importante, no sé conjuga constitucionalmente como un derecho fundamental con categoría propia. Solo se menciona en el artículo veinte, dentro de la regulación del derecho a la libertad de expresión, como el derecho a tener una información veraz, pero hay queda la cosa. No hay un artículo concreto que regule el derecho a la verdad, lo cual no quita que la verdad sea un objetivo jurídico, aunque, por otra parte, sin embargo, no aparezca definido separadamente como un derecho y no siempre se privilegie. Por ejemplo, el artículo veinticuatro de la constitución, entre otros, consagra el derecho a la tutela judicial efectiva, amparo del que dispone un ciudadano para pedir y obtener justicia de los jueces. Sin embargo, ésta no puede conseguirse sin la verdad, la cual, entonces, aparece como un requisito para el establecimiento de lo justo. No obstante, no siempre el derecho nos proporciona la verdad. A veces, la verdad obtenida en un juicio (verdad formal) no coincide con la verdad material, es decir con lo verdaderamente ocurrido, y, entonces, el sistema puede sacrificar la verdad en favor a de la seguridad jurídica, siendo esto, a todas luces, materialmente injusto. Quizás por eso, porque puede sacrificarse por algo tan contingente como la seguridad, la verdad no opera como un derecho fundamental. ¿Quiere decir esto que nuestras normas no conducen a una convivencia basada en la verdad? Puede ser, y eso querría decir que nuestro sistema democrático no garantiza la libertad. Nuestro pacto con el diablo es que él nos da seguridad a cambio de hipocresía. Somos hipócritas. Recogemos constitucionalmente derechos que se quedan en el papel, pero que, sin embargo, no se realizan. Nuestra tranquilidad se refocila en la seguridad jurídica pagando por ello un precio tan alto como despreciar lo verdadero. Para ello, hemos ideado un andamio de convivencia que nos permite vivir sin ella cuando es menester. No suena bien, pero nadie ha dicho que busquemos lo bueno.

Si fuéramos una sociedad evolucionada, nuestra seguridad se fundamentaría en la verdad y todo lo demás vendría de suyo. Sin embargo, una sentencia puede basarse en una mentira disfrazada de veracidad formal. Una ley puede ser injusta si se basa en algo falso. Un programa electoral puede convertirse en agua de borrajas porque el destino del político es vivir un slogan y traicionarlo. Un matrimonio puede constituirse en una falsedad, pero a la sociedad sólo le importará que el casamiento parezca estable y productivo. Un anuncio publicitario, si no se pasa muchos pueblos, puede sortear la verdad por otra aparente. La mentira puede triunfar sobre la verdad, ésta es la cosa. Todo porque no hemos promulgado a los cuatro vientos el derecho a la verdad como algo fundamental de nuestra convivencia.  Quizás nos hemos olvidado de hacerlo, ciertamente, pero, a mi juicio, esto pasa simple y llanamente porque nos hemos acostumbrado a mentir. Ni somos libres, ni iguales, ni justos. Solo lo aparentamos, y la consecuencia de todo esto es que ahí radica nuestra infelicidad.

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