Con harta frecuencia, después de la convulsión producida por algún atentado de las características masivas del último acaecido, se oye la frase de: “estamos en guerra” La pronuncian, sobre manera políticos, tertulianos y cuñados varios. Imagino que con la idea de pontificar sobre la barbarie, al amparo de la emotividad y el dolor que producen estos sucesos, siempre que sean cerca de la puerta de nuestra casa. Porque no oigo , pronunciar la misma frase, si el atentado, bombardeo o masacre, se produce, por ejemplo, en Yemen (41 muertos en un bombardeo sobre un mercado) claro que ahí las bombas las tiraban nuestros primos (de la monarquía, entiéndase la ironía) los saudíes, que son moros, pero ricos, de los que no molestan, que tienen petróleo y producen buenas comisiones a los intermediarios, vaya. En Damasco, hubo 83 muertos, Homs, Siria, 90, Ankara, 30 , Nigeria, 22… No oigo esa frase cuando la hambruna mata a cientos de negritos en algún país africano. Cuando la barbarie se ensaña con Siria, Libia, sudeste asiático, o cualquier país que nos quede a desmano. Tampoco se oye, cuando la violencia patriarcal y machista mata a más de ochenta mujeres al año, en nuestro civilizado país, ¡por Dios!, no saquemos las cosas de quicio. Y no es que consideremos menos salvajes, ni tan siquiera comprensibles, los atentados de Bruselas, Paris, Madrid, Londres, que los que nombro. Pero más tampoco; no debiera haber muertos de primera y de segunda, aunque pensemos que nuestra civilización deba ser conservada como la más productiva y creciente de la historia. Cierto sentir el ruido de la bomba en nuestro salón, nos aterra más, comer el polvo que producen las explosiones, nos asusta más. Saber que no estamos impunes a la barbarie en ningún lado, nos impresiona,
produciendo la sensación de inseguridad, ante la que reaccionamos con violencia y decimos aquello de: “estamos en guerra…contra el miedo a sufrir lo que sufren otros, pero lejos de nuestras fronteras” Queremos defender nuestro margen de seguridad, sin darnos cuenta que ya no hay fronteras, que cayeron con la revolución tecnológica, la globalización y los viajes transoceánicos. Todos somos sujetos de pasar por el sitio menos adecuado, en el momento menos oportuno, mientras un iluminado, al que le explicaron por internet como hacer bombas, se inmola y nos mata. No hay cadenas, ni seguridad que sujete a los locos, más si les impulsa un odio ciego mechado por creencias y redenciones.
Muchos nos cansamos de decir que quien siembra vientos, recoge tempestades. Se armaron guerrillas, se aleccionó a gente, que en vez de cultura, ciencia, comida o/y libros, se les entregó un Kalhasnikov con mira telescópica, se les formó en la creación de bombas racimo, en campos escondidos, por la élite de los Servicios Secretos, como forma de combatir a un inicial enemigo de nuestros intereses y luego nos extrañamos que lo utilicen contra nosotros. Se esquilman tierras fértiles, se entregan territorios sin ton ni son, ni estudio de las características tribales, se deja en manos de señores de la guerra, dóciles a los criterios de Occidente, el gobierno, las armas, el dinero, con el solo control de que sean fieles a los intereses corporativos que mueven el mundo, desoyendo las masacres que producen en sus pueblos. Los sátrapas de turno entretienen su ocio en devorar a sus contrincantes, eso sí, mientras sea entre ellos y no se incomode a las multinacionales y a las corporaciones que reparten beneficios en Wall Street, todo va bien. Lo que ocurra en países lejanos no es incumbencia del occidente civilizado.
Cuando nos salpican las lágrimas, el humo de cinturones bomba y la sangre, como ahora mismo, se dice: “estamos en guerra”.
O la comenzamos mucho antes, señores de Wall Street, o no estamos en guerra, o el enemigo, el de verdad, el que está en el origen, lo tenemos agazapado, cerca de nosotros. Ocupa paraísos fiscales, plácidos despachos desde donde dominan el mundo, con sus alfombrados suelos y aire acondicionado. Si comenzamos antes la guerra, antes de matarnos a nosotros, esa guerra mató a muchos habitantes de países lejanos, fuera por bala, por bomba o por hambre, miren los humillados sirios, huyendo. Y si los combatientes, yihaidistas, de ahora, son sólo locos descerebrados, acaben con ellos, con esos medios maravillosos que ustedes tienen. El Mosad, la CIA , el FBI, y tantos servicios secretos que pululan por el mundo, en vez de espiar a ciudadanos que no tragan con la versión oficial, debieran hacer su trabajo, y cuidarnos de los malos. Imagino que eso es más difícil, porque supone dejar de comprar un petróleo barato, dejar de amigarse con moritos buenos: los ricos, los saudíes. Dejar de proteger a gobiernos sátrapas. Combatir en esa guerra que ustedes nombran, sería apoyar movimientos democráticos, pero de verdad, no de cara a la galería, eliminar a los sátrapas amigos, por mucho que con ello, a lo mejor, los dividendos de Wall Street no fueran tan soeces. Hacer las cosas bien, por las que se les paga. Es posible que ello, supondría pisar algún callo de gobernante amigo, que defiende los intereses de las corporaciones, aunque lleve entre las uñas la sangre de su pueblo. El problema, es que ahora, lleva también la sangre del nuestro.