El poeta chileno Pablo Neruda, diplomático, comunista, premio Nobel, falleció –ah, el destino- el mismo mes y el mismo año en que Augusto Pinochet implantó el terror militar en su país; medicinas salvajes. Neruda, un pseudónimo literario, quería iluminar las palabras y sonreír con los ojos y con las manos, y que en la poesía se viesen “las manos del hombre”. Decía escribir para el pueblo, aunque éste no pudiera leer su poesía con sus ojos rurales, y cultivar alrededor la conciencia de ser hombres y de creer en un destino común. De este modo, pensaba, no habría cantado en vano su poesía. “Yo no vengo a resolver nada./ Yo vine aquí para cantar/ y para que cantes conmigo”. “Óyeme estas palabras que me salen ardiendo,/ y que nadie diría si yo no las dijera”, dice en unos versos.
Aunque afirmase que no aprendió en los libros ninguna receta para la composición de un poema, Pablo Neruda asegura en su miscelánea Para nacer he nacido, saberse rodeado por la presencia invisible de sus maestros ya muertos (entre ellos Walt Whitman) y seguro de las obras que otros escritores escribirán para otros hombres que aún no han nacido; esto es, del sentido de la continuidad histórica. Neruda, quien veía a Federico García Lorca como el defensor sonoro del corazón de España y que sentía como característica íntima de nuestra historia la alegría trágica, promovía la risa que “proclama para los transeúntes el derecho a la gracia, aún en las circunstancias más entrecruzadas”. Sí, es un poco enrevesado, pero a fin de cuentas resulta benévolo.
Atendamos a estos otros versos: “Yo no creo en la edad./ Todos los viejos/ llevan/ en los ojos/ un niño,/ y los niños/ a veces/ nos observan/ como ancianos profundos”.
Neruda escribió que “la poesía se resiente a menudo del ruido de las cucharillas de café, de los pasos de la gente que entra y sale, de la risotada a destiempo”. Veamos, para acabar, una divertida anécdota. Hablando de erratas decía que son las caries de los renglones. El asunto es que una edición pirata de su ‘Crepusculario’, puso en vez de ‘besos, lecho y pan’, ‘besos, leche y pan’. “Muchas veces vi traducida a otros idiomas la erratísima y ese milk me costaba lágrimas”. Desde entonces, perseguía las erratas con podadora, insecticida y escopeta.