También en la aldea de Luisito era Navidad. No había luces que lo pregonaran, ni grandes almacenes que iluminaran las calles de tierra, ni siquiera suficientes habitantes para hacer una cena colectiva. La aldea nunca había pasado de tener cien habitantes en sus tiempos de esplendor. Ahora tenía tres, la abuela, el abuelo y Luisito.
Pero Luisito sabía que era Navidad, aunque no lo dijeran los calendarios, aunque el ordenador no lo recordara cada vez que se encendía, aunque el móvil no sonara cada pocos segundos con un nuevo mensaje. Luisito lo sabía porque esa noche, un año después, volvería a hablar con sus padres. Nunca, ni una sola nochebuena sus padres habían dejado de llamarlo desde aquel día, hacía ya unos años, en los que los vio despegar rumbo a su nuevo hogar en Marte.
Si, esa noche era Navidad, el día que esperaba con anhelo todo el año, el día en que la felicidad se mezclaba con las lágrimas de añoranza. Luego, después de hablar con sus padres, como todos los años, aguardaría con ilusión a la mañana del día seis para rebuscar entre los regalos el más ansiado, un billete para reunirse con ellos.
Pero bueno, lo importante, es que esta noche es nochebuena y mañana… mañana dios dirá.