Mientras Clarissa Dalloway compra flores en Londres una mañana de junio, Virginia Woolf especula sobre la identidad transitoria de su protagonista.



La identidad, parece decir Woolf, es pasajera, y quizás tanto más con la edad. A medida que las mujeres envejecemos, tenemos un conjunto más amplio de opciones sobre cuándo y cómo se nos ve. El sentido del yo fugaz de Clarissa Dalloway fue descrito de manera más explícita décadas más tarde por la escritora Francine du Plessix Gray en su ensayo La tercera edad – Francine du Plessix Gray en The Newyorker
Clarissa Dalloway se da cuenta de que su cuerpo es simplemente algo que usa, y luego, una oración más tarde, descubre que en realidad no es nada, nada en absoluto. Woolf sugiere una correlación entre la invisibilidad y la capacidad de conocer a las personas por instinto cuando identifica ambas cualidades en Clarissa en un solo párrafo. Desde que publicó Mrs. Dalloway a mediados de la década de 1920, estudios más prosaicos de la naturaleza humana han llegado a conclusiones similares. Un sentido reducido de visibilidad no necesariamente limita la experiencia.
Estimado terapeuta: Cumplo 50 años y estoy entrando en pánico por mi apariencia.
La invisibilidad nos dirige hacia una visión más humanitaria del mundo en general. Este estatus disminuido puede, de hecho, sostener e informar, en lugar de limitar nuestras vidas. No ser reconocido puede, paradójicamente, ayudarnos a reconocer nuestro lugar en el esquema más amplio de las cosas.
Es un tema al que Woolf vuelve una y otra vez: Clarissa Dalloway considera las “extrañas afinidades que tenía con personas con las que nunca había hablado, alguna mujer en la calle, algún hombre detrás de un mostrador, incluso árboles o graneros”. Clarissa reconoce que nuestras vidas se pueden medir por lo que hemos hecho para tocar la vida de los demás; está en sintonía con cómo se pueden formar asociaciones humanas con completos extraños. Y al valor perdurable —de hecho, al poder— de tales alianzas.
Las mujeres aparecen, o desaparecen, de cualquier forma: mucho han ayudado los artefactos y las tradiciones del hogar (telas, cortinas, trozos de tocino, hojas de lechuga, almohadas y platos), que nos han tragado por entero como una pitón. Así es la domesticidad.
Pero si la mujer además es mayor, queda reducida a una alucinación, una imagen subjetiva, un personaje de una novela recordado subconscientemente e incluso nada más que trozos de carne cruda.
Su contraparte moderna podría ser Mystique, la mutante que cambia de forma en X-Men. Ella no tiene un yo físico más allá de su cuerpo azul y, en cambio, se transforma en las formas de otros, entre ellos un asesino, un agente secreto alemán, un profesor, una niña, la esposa de un senador, una modelo de moda y un miembro del Departamento de Defensa de los Estados Unidos. Su poder es su apariencia indistinta; es lo que le permite asumir otras identidades.



el color y yo éramos uno: no había “entre”. Esta experiencia de coherencia DE nosotros CON el mundo que nos rodea es de bienestar; produce un sentido de afinidad con aquello con lo que entramos en contacto. Vera Lehndorff, (Veruschka).
Lehndorff , habla de una etiqueta revisada de invisibilidad. La propia opacidad puede funcionar como tejido conectivo. Si los humanos dejan una marca, es solo una huella rápida y elusiva temporal, nada más que un logotipo o insignia fugitiva. Y probablemente no sea lo peor para ninguno de nosotros imaginar la identidad como un arreglo de letras escritas durante unos momentos en la ventana nublada de un tren que se pierde de vista.



A pesar del papel catalizador que desempeñan, las mujeres siguen siendo en gran medida invisibles, sin quererlo. En el mundo rural enfrentan un acceso restringido a recursos productivos como tierra, insumos agrícolas, financiación y crédito, servicios de extensión y tecnología, lo que a su vez limita su desarrollo independiente. Se enfrentan a más dificultades que los hombres para acceder a los servicios públicos, protección social, oportunidades de empleo y a los mercados e instituciones locales y nacionales debido a las normas culturales, la discriminación institucional y social y los problemas de seguridad que restringen y circunscriben su acceso. No hace falta referirse a las zonas rurales de África subsahariana, donde las mujeres poseen menos del 10 por ciento del crédito disponible para la agricultura en pequeña escala; en cualquier lugar del mundo sucede de manera similar.
La inclusión y la diversidad son fundamentales para el progreso. Diversidad e inclusión, ¿cómo entendemos la diferencia?: