Imagina…
Un día cualquiera, una hermosa tarde veraniega, disfrutando de un viaje turístico junto a tu familia y a punto de vivir una experiencia que, como mínimo, te haría reflexionar.
Sucedió…
Aquel día luminoso, estival, me dejó un recuerdo imborrable en la mente y en el alma. A veces ocurre que mi naturaleza romántica, soñadora, lo añora y lo atrapa de nuevo, creando el ensueño de que los seres humanos, si quisiéramos, podríamos habitar en un mundo mejor.
Recorríamos calles empedradas con sabor a tiempos añejos, con la avidez propia de quienes anhelan descubrir lugares desconocidos. Nos deteníamos ante rincones emblemáticos empapándonos de su historia, tratando de inmortalizar su belleza en nuestra retina. Confundiéndonos entre la afluencia de turistas, cafeterías y restaurantes, en un ambiente festivo, contemplábamos con admiración las obras expuestas por los bohemios artistas en la Place du Tertre.
Nuestros pasos nos llevaron hasta el pie del Monte de los Mártires, en el barrio que los franceses llaman Montmatre. Cuenta la historia que St. Denis fue decapitado en el lugar cuando le hicieron preso intentando cristianizar a la Galia. La imagen impactante de la Basílica del Sagrado Corazón sobre la cima, uno de los iconos más relevantes de la ciudad que se alza a 130 metros de desnivel, apareció majestuosa ante nuestros asombrados ojos consiguiendo deslumbrarnos aún más, si cabe, con la blancura tan característica de la piedra travertina, que le da un aspecto celestial. Salvamos la distancia que nos separaba del templo neobizantino a través de las escalinatas, haciendo pausas y saboreando el entorno, desde el bullicio de la gente hasta los verdes jardines de la colina sagrada, testigo de las huellas dejadas en su caminar de algunos santos. Albergó varios templos en la época romana. Bajo un prisma de embeleso atravesamos el pórtico de tres arcos de la entrada, coronando los flancos las imponentes estatuas ecuestres representando a Juana de Arco y a Luis IX.
“Nuestros pasos nos llevaron hasta el pie del Monte de los Mártires, en el barrio que los franceses llaman Montmatre. Cuenta la historia que St. Denis fue decapitado en el lugar cuando le hicieron preso intentando cristianizar a la Galia.”
Caía la tarde. No había un acuerdo explícito, sin embargo, nos resistíamos a abandonar el interior del templo, estábamos ensimismados por el esplendor que desprendía la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, el mayor mosaico de Francia de aspecto dorado y misterioso encanto, y por la gran cúpula en el centro sosteniéndose en varias columnas ornamentadas con diferentes capiteles. Finalmente salimos al exterior dirigiéndonos de nuevo hacia la escalinata. Nos sorprendimos gratamente al ver a un par de jóvenes con rasgos asiáticos jugueteando con las cuerdas de unas guitarras españolas, cruzamos miradas y sonrisas, nos sentamos junto a ellos.
Perezosamente la tarde se desvanecía hacia el ocaso atrapando con sus últimos coletazos de luz diurna los incipientes destellos de la noche. Mientras, la ciudad se iluminaba regalando espectaculares vistas a los contemplativos viajeros. Los turistas más tardíos acabaron de llegar sentándose en los espacios vacíos de las anchas escalinatas, ante la expectativa de disfrutar de aquella amalgama de luces en la que se conjugaba lo natural y artificial, de una ciudad tendida a nuestros pies.
Absortos en una agradable quietud, los acordes de las guitarras sonaron cautivadores alcanzándonos con su magnetismo y contribuyendo a generar una atmósfera mágica en los presentes. La preciosa balada Imagine de John Lennon cobró protagonismo, les acompañamos cantándola suavemente. Quien no cantaba se mantenía igualmente atrapado en el sutil hechizo que espontáneamente había surgido. De pronto éramos mucho más que simples desconocidos, de etnias, credos, lenguas o ideologías dispares; éramos almas en armoniosa conexión, fluctuando en una silenciosa y perfecta sintonía de entendimiento, de comunión. Una inesperada y súbita embriaguez espiritual, intangible e inmaterial, se apoderó momentáneamente en mayor o menor medida de aquel grupo tan atípico que formábamos. Fue como si de repente el tiempo se hubiera detenido, creo que nadie deseaba que terminase el etéreo embrujo que se había producido. Un sentimiento de gran valor moral, de sensación sublime que rozó delicadamente nuestras almas, nos mostró que no hay distinciones de clases, razas, creencias, nada que pueda obstaculizar una interacción armónica a nivel espiritual, solo hay seres humanos en perpetua evolución.
Algunas personas me dirían con una sonrisa benevolente que la realidad es otra cosa muy distinta, me hablarían de las desgracias que acontecen cada día y en muchos casos más de las ajenas que de las propias, se extenderían en una larga lista de sufrimientos, me recordarían las guerras y el éxodo de millones de personas huyendo de ellas, o de tragedias naturales. Quizá no pensarían en que yo haya podido experimentar más de una de estas dolorosas realidades y que esa huella también anide en mi alma. Les respondería que la mayoría de tantos males o desgracias son causados por la mano del hombre, es decir, como siempre evitables.
Imagina…
Que existe más de una realidad, y para quienes compartimos aquella de la que hablaba Azorín he aquí una de sus frases: ‘La realidad no importa lo que importa es nuestro ensueño’
Imagina…
¿Qué habría sido del mundo sin aquellos que se atrevieron a soñar, a vivir en su propia realidad, a recrear su imaginación?
Me hago eco de lo que decía John Lennon en su canción: ‘Puedes decir que soy un soñador pero no soy el único, espero que un día te unas a nosotros y el mundo vivirá unido’.