¿Qué coño se pone una para ir a la inauguración de una exposición? “Algo elegante pero recatado” había dicho Elvira. La única chica de 25 años que hubiera usado el adjetivo recatado. Yo de elegancia iba sobrada pero un viernes por la noche no me ponía nada recatado. Me calcé el vestido ceñido negro y lo combiné con unos botines con un buen tacón.
Mientras me arreglaba reflexioné sobre el marrón que me esperaba. ¿Cómo podía estar metida en eso? Por buena y por tonta. Por querer mucho a Elvira y dejarme convencer fácilmente. En gran plan del viernes era quedar con Luis, el futuro marido de Elvira al que no conocía, a ver la inauguración de una exposición. Un cúmulo de mala suerte hacía que él estuviera en Madrid sin conocer a nadie y que Elvira no llegara hasta el domingo. Necesitaba que alguien le acompañara a la inauguración. Y me tenía que elegir a mí. La díscola, la loca, la que se mete en problemas, la inconsciente, la que vive la vida según viene, la que no piensa las cosas, con más ligues de una noche que seguidores en instagram. La mejor amiga de Elvira. Lo contrario a la chica perfecta que era ella: trabajadora, organizada, con autocontrol, de novios formales, reservándose para el matrimonio. Al salir me miré al espejo. Menudo pibón poco recatado.
Luis me estaba esperando en la puerta. Según lo vi me dieron ganas de irme. Me recordó lo que pensaba cuando lo veía en Instagram: que debía matar a muchos diabéticos con el empalague que transmitía. Pensé que iban a ser dos o tres horas horribles. Como de costumbre, me equivoqué.
Según pasaba el tiempo me di cuenta de por qué Elvira y Luis se querían tanto. Tenía todas las cualidades que me hacían que Elvira fuera mi mejor amiga: educado, inteligente, solícito, de buena conversación, culto y con un humor muy fino. Una de esas personas con las que conectas de inmediato y te sientes a gusto. Según pasaba el tiempo veía aumentar el peligro. Pero me dejaba llevar. Quizás demasiado.
“Esto se está volviendo aburrido, ¿vamos a tomar una caña a algún sitio?”, me dijo. “Me tengo que ir en un rato, casi mejor lo dejamos para otro día” contesté. “Claro. Tengo que ir al baño. Piénsatelo y cuando vuelva me dices si has cambiado de opinión”. Y se fue.
Tenía que salir corriendo de allí. Si me tomaba una sóla caña íbamos a acabar liados. Lo sabía. Me lo notaba yo y se lo notaba a él. No tenía el perfil de golfo que pone cuernos pero en ese momento estaba totalmente descontrolado. No íbamos a ponernos a salir, no era mi tipo ni yo persona de tener relaciones de más de una noche. Pero nos íbamos a pegar una buena sesión de sexo. Tenía que irme. Elvira no se merecía eso. La quería mucho. No merecía la pena. No quería otro terrible error en mi larga lista. Le dejaba ahí y me iba a tomar algo con unas amigas. Ni una caña o lo volvía a estropear todo.
Me desperté a las 12. Di vueltas en la cama unos minutos recordando la noche anterior y encendí el móvil. Tenía un Whatsapp de Elvira “¿Qué tal anoche?¿Fuísteis buenos? ;-)” y le contesté inmediatamente “Te va a costar creerlo pero te he hecho el favor de tu vida. Te has librado de un amante pésimo. Y si, a estas horas no te ha contado nada, también de un cobarde de mierda”.
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Muy chulo, Pablo!
muchas gracias!