MI EPITAFIO

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Uno de los epitafios que me más me ha gustado es el de Groucho Marx que dice: «perdonen que no me levante», aunque al parecer no reza sobre su tumba sino que fue una de las ingeniosas frases que salió de su boca debido a su vis cómica en una entrevista que dió a la revista Playboy, en la que también manifestó el deseo de ser enterado junto al féretro de Marilyn Monroe, voluntades que ninguna de ellas fueron concedidas.

Foto de Braydon Anderson en Unsplash

Asi que, pensé ¿por qué no dejar escrita una de mis últimás voluntades? y ¿por qué no hacerlo aquí?, aunque cierto es que me importa más bien un bledo lo que se haga después de mi muerte, por pedir que no quede, de manera que, quiero y deseo que mi epitafio sea: «la muerte es el único camino para la vida», y no es porque  crea en la vída eterna y en un paraiso que, dicho sea de paso, de existir sería muy presuntuoso por mi parte decir que lo mereciera, aunque todo depende de con quién te compares, y de como sea eso del juicio final y de su juez o jueces.

Tampoco pensar en tal frase esculpida en la lápida de mi tumba parte del hecho de intentar que tenga cierto ingenio desde una pose intelectualoide trayendo a colación la ley de la conservación de la energía en la  que se expresa que: «la energía ni se crea ni se destruye, sino que sólo se transforma», atribuible a Antoine Lavoisier en el siglo XVIII, porque si tuviera que defenderla no sabría ir más allá que del funcionamiento de una bombilla que transforma la energía eléctrica en lumínica. Y, menos aún, es fruto de la reflexión acerca de la transformación interior de los seres humanos intentando ser mejores personas, rompiendo con nuestro antiguo yo, de lo que he hablado en otras ocasiones.

Me gustaría parafrasearte diciendo una verdad más que evidente «La vida es el único camino para la muerte», al fin y al cabo, este ha sido el origen de las religiones, el no conformarnos con nuestra existencia terrenal, efímera si nos remontamos a los más de 3770 mil millones de años de existencia de la vida en la tierra; incluso a los 120.000 de la presencia del homo sapiens, sin embargo, reitero, no me gustan los juicios, y menos que sean finales y sin derecho a recurso, y aún menos, que se nos trate como menores de edad con la amenaza del pecado y su perdón, como único camino para la vida eterna que, dicho sea de paso, tan ingentes beneficios económicos ha reportado a la Iglesia.

Foto de Crawford Jolly en Unsplash

Entonces, pensaréis ¿en que cree este agnóstico y especulativo ser?, pues, si soy sincero, en lo que veo y en lo que toco, como Santo Tomás cuando metió sus dedos en el costado abierto de Jesús de Nazaret por la lanza de Longinos, tras su resurrección para convencerse que no estaba ante una alucinación, según nos cuentan el Nuevo Testamento, integrado por los Evangelios de San Juan, San Lucas, San Mateo y San Marcos declarados como oficiales en el Concilio de Nicea por conveniencia, ignorado otros denominados apócrifos, porque eran los que mejor  respondía al  «marketing» de la iglesia de aquel momento, y que llegan hasta nuestros días. De manera que, lo que quiero que sea mi epitafio, no es más que un mero deseo de trascendencia. Aunque, también, tengo que confesar que, en mi tendencia al panteísmo como sistema filosófico de creer  que la totalidad del universo es el único Dios, al menos el polvo que quede de mis restos tras la putrefacción de mi cuerpo en la tumba, formen parte de eso todo Dios-Universo, aunque nada más sea como nutriente para alimentar a los gusanos, lo cual no deja de ser un camino hacia la vida de estos pequeños seres que, a su vez, forman parte de la cadena de alimentación.

plazabierta

En todo caso, un epitafio del deseo que la muerte me traiga el descanso eterno, que no deja de ser un inicio de algo distinto, con trascendencia en cuanto a lo bueno que haya podido dejar. Eso sí, que tarde mucho en llegar, porque a pesar de los muchos reveses de la vida, no deja de ser maravilloso vivirla, con lo bueno y con lo malo.

 

 

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