La editorial sevillana ‘Renacimiento’ tiene en su Biblioteca de la memoria unas Memorias de Mercedes Formica, que van de 1931 a 1947. Pocos la conocen y, dada su adscripción al falangismo, los más tontos del lugar la tienen por una facha más. De este modo, por el miedo puritano a contagiarse o por el afán de ‘castigarla’, se ahorran el trabajo de atender a una mujer interesante y valiosa. Una mujer ocultada que merece ser conocida. Murió en 2002. Su desengaño del franquismo llegó, según dijo: “cuando comprendí que Franco no salvaba a José Antonio porque no quería”. Era abogada y en 1953 publicó un artículo que produjo enorme revuelo: ‘El domicilio conyugal’. Aquel escrito influyó en una leve pero significativa mejora de la ley. Se sustituyó el concepto de ‘casa del marido’ por ‘hogar conyugal’, con lo cual la mujer podía llegar a quedarse con la casa en caso de separación. Desapareció el humillante concepto de ‘depósito de la mujer’: si había separación matrimonial la mujer quedaba depositada en casa de sus padres o en un convento. Terminó el poder absoluto del esposo para enajenar los bienes matrimoniales. Las viudas que volvieran a casarse mantendrían la patria potestad de sus hijos del primer matrimonio. La igualdad legal de los cónyuges debió aguardar, no obstante, hasta 1981.
Mercedes Formica detestaba ‘lo injusto y corrompido’ y la educación que fomentaba el orgullo de casta y el poder del dinero, o que en lugar de plantear la justicia social se dieran vagas referencias a ‘los pobres’. Cuenta que Amelia Azarola, médico y mujer de Julio Ruiz de Alda, le explicó que durante la guerra, su padre obtuvo de un personaje de la República la libertad de su marido. Cuando fue a la Modelo con la buena nueva, el célebre piloto del hidroavión Plus Ultra (1926) rechazó su sola libertad porque: ‘No puedo traicionar a mis camaradas’. Días después sería asesinado, en una saca de presos, en la cárcel en que también se hallaba Fernando Primo de Rivera. ‘Desánimo infinito’ tuvo Mercedes al conocer la muerte de José Antonio, entonces opinó que la Falange debía disolverse: “Sus miembros ayudarían a ganar la guerra, pero nadie debía aprovechar unas ideas, en trance de formación, para desvirtuarlas, sabiendo que los que detentaban el poder no creían en ellas”. En marzo de 1982, señaló que olvidar aquellos años terribles de guerra y discordia no era sinónimo de traición. ¿Estamos de acuerdo?