MATEMÁTICA, CIENCIA Y POLÍTICA EN LA REVOLUCIÓN FRANCESA

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Próximamente, el 14 de julio celebraremos el aniversario de la toma de la Bastilla de París, que simboliza políticamente el fin del Antiguo Régimen, como punto inicial de la Revolución Francesa, e históricamente el comienzo de la Edad Contemporánea.

Resulta de gran interés, estudiar la intervención que tuvo la Ciencia y los científicos, en general, y la Matemática y los matemáticos, en particular, en este período de la historia de la humanidad.

 

►«Después del pan, la primera necesidad del pueblo es la educación». DANTON.

►«Cuando no podemos usar el compás de las Matemáticas o la antorcha de la experiencia, es cierto que no podemos dar un solo paso hacia delante». VOLTAIRE.

►«Esclareced las Ciencias morales y políticas con la luz del Álgebra». CONDORCET.

 

En el ámbito socio-político de la Revolución Francesa, la Ciencia, y en particular, la Matemática fueron fuerzas inspiradoras de los profundos cambios de una época decisiva para la humanidad, que contribuyeron bajo la idea de Progreso social al derrumbe del Antiguo Régimen, y transformaron profundamente las instituciones, la cultura, la educación y la vida. La “revolución institucional” que trajo consigo la “revolución social y política”, produjo otras profundas revoluciones: la «revolución educativa» con la creación de ejemplares centros de formación e investigación y la «revolución didáctica», con la elaboración de fecundos programas de formación científica y magníficos elementos de transmisión del saber.

 

CIENCIA Y SOCIEDAD: LA CIENCIA MOTOR DEL PROGRESO.

Cuanto más estrechamente se examinan las relaciones entre la Ciencia, la Técnica y la Política de este período, más claramente se pone de manifiesto que forman un proceso único de transformación de la cultura. Por eso vamos a intentar situar el desarrollo científico dentro del proceso político.

Transcurrieron más de dos siglos antes de que de la Ciencia moderna anunciada por Bacon, fundada por Galileo y desarrollada por Newton, surgiera la moderna sociedad industrial. Sólo cuando la burguesía europea haya conquistado el poder político, además del económico, y se instauren los estados constitucionales y representativos se valorará plenamente el progreso científico.

El burgués, ya sea industrial o financiero, adivinará en el desarrollo técnico y científico un medio de enriquecimiento excepcional y la máquina le permitirá multiplicar rápidamente el capital en ella invertido. Entonces se da el giro decisivo del dominio del hombre sobre la naturaleza, con la doble sustitución de las manos del hombre por múltiples mecanismos y de las débiles fuerzas del hombre y del animal y las inconstantes fuerzas del viento y del agua por la máquina de vapor.

Las dos transformaciones básicas de los siglos XVI y XVII que hicieron posibles las del XVIII fueron el nacimiento de la Ciencia experimental cuantitativa y de los métodos de producción capitalista. Cuando tuvieron lugar, estas dos transformaciones aparecieron separadas. De hecho muy pocas cosas de uso práctico se siguieron de la actividad de los científicos del siglo XVII, que organizados en Sociedades de Sabios y Academias científicas, no dirigían sus esfuerzos a mejorar las manufacturas o la agricultura. Por el contrario, a finales del siglo XVIII comenzó a advertirse la conjugación de las innovaciones científicas y capitalistas, y su interacción puso en movimiento fuerzas que transformarían el sistema político, la Ciencia y la vida de muchos pueblos.

Cuanto más nos acercamos al mundo contemporáneo más se estrechan las relaciones entre Ciencia y sociedad. La Ciencia tenía, por una parte, la necesidad de disponer de una serie de estructuras y medios que únicamente las finanzas podían proporcionarle, y por otra es el propio desarrollo de la sociedad hacia formas más complejas lo que lleva a una serie de problemas cuya solución se considera ya competencia del científico y del técnico.

Por ejemplo el desarrollo urbanístico de muchas ciudades europeas y la moderna dimensión de las relaciones sociales en ellas, determinaron una serie de nuevas exigencias. En París, en 1767, la Academia Francesa de la Ciencia convocó un concurso para encontrar la mejor solución al problema de la iluminación pública. Lavoisier fue uno de los científicos que participó y aunque no lo ganó, recibió una medalla de oro del rey. Años después, se trató el problema del abastecimiento de agua a la capital francesa. París crecía y el agua ya resultaba insuficiente. Además de la incomodidad, frecuentes epidemias habían alarmado a la opinión pública. También Lavoisier se ocupará del problema y junto con sus colaboradores lo resuelve utilizando el caudal del río Ivette.

Ya no se estaba en los tiempos de Arquímedes, en los que sólo se llamaba al científico «cuando la patria estaba en peligro». La participación de los científicos en la vida de la comunidad y en el desarrollo de la sociedad, adquiere carácter de continuidad y su intervención se considera imprescindible. En consecuencia, el papel del científico irá siendo cada vez más importante hasta que en la Revolución Francesa se asiste casi a «su toma del poder». Los hombres de ciencia también se ocuparán de cuestiones políticas y gozarán de respeto. Por ello resulta interesante examinar con detalle la situación de la Ciencia en aquel entorno histórico.

 

LA REVOLUCIÓN FRANCESA: CIENCIA Y POLÍTICA.

En el siglo XVIII en Francia, mientras la sociedad feudal estaba ya en decadencia, en las grandes ciudades como París, Marsella, Lyon, etc., ingenieros, contratistas, armadores de barcos, etc., habían establecido entre sí una sólida red de intereses y detentaban de hecho el poder económico. La Revolución Francesa formalizará desde el punto de vista institucional un poder que la burguesía ya poseía de hecho. Se desarrolló de forma violenta debido a la ciega resistencia de las nobles clases privilegiadas y de forma republicana debido a la incapacidad de la monarquía para reconducir los acontecimientos.

Pero ¿Y la Ciencia? ¿Cuáles fueron sus relaciones culturales y de poder con el movimiento revolucionario? ¿De qué parte estaban los científicos? ¿Qué cambio experimentó su rol social ante la confrontación con el antiguo régimen?

La Revolución Francesa fue preparada en el ámbito ideológico por la Ilustración, amplio movimiento intelectual que propugnaba el gobierno de la razón, la experiencia y la Ciencia, aplicadas a la Técnica, y que tuvo su más viva expresión en la elaboración por parte de Diderot y D’Alembert, principalmente, de la monumental obra “La Enciclopedia, Diccionario razonado de las Ciencias, las Artes y los Oficios”, que publicada en veintiocho volúmenes entre 1751 y 1772, condensaba las aspiraciones y fue la expresión de las creencias más profundas de toda una época. “La Enciclopedia” cubre un amplio segmento del pensamiento humano. Es significativo que fuera un matemático, D’Alembert, quien escribiera “El Discurso Preliminar de la Enciclopedia”, que quiere ser una Historia de las Ciencias y de las Artes desde la antigüedad, siendo, además, un manifiesto que al situar a Bacon, Newton y Locke en el centro del interés filosófico, bajo la bandera de la Ilustración, pondera, asimismo, la figura de Descartes, y tiende un puente entre el empirismo inglés y el racionalismo francés, al aplaudir la fusión de los principios de la razón que se traducen en la Matemática con los principios de la experiencia que se traducen en la Filosofía natural. Este “Discurso Preliminar” no deja de tener un carácter crítico sobre la Historia de la Cultura. El mismo D’Alembert, en otro escrito, donde hace una declaración de principios sobre los objetivos y contenido de la “La Enciclopedia”, se pronuncia en la forma:

► «… No se trata en ella [en La Enciclopedia] de los santos… ni de la genealogía de las grandes casas, ni de los conquistadores que han desolado la tierra, tienen en ella gran cabida la genealogía de las ciencias y los genios inmortales que han iluminado a la humanidad: la Enciclopedia toda debe a los talentos, nada a los títulos; ella es la historia del espíritu y no de las vanidades de los hombres».

 

La Ciencia fue uno de los motores principales del periodo del despotismo ilustrado, pero paradójicamente proporcionaba un fuerte instrumento intelectual para la crítica del Antiguo Régimen y los medios para una regeneración práctica de la humanidad por medio de una industria transformada por las máquinas, que traería una creciente esperanza en el progreso y en la posibilidad del advenimiento de un mundo gobernado por la razón y la igualdad y no por el prejuicio y el privilegio.

Entre los heraldos de la Revolución Francesa debemos citar a Voltaire y Rousseau, a D’Alembert, Diderot y Condorcet, ninguno de los cuales salvo el último vivió lo suficiente para ver la caída de la Bastilla (Voltaire y Rousseau murieron en 1778, D’Alembert en 1783 y Diderot en 1784), mientras que Condorcet cayó víctima en 1794, como muchos, del holocausto revolucionario, que en sus momentos de paroxismo no respetó ni siquiera al ídolo científico de Lavoisier, sobre cuya subida al cadalso el ilustre matemático Lagrange comentaría la célebre frase:

► «Sólo un instante para cortar esa cabeza. Puede que cien años no basten para darnos otra igual».

 

Los científicos franceses de los últimos tiempos de la monarquía estaban plenamente imbuidos del espíritu de progreso de los filósofos y el nuevo régimen les dio la oportunidad que aguardaban. En algún caso esto pudo verse favorecido por el origen familiar humilde. Por ejemplo, D’Alembert era hijo ilegítimo criado por un vidriero de escasos recursos. Monge era hijo de un modesto mercader y Laplace era hijo de un campesino. En la exaltación de la razón y la destrucción de los últimos vestigios feudales, la Ciencia desempeñó una función directora, como lo reconocieron casi todos los gobiernos revolucionarios. Así lo señala Condorcet en su “Proyecto de Decreto sobre la Organización General de la Instrucción Pública”

«Todos los desaciertos de un gobierno y de una sociedad se basan en errores filosóficos que, a su vez, provienen de equivocaciones en la ciencia natural».

 

En ninguna otra revolución la Ciencia ha sido más admirada ni los científicos ocuparon más puestos de poder en la política y en la administración que en la Revolución Francesa, la cual determinó el fenómeno de la politización de la Cultura y de la Ciencia. Progreso histórico y progreso científico venía a ser lo mismo, ambos debían proporcionar liberación y felicidad al hombre. Se hace general en la mente de los científicos las convicciones de D’Alembert de vivir en un «siglo filosófico» en el que la ciencia debe tratar de «recuperar el tiempo perdido» y la de Diderot que expresa en una carta a Falconet:

► «Para el filósofo, la posteridad representa lo que el otro mundo para el hombre religioso».

Conocer para transformar”. Bien podían estos hombres adueñarse de la sentencia pronunciada por Carlos Marx medio siglo después:

► «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo; pero de lo que se trata es de transformarlo».

 

La Ciencia vinculada a la Técnica será el factor dinámico por excelencia de la sociedad. La politización de la que se habla hay que entenderla como encuentro entre el entusiasmo científico y la pasión histórico‑social, incluyendo en una misma concepción los problemas de la Ciencia y del Estado, del Conocimiento y de la Libertad, de la Técnica y del Progreso social. Es una politización necesaria y espontánea que transforma a los científicos e intelectuales en políticos, es decir en hombres que con su ciencia y sus ideas han decidido influir en la historia.

Algunos científicos como Monge y Carnot fueron ardientes republicanos y tomaron a su cargo la administración económica y militar. Monge, fundador de la Geometría descriptiva, fue vicepresidente del Club de los Jacobinos desde su fundación y en la Convención desempeñó el cargo de ministro de Marina. Era jefe accidental del gobierno el día de la ejecución del rey, por lo que recayó sobre él la responsabilidad de firmar el documento oficial relativo a la condena del rey, lo cual le concitó el resentimiento de los monárquicos, que al considerarle regicida, le despojaron de sus cargos y honores a la caída del Imperio. Juntó a otros, Monge creó la Escuela Politécnica, una institución clave, pionera en la Educación. Con Napoleón, de quien era un ferviente admirador y a quien acompañó, junto con Fourier en las campañas de Italia y de Egipto, Monge llegó a ser presidente del Senado.

El matemático Lazare Carnot (el más famoso en el ámbito político) tuvo una posición fundamental en las vicisitudes de la Revolución. Cuando vio amenazado el éxito de la Revolución, tanto por la confusión interna como por las amenazas del exterior, Carnot organizó los ejércitos y los condujo a la victoria. No obstante su republicanismo, evitó pertenecer a las camarillas políticas y con un alto sentido de la honradez, trató de ser imparcial en la toma de decisiones. Tras una meticulosa investigación absolvió a los monárquicos que habían sido acusados de mezclar vidrio en polvo con harina destinada a los ejércitos revolucionarios, pero se sintió obligado en conciencia a votar a favor de la ejecución del rey. Enfrentado con Robespierre, este había formulado la amenaza de que al primer desastre militar Carnot perdería la cabeza en la guillotina. Pero Carnot se había ganado la admiración de sus compatriotas debido a sus éxitos militares. Cuando una voz propuso en la Convención su arresto, los diputados se alzaron espontáneamente en su defensa, aclamándolo como «El organizador de la Victoria» y fue la cabeza de Robespierre la que cayó en lugar de la suya. Carnot tuvo una fascinante vida política, había pasado de la Asamblea Nacional a la Asamblea Legislativa, formó parte de la Convención Nacional y del poderoso Comité de Salud Pública, del Consejo de los Quinientos y del Directorio, sin embargo al rehusar apoyar en 1797 el golpe de estado civil, se ordenó inmediatamente su deportación. Su nombre fue suprimido de los cargos del “Instituto de Francia” y su “Silla de Geometría” se adjudicó al General Bonaparte, a quien había encumbrado para dirigir la campaña de Italia. Su ostracismo político resultó ser positivo para la Matemática, ya que le permitió terminar su obra “Reflexiones sobre la metafísica del Cálculo Infinitesimal.

Otros relevantes científicos desarrollaron también una amplia actividad política. Laplace fue ministro del interior y presidente del Senado, Cuvier fue ministro de Educación, Fourier fue prefecto. Monge, Carnot y Lagrange fueron nombrados condes del Imperio y Laplace marqués. Antes, la Revolución había devorado a algunos de sus padres más eminentes, ya que otros científicos como Bailly, Lavoisier y el gran Condorcet, pese a que cooperaron con la Revolución, por su vinculación al antiguo régimen fueron víctimas del terror revolucionario.

En una próxima publicación se hablará de la Revolución Educativa y la Revolución Didáctica (que incluye la proliferación de Libros de textos) que desarrollaron los matemáticos de la Revolución Francesa, algo nuevo e insólito en la Historia de la Educación.

 

 

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