Sin lugar a dudas los protocolos son necesarios, no sólo como normas de conducta o comportamiento en deterninadas actuaciones sino también como respuesta a situaciones concretas con el fin de lograr una mayor eficiencia, siendo estos últimos en los que quiero fijar mi atención.
Un término importante, la eficiencia, entendida como la capacidad para realizar o cumplir adecuadamente una función, es por ello que, es entendible que la reacción que provoca una acción determinada, deba seguir una concreta secuencia de actuaciones para lograr un resultado óptimo, valga como ejemplo la respuesta a una catástrofe en la que se exige la intervención de distintos servicios públicos para restablecer el orden y dar asistencia a las víctimas.
Sin embargo, el problema surge cuando los protocolos devienen inútiles, bien porque no se aplican correctamente interrumpiendo la línea de conexión que debe existir en su aplicación entre el actor de origen y su destinatario o destinatarios, casi siempre por la falta de sentido común o bien por su rigidez o automatismo, ocasionando resultados colaterales tan poco óptimos que demuestran su inutilidad, no en sí mismo, sino en su aplicación.
Los protocolos están hechos para que sean aplicados por personas teniendo como destinatarios también a personas, aunque sea en una última instancia o debido a que su aplicación tendrá efectos o persigue resultados a largo plazo; de manera que si las personas que lo aplican carecen de formación suficiente en cuanto al contenido y aplicación de tales protocolos, el resultado no será el esperado originando más problemas que soluciones.
Ahora bien, la formación tampoco lo es todo, hay otro elemento, casi más importante o al menos en la misma línea, como es el sentido común aludido, quizá por ello y, aunque se trate de una frase hecha, el menos común de todos los sentidos; el cual obliga a quien tiene que aplicarlo a asumir cierta iniciativa con la consiguiente responsabilidad que ello ocasiona por no ceñirse a la literalidad de las Normas protocolarias que vienen dadas desde arriba, aunque sea con la buena intención de solucionar un problema que la aplicación estricta del protocolo no solventa, incluso la agrava, sólo porque el automatismo y generalidad de la Norma no siempre se adapta a la gran casuística que pretende abarcar.
Volviendo al hilo de la necesidad de conexión entre quienes hacen y aplican los protocolos y sus destinatarios para su efectividad, el citado automatismo lo impide, teniendo estos últimos que soportar las consecuentes de esa mala gestión protocolaria con el único derecho al pataleo con respuestas a nuestras reclamaciones o sugerencias tales como “así es el protocolo” o “muchas gracias por su aportación que estudiaremos”, aunque nunca se estudian porque ello traería como consecuencia más trabajo por tener que cambiar las Normas total o parcialmente además de asumir los propios errores, a todas luces, para sus responsables inadmisible por falta de expertos o por la necesidad de contratar a empresas de control de calidad, con el consiguiente gasto, pero sobre todo ante la inadmisibilidad de que el protocolo funcional mal, aunque esté en juego su reputación, no tanto por su contenido sino por su defectuosa y rígida aplicación por rígidos “bien mandados” de mente estrecha.
Quizá, sí nosotros los usuarios, no nos dejásemos llevar por la inercia y reclamásemos un poco más, alguien cumpliría con su obligación de velar porque las cosas funcionasen mejor de lo que funcionan, y dejase de ser habitual el recurso al protocolo como sacrosanta solución y respuesta…. Y lo dicho, para tantos funcionarios y responsables autómatas y con encefalograma plano, un poco de sentido común e iniciativa tampoco vendría mal y se facilitarían mucho más las cosas.
Estoy ahora mismo en el tram de Valencia. En la parada siguiente a la que me he subido, cuando el tram estaba quieto, de repente han aporreado con mucha fuerza uno de los ventanales del vagón desde fuera. Un “segurata covid” se ensañaba con aspavientos y me miraba muy mal. Él y su compañero me han dicho que qué hacía sin mascarilla, que me la pusiese. Me la he puesto mientras me quejaba al respecto. Me han obligado a bajarme (con la mascarilla puesta imdetiamente tras la primera petición), a perder mi tram y a esperarme al siguiente. Las normas son las normas, tengan sentido o no lo tengan.