Desde que se hizo pública la nueva normativa de circulación del Ayuntamiento de Madrid tengo la incómoda sensación de que no me gusta. Son asumibles sus planteamientos en cuanto a la reducción de la contaminación ambiental, y en aras de ello las medidas a tomar. Pero no me gusta.
No me gusta la reducción de la velocidad a treinta kilómetros por hora porque me parece una velocidad caprichosa, una velocidad que no se justifica ni sobre el argumento de la seguridad, ni sobre el de la contaminación. Con lo cual finalmente parece más recaudatoria que necesaria.
No me gustan los privilegios de espacio y normas que se le otorgan a los vehículos alternativos. Y no me gustan desde la experiencia diaria de ver como muchos de los usuarios de este tipo de vehículos convierten ya de por sí las ventajas de su uso en prebendas que no solo ponen en riesgo su vida si no la tranquilidad de peatones y conductores que tienen que hacer frente a unos comportamientos inesperados y a unas actitudes en muchos casos agresivas.
No me gusta la solución de ceder un carril a uso preferente de la bicicleta, y ahora de los patinetes, en calles con dos carriles y en cuesta, porque el perjuicio a la fluidez de tránsito en las horas de máxima circulación se convierte en un caos. Si quiere un ejemplo práctico basta con que se pase por el tramo de la calle de Alcalá entre Ventas y Manuel Becerra y comprobará como de los tres carriles de que dispone cada sentido uno es para transporte público, otro para bicicletas, que al ser cuesta arriba van con gran lentitud, y solo uno para coches, que se ven entorpecidos por los vehículos que desesperados intentan abandonar el carril tapado por un ciclista que no alcanza una velocidad mínima con su pedaleo en cuesta, por los taxis que no usan el carril reservado para ellos y los autobuses, y por la misma afluencia que la vía sufre en ciertas horas.
No me gusta como el ayuntamiento ha ido tejiendo una trampa para los vehículos con motor de explosión que el ayuntamiento ha ido tejiendo con diferentes actuaciones urbanísticas, como por ejemplo el ensanchamiento de aceras, que ahora cierra con el lazo de la nueva normativa. Calles que siempre fueron de una amplitud suficiente se han ido estrechando con distintas actuaciones hasta convertirlas en calles escasas para la circulación a motor, a motor de explosión.
No, no me gusta la nueva normativa de circulación del Ayuntamiento de Madrid, y no me gusta no por lo que dice, no, no me gusta por lo que no dice. No me gusta por lo que implica ni por los objetivos no declarados que parecen derivarse de su aplicación y que vienen a sumarse a tantos otros que se llevan tomando por este equipo de gobierno desde que tomaron posesión.
“No me gusta como el ayuntamiento ha ido tejiendo una trampa para los vehículos con motor de explosión que el ayuntamiento ha ido tejiendo con diferentes actuaciones urbanísticas, como por ejemplo el ensanchamiento de aceras, que ahora cierra con el lazo de la nueva normativa.”
Acuñó Esperanza Aguirre, personaje no reivindicable por ser de derechas, el término “cochofobia” como una actitud de rechazo sistemático del equipo responsable hacia este tipo de vehículos. Más allá de las simpatías o antipatías que la señora Aguirre pueda despertar su análisis predictivo fue correcto. Si, el Ayuntamiento de Madrid sufre de “cochofobia”. No importa que perjudique a sectores amplios de la sociedad, a los comerciantes, a los taxistas, a la gente mayor en general, o a aquellos que sufran algún tipo de minusvalías. Porque no veo yo a personas de setenta años o más, ni a personas aquejada de algunas discapacidades, desplazándose por Madrid en patinete, en bicicleta, en segway, en hoverboard o en cualquiera de esos vehículos alternativos que exigen unas condiciones físicas impecables para su uso, de forma habitual. No veo yo a los peatones esquivando a los que impunemente ya circulan en esos transportes, antaño considerados alternativos y hoy protagonistas, con absoluto descaro entre ellos a conveniencia. A veces por la acera, a veces en contra dirección, sin respetar los pasos de cebra o usándolos, sin respetar los semáforos, ni las velocidades… actitudes que basta con moverse un poco por la ciudad para observar.
Parece ser, me temo, que el Ayuntamiento de Madrid, muchas de sus iniciativas así parecen indicarlo, ha decidido convertir la ciudad en una ciudad para élites de edad e ideología, en una ciudad en la que en el escudo, como antes en la película, se lea el lema “No es ciudad para viejos”. Tal vez, es una posibilidad, hayan decidido modificar el dicho y que ahora sea: “De Madrid al cielo, cuanto antes”.
Si no me mereciera tanto respeto el término casi me atrevería a calificar la normativa, su consecuencia no declarada, de filo fascista. Ese mundo idílico y deseado en el que no quepan más que los puros de edad y de ideología, en el que no haya “putos viejos, ni “putos comerciantes explotadores”, ni “putos de cualquier otra clase”.
Madrid ya no es ciudad para viejos, ni para pequeños comerciantes, ni para taxistas, ni para reparadores, ni para discapacitados, ni para cualquiera que no se ajuste a lo que cierta ideología no contemple en sus planteamientos que pueda existir y pueda ser necesaria para el diario desenvolvimiento de la vida en comunidad.
“Si no me mereciera tanto respeto el término casi me atrevería a calificar la normativa, su consecuencia no declarada, de filo fascista.
No, definitivamente, y ya a un solo paso, Madrid no es ciudad para muchos madrileños, para aquellos que no comparten ciertos estilos de vida, ciertas ideologías, cierta mínima salud para pedalear o moverse en patinete.
No, definitivamente no me gusta nada la nueva normativa para la circulación del Ayuntamiento de Madrid, en tanto en cuanto me parece que solo es un paso más en un objetivo indeseable. Madrid para los que la gobiernan.