Conocí en Madrid a una mujer adulta, abandonada a su suerte, que perseguía el sexo solo por placer y terminó en ruinas. Una mujer que solo quería que la tratasen como a una niña.



“No, no intentes madurar. No intentes crecer”. Se lo pidieron todos los hombres que conoció.
Eso no es la inocencia y mucho menos pureza. Volver, como un personaje, a parecer una niña es más que una incursión en lo prohibido. Es la desnaturalización y degradación del ser humano.
En algún lugar, Simone de Beauvoir está llevándose las manos a la cabeza con disgusto.
Hay a quien todavía le sorprende que los esfuerzos de la mayoría de las mujeres intenten imaginar el sexo, no como una interacción entre un dominador y una esclava, sino entre dos iguales.
La vieja forma patriarcal de ver los roles de hombres y mujeres es la iniciación en el sexo con una persona con muchos años por delante de una adolescente.
¡Parece increíble!, ¿No? Y sin embargo pasa todos los días. Hoy, también.
No es una ficción erótica cuasi pornográfica de la mujer: en el despertar sexual muchas adolescentes son seducidas por viejos amigos de la familia o violadas por cualquiera.
Conocí a Lulú en Madrid, leí su historia, la vi en el cine y me quedé paralizada, porque es la narración de las patrañas que montaron muchos de los hombres que conocí en mi adolescencia; de muchos hombres que conocieron muchas de mis amigas. Existen. ¡Lo sé bien!
En homenaje a Almudena Grandes y “Las edades de Lulú!