LOS VENDEHÚMOS

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Habremos de convenir en que para que se pueda vender algo, tiene que tener mercado, es decir, clientes dispuestos a comprarlo. También se considera habitual que el que compra una mercancía, suele favorecerse de alguna forma con la compra. Son leyes de mercado, verdades incuestionable del mundo comercial, pero que, como todo en esta vida, tienen una excepción que confirma la regla, un producto que nadie parece apreciar, hasta tal punto que hay que cambiar su nombre, sus beneficios, sus características para que pase de no ser considerado a ser uno de los productos estrella a nivel mundial: el humo.

¿Se puede vender el humo? Pues yo hubiera jurado que no, pero también lo hubiera jurado de las brisas del mediterráneo, o del sol de España, y sin embargo ahí los tienen, llenando estanterías en las tiendas de turistas. Convengamos, hay una diferencia sustancial en el engaño, el sol o la brisa se venden etiquetados correctamente, y todos sabemos, hasta los que lo compran, que dentro del envase ni hay más sol que el que permite la posible transparencia del envase, ni más brisa que la que pueda entrar en el momento de abrirse, o cerrarse, y solo pertenece al entorno en el que tal operación se efectúe.

Sin embrago, el humo no se vende como humo, no se compra como humo, no suele estar envasado y es imposible encontrarlo en tiendas de turistas, o cualquier otro tipo de establecimientos dedicados a la venta. ¿Dónde se puede adquirir entonces? ¿Cuánto cuesta? ¿Se vende al peso o por unidades? Permítanme que  los introduzca en el mágico mundo de los “vendehúmos”, que podríamos definir, por ir entrando en harina de aquellos a los que me refiero, como la rama ideológica de los charlatanes de feria.

Aunque, de primeras, pueda parecer que estoy hablando de una profesión moderna, en el Derecho Romano existe el término “venditio fumi”, como acepción de “promesas falsas para obtener el favor de un funcionario público”, y de ahí lo debió de tomar Sebastián de Covarrubias, lexicólogo español  del siglo XVI, capellán de Felipe II, que en su obra “Emblemas Morales: Iconografía y doctrina de la Contrarreforma”, define a los vendedores de humo  en los siguientes términos: “Se dice de los que con artificio dan a entender ser privados  de los príncipes y señores, y venden favor a los negociantes y pretendientes, siendo mentira y humo cuanto ofrecen”.

Ha pasado el tiempo, el mundo ha evolucionado, y a los vendehúmos clásicos, los que intentan medrar alegando contactos y conocimientos que no poseen, y que no están en posición de ofrecer, -El pequeño Nicolás, el comisario Villarejo, ciertos comisionistas…-, se ha unido una nueva especialidad de vendehúmos, los que solicitan el voto ofreciendo, o anunciando, unos logros que solo pueden conseguirse en el papel, o con la ruina del país.

Estos, los vendehúmos de mitin y prensa, solo ofrecen lo que saben que sus compradores van a aceptar ciegamente, sin cuestionarse la viabilidad u oportunidad del humo que va a cegar sus ojos, y solo piden a cambio un papelito depositado en una caja en una ceremonia llamada votación, en la que no creen salvo cuando ganan. Su beneficio se produce a partir de entonces, y el humo que venden a partir de ese momento, solo está encaminado a la persistencia de la ceguera.

Aunque mi reflexión está basada en España, no sería justo omitir los nombres de los mayores vendehúmos del planeta, al fin y al cabo, la calidad del humo a vender depende mucho de la calidad del vendedor, y los vendehúmos patrios no pasan de una mediocridad desazonante. Desazonante porque parece mentira que alguien siga comprando, incluso con entusiasmo, un humo que apenas oculta lo evidente, que apenas tapa las carencias éticas, intelectuales, comerciales de los vendedores.

Boris Jhonson y el Brexit, Putin y la operación desnazificadora de Ucrania, Trump y la democracia americana, Maduro y el socialismo bolivariano, Bolsonaro y el negacionismo, Xin Jimping y el neo comunismo, Kim Jong-un y el socialismo hereditario, y más, muchos más, consumados artífices de ventas que pretenden cambiar el mundo a costa de sus habitantes.

En España somos más modestos, en España ni siquiera pretendemos cambiar España, y el humo que compramos no taparía las vergüenzas de Pulgarcito, no ocultaría ni un trozo de hielo en un vaso de agua, pero nuestros compradores son tan devotos, tan entregados, que compran el humo y lo almacenan en su cabeza por una vida entera. No hay realidad que no puedan tapar con su humo y, sobre todo, con su voluntad de que el humo lo permita, y permita hacerlo responsable, al humo, por supuesto, de lo que en realidad no es más que cerrar los ojos, con fuerza, con saña, ante cualquier disparate de su vendehúmos particular.

Porque, eso sí, cuando nos decidimos somos muy de vendehúmos de cabecera. A partir de ese momento solo le compraremos humo a ese vendedor concreto, y jamás pondremos en duda que el único vendehúmos verdadero es el que se lo vende a los demás.

  • El salario mínimo, insuficiente, mal gestionado y lesivo para el futuro. Humo
  • El tope ibérico, ineficaz, enriquecedor para las eléctricas, demoledor para las economías domésticas y empresariales. Humo
  • La ley de Igualdad LGTBI. Lesiva para algunos colectivos implicados, incapaz de solucionar problemas, generadora de rencores. Humo
  • La subvención a los combustibles, inútil, enriquecedora para las químicas, enriquecedora para los colectivos ajenos transfronterizos, miserable, inadecuada. Humo.
  • La ayuda a las Pymes en apuros por la coyuntura económica, invisible, inalcanzable, inexistente. Humo
  • Las subvenciones, imprescindibles cuando lo son, descontroladas, que minan el mercado laboral y, debido a ese descontrol, lo debilitan, o, simplemente, lo adelgazan hasta que es imposible encontrar trabajadores. Humo
  • La ayuda a los afectados canarios por el volcán, invisibles, inalcanzables, inexistentes. Humo.
  • La ley de memoria histórica, pactada con un partido no demócrata, cuya ideología hizo de la muerte y el sufrimiento de los españoles, incluidos los de su tierra, su razón de existir, y que acoge y ensalza a todos aquellos que lo perpetraron, convirtiéndolo en juez y garante de los modos democráticos de los que los sufrieron. Humo.
  • Subir los impuestos, o gravar con tasas, a ciertas grandes empresas sin haber creado antes un marco de transparencia tarifaria, una normativa de aplicación de costes, un control sobre el enriquecimiento desmesurado y lesivo, para que al cabo de dos meses esa subida esté repercutida en las facturas de los consumidores. Humo.
  • La reforma sanitaria prometida para afrontar catástrofes y pandemias. Ni humo. Ni siquiera.

Y así podríamos seguir enumerando todas las medidas populistas, humo de mala calidad, que intentan ponerse en marcha sin la gestión mínima imprescindible, sin el adelgazamiento de la burocracia que las tramite, sin la dotación mínima imprescindible para ponerlas en marcha más allá del papel, sin la base jurídica imprescindible para garantizar su eficacia, solo a golpe de presión de los acontecimientos, solo en un agobio de necesidad de votos, solo para paliar los resultados de las últimas encuestas, de las postreras elecciones.

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Hablar de un gobierno social, cuando se promueve la ruina de la clase media por la ineficacia en la gestión, cuando la brecha social se ha incrementado en varios puntos por esa misma ineficacia, cuando el número de hogares en necesidad, en riesgo de exclusión social, crece a cada medida supuestamente encaminada a la protección de los más desfavorecidos, es hablar del humo, como hablar de humo es enumerar medidas necesarias y pensar que por nombrarlas se resuelven.

Es verdad, el humo ciega, irrita, hace la atmósfera irrespirable y, si se respira demasiado tiempo, puede acabar causando lesiones permanentes, en los mejores casos, o incluso la muerte.

Pues nada, aprovechando el día, me voy a dar un paseo por el rastro, a ver si encuentro un vendehúmos que tenga un humo de calidad, espeso, sofocante, que produzca lagrimeo e irritación pulmonar, y empiezo a esparcirlo entre los “comprahumos” que tengo más cerca. A lo mejor con un humo de verdad, con sus efectos negativos tan evidentes, deciden despejar su cabeza.  Entre humos anda el juego.

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