Hace unos días, ante una opinión vertida en una red social sobre una determinada formación política, para que se me ocurriría hablar de temas tan trascendentales, a alguien que no le gustó, sin más argumento que el insulto gratuito me calificó de intelectual de saldo y, aunque desde entonces llevo buscando con un gran empeño la bolsa donde cotiza esta especie en extinción con el fin de intentar vender mi intelecto en acciones no la he encontrado, no se si es porque no existe o porque tienes que pertenecer a algún tipo de organización de élite que te lleve ante los dioses o diosas del saber. Así que me tendré que conformar estar a la cola de los pensadores, lo cual no me disgusta porque así no tendré que malgastar energía en mantener mi ego en un nivel aceptable a ojos de los demás; eso si jactándome de mi libertad de pensamiento, guste o no guste lo que digo, aunque dicho sea de paso, al que disguste tiene dos caminos aguantarse si no es capaz de argumentar o tener la valentía de hacerlo, sometiéndose a la opinión de los demás, con consecuencias como la relatada, eso cuando no amenazas que también he recibido. Que tristes resultados sólo por opinar.
Pero, la anterior anécdota no deja de ser más que una introducción a mi creciente hartura no de los descerebrados como el hilarante individuo del insulto, que mejor dejémoslo en su mundo involucionado de neandertales, sino también de aquellos que protegidos por la sabiduría de Atenea, se excitan sobremanera, tratando de demostrarte que su antítesis es la única verdadera, sobrevalorando su verdad, muchas veces con una gran dosis de dogmatismo y de despotismo.
Y digo que empiezo a estar muy harto, antes lo estaba pero menos, no porque no me guste contrastar ideas y opiniones, lo cual resulta más que interesante, siempre que se haga con una mente abierta, sino cuando la vehemencia viene acompañada de una sobredosis de testosterona mezclada con los fluidos de la vesícula biliar, hasta el punto de buscar una confrontación llena de sofismas o medias verdades, o incluso de verdades absolutas que, aunque resulta patente que no creo en ellas, no me molestan por su carácter absoluto, pues dan más cancha al razonamiento contrario, sino por la prepotencia de sus defensores, precisamente por aferrarse a su sacrosanta verdad
Es cierto que muchas veces soy contrario al pensamiento de otros por afición o hobby pero siempre que no me cueste la vida o perder un amigo, sólo porque me estipula el intelecto entrar en el intercambio de razonamientos, pero nunca con la intención de anular a nadie, no obstante, si alguien se ha sentido anulado le pido disculpas, aunque tal vez ese sentimiento tenga más consistencia debido a su falta de argumentos, pues nunca me mueve la intención de despreciar a los que tienen la valentía de mostrar su opinión contraria, en un mudo cargado de sin razón y violencia, sino la necesidad de que sus argumentos sean lo suficiente sólidos para convencerme de mi equivocación o de la falta de solidez de los míos. Como he dicho otras veces, la retórica es todo una disciplina que hay que cultivar para lograr su finalidad última que es la persuasión, para así alcanzar la victoria sobre algún conflicto argumental.
Ya no hablemos de quienes te encasillan por una opinión vertida o conducta del pasado, condenándote a la involución a modo de primate, sin admitir que las personas cambiamos, cierto es que a veces con ciertos retrocesos motivados por la decadencia de los tiempos que nos toca vivir; y no se trata de ser una veleta, simplemente porque los acontecimientos y experiencia, o la opinión contraria, en un momento dado te hacen pensar lo contrario.
Y, por último, empiezo a estar más que harto, porque ni yo mismo a veces me aguanto, y porque de lo que se presume es de lo que precisamente se carece, pero sobre todo, porque la frase que antes erróneamente y de forma intencionada atribuí a Descartes es la única verdad absoluta en la que creo. Con ello admito que pensar es fácil, lo díficil es razonar y, aún más saber escuchar a los demás con los oídos y la mente tan abiertos como para comprender y aprender de lo que dicen, porque siempre se aprende, hasta de los que insultan aunque para conocer lo ruin y abyecta que puede llegar a ser la raza humana.