Hay profesionales que, quizás porque no supieron elegir la profesión que ejercen, no pasan de mediocres en el desarrollo de su responsabilidad. Otros quizás ejercen de lo que querian pero no dan más de sí y son también mediocres. Un tercer grupo sería el de los que podrían ser brillantes porque sí acertaron al elegir y además son inteligentes pero son mala gente, que diría un castizo, y toda su actividad la encauzan a proyectos poco edificantes y esta actitud los convierten además de en mediocres en mezquinos.

Los renglones torcidos de la democracia, el “manicomio” en el que han convertido el Congreso y el Senado determinados líderes conservadores y de la extrema derecha con la descalificación como argumento político, la descortesía en sede parlamentaria, los argumentarios partidistas y el ruido como propuesta ante la crisis es populismo, populismo incendiario, propio de profesionales de la política mediocres y mezquinos.
Profesionales que en su delirio creen ser los garantes de una España a su juicio en riesgo de desvertebración por los nacionalismo, la emigración, el feminismo… en suma por la democracia, una democracia desintegradora de los valores patrios según sus pronunciamientos. Pero este delirio carpetovetónico no deja translucir otra cosa más que la paranoica obsesión por hacer caer un gobierno legítimo, y para ello no dudan en confundir a los ciudadanos, intentar involucrar a sectores sensibles de nuestra historia más reciente y utilizar la pandemia del COVID19 como bandera y a sus muertos como paradigma de una gestión a la que no han dudado en tildar de criminal.
Todo lo bueno estaba ya inventado y además lo habían inventado ellos, todo lo mejorable ya lo habían detectado ellos, aunque no lo habían propuesto, los errores ya lo habían advertido, aunque al día siguiente. Siempre esperan al día siguiente, emboscados en las medias verdades de medios afines y atrapados en su propias mentiras, estos profesionales del desencuentro utilizan la vulnerabilidad de una ciudadanía brutalmente golpeada por la pandemia para hacer del luto y la precariedad un campo abonado a la grandilocuencia de sus discursos y a la posverdad cómo argumento para envenenar las emociones.
La construcción de una estética panfletaria es más importante que la implicación en un proyecto de país y la necesidad de poder más importante que la acción de gobernar. Todo vale en una jungla de intereses que pervierten la democracia, el derecho a una información fidedigna y la lealtad debida, si no al gobierno al menos al Estado. Un Estado del que forman parte y que utilizan contra la propia ciuadadania a la que deben servir.
Nunca la competencia por el legado joseantoniano se ha escenificado de una manera tan contundente, de una parte la fundación FAES, semillero de los actuales líderes populares, Casado, Álvarez de Toledo, García Egea…, y de otra VOX con los Abascal y compañía. Nunca el espacio ideológico de los conservadores ha estado tan huérfano, de repente todo se ha escorado hacia la extrema derecha dejando un hueco que incluso Ciudadanos, por puro pudor, se resiste a ocupar.
Casado, confundido por su ambición de poder y bajo la órbita de Aznar, incapaz de distinguir el escenario político en el que ubicarse, receloso por naturaleza de una izquierda a la que no consigue arrebatarle la dignidad y de una extrema derecha que lo cuestiona por blando y que le empuja hacia discursos y propuestas a veces más viscerales que los del propio Abascal. No se da cuenta y lo peor, nadie le avisa, que en los dos escenarios pierde.
Ejerce de lo que desea, de político, pero no da más de sí de lo que nos ha venido demostrando durante esta crisis, se debate entra la frustración y la impotencia de liderar una organización tutelada por el aznarismo y lidera una oposición parlamentaria por pura cuestión aritmética. Su mimetismo con la extrema derecha para disputarle el espacio electoral está sacando a la luz la mediocridad de un político que no ha sabido estar a la altura de lo que necesita el Estado en estos momentos.
La Europa moderna se construyó con la victoria sobre el fascismo, es cierto que en España se invirtió la tendencia y el fascismo ganó y la victoria duró cuarenta años, quizás por eso todavía hoy algunos que no conciben que gobiernen los que perdieron. Todavía hoy hay quienes escriben la democracia con renglones torcidos.